Dejar que la izquierda se entrometa con su fiesta de las identidades en la vida individual y la conducta de las personas, que hurgue en tu cajón de ropa interior y fisgonee en tu nevera, es un experimento más arriesgado de lo que parece. El ministro Alberto Garzón cree que la transición ecológica sucederá a toque de corneta en el BOE, el Gobierno resolverá lo que tenemos que comer o consumir y logrará despojarnos del desarrollo de nuestra individualidad imperfecta.
Garzón ha creado una imagen distópica del mercado español para introducir sus políticas de ingeniería social, y donde las clases medias vemos un zarzal y una ciénaga, va Garzón, se mete en el fango, tropieza y se queda chapoteando. Que intervengan el precio de venta de los test es una cosa, es intervencionismo de manual, pero que nos digan lo que tenemos que comer y producir o que las mujeres debemos cambiar los cánones de belleza para no alimentar estereotipos de género es algo peor: es mangonear a la gente.
Esta semana hemos sabido que la ministra Irene Montero ha lanzado una nueva campaña contra los estereotipos de belleza femenina. Como dice un conocido viñetista, “el no te depiles más caro de la historia”. Al margen de que estemos a favor o en contra del estereotipo de belleza femenino, alguien ha decidido que el Gobierno debe intermediar en cómo debemos vivir las mujeres nuestra feminidad. En los 60, las feministas luchaban contra la falta de libertad individual. Las de ahora llevan la ingenuidad hasta el punto de creer que el Estado tiene que tutelar su libertad y su “capital sexual”, acelerando el borrado de género. No creo en un feminismo que borre el género o que trate la feminidad como un producto del patriarcado, aunque ahora expresar libremente tu feminidad también te convierte en una víctima de la cosificación, en una mujer desviada fallida. Esas tipas juzgan con una mezcla de dureza y lástima a la mujer que camina con unos tacones. Copian al gobierno en eso de mangonear a las mujeres.
La izquierda caviar es una nueva aristocracia que cree que sabe qué favorece el interés público y sabe cómo lograrlo mejor que el resto
Sea como sea, este dirigismo estatal no tolera el bien común fuera del control de la autoridad pública. Donde todo es fácil, sencillo y ligero, se hacen un lío terrible, y gastan ingentes cantidades de dinero y energía sin entender lo básico: muchos españoles no quieren tener una vida áspera ni complicarse la existencia con problemas fabricados. Ahora las mujeres se quedan calvas de vivir bajo este Gobierno. La izquierda caviar es una nueva aristocracia que cree que sabe qué favorece el interés público y sabe cómo lograrlo mejor que el resto. Ya decía Milton Friedman que los creyentes en la aristocracia y el socialismo comparten su fe en el gobierno centralizado, “en un gobierno de cadena de mando más que en la cooperación voluntaria”. Ambos profesan una filosofía paternalista.
Y ambos terminan, si alcanzan el poder, promoviendo el interés de su propia clase en nombre del “bienestar general”. Incapaces de gestionar lo concreto, de favorecer a las clases medias, se dedican a cambiar las mentalidades y costumbres y a mangonear sobre todos los asuntos que antes se dejaban por completo a la libre discreción o indiscreción de cada individuo.
La única esperanza
El paisaje que conoció España está cambiando, la esfera de la libertad individual no deja de estrecharse. Frente a los que creen que es de reaccionarios oponerse a estas medidas intrusivas y cambios de paradigma, que esta batalla cultural es una mera cuestión identitaria, igual habría que añadir que hay un componente liberal —¿quién lo hubiera pensado?— en quienes pedimos poner freno a la grasa de un Gobierno que quiere mangonear tu vida. Esta libertad es, a mis ojos, la única esperanza de España.