Opinión

El metaverso

El metaverso nos puede solucionar la agusanada realidad en que la cáfila ha convertido la política española.

Y es que el metaverso se presenta como una vida virtual, una vida que es espejo. Procede pues que el candidato socialista se ponga unas gaf

  • El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, en la segunda sesión de investidura de Alberto Núñez Feijóo -

El metaverso nos puede solucionar la agusanada realidad en que la cáfila ha convertido la política española.

Y es que el metaverso se presenta como una vida virtual, una vida que es espejo. Procede pues que el candidato socialista se ponga unas gafas especiales con las que pueda experimentar sus deseos sin que a los españoles se nos agolpen los vómitos.

Cualquier capricho, por desmañado que sea, lo que se le ocurra, podrá ser colmado de inmediato. Por ejemplo, la complacencia de sentirse presidente, sin que los demás tengamos que padecer la aflicción de su mando ni la desventura de sus ocurrencias.

No tendrá que avergonzarse de sus contradicciones ni de los exabruptos que haya vertido en los mítines como frutos corrompidos de la malicia. En el metaverso encontrará supremas delicias porque nadie le recordará falsedades ni tropelías. En cada instante dirá y sentirá lo que desee.

Podrá anunciar nuevos decretos-leyes con sus disposiciones confusorias y contradictorias, solo por su voluntad, sin trámites, sin votaciones enojosas; podrá ser dadivoso con sus fieles sin que ningún pegajoso Tribunal de Cuentas le importune; podrá seguir abriendo sumarios de los crímenes franquistas mientras sobresee los de la ETA; podrá ir a un supermercado virtual donde la botella de aceite cueste tres euros y por ahí seguido. Y podrá –supremo desquite- trabajar laboriosamente en bibliotecas de libros bien rellenas y redactar una tesis doctoral solvente.

Podrá echar de un plumazo a los jueces constitucionales que no comprenden nada de la gaseosa concepción de la jurisprudencia ni de sus recovecos

Todo ello sin molestias, bien concertadas sus ansias y debelados sus complejos, sin tener que someterse a ruedas de molino, perdón, a ruedas de prensa y sin tener que señalar al periodista amigo que puede preguntar descartando a los desgarbados y desarreglados que mojan su pluma en la ponzoña.

Sin tener que subir a la tribuna del Congreso desde la que se largan discursos injuriosos, plenos de la negra bilis, ese odioso y funesto ambón, escupidera de improperios desde el que se canta el caos y se siembran las semillas del odio.

Podrá echar de un plumazo a los jueces constitucionales que no comprenden nada de la gaseosa concepción de la jurisprudencia ni de sus recovecos ni de la sana necesidad que existe en un sistema bien concertado de acomodar considerandos y resultandos a los dictados de la razón de Estado. Juristas en definitiva que no entienden la excelencia de la ventriloquia.

El metaverso, señoras, señores y señoros, es pues la solución. ¡Que el candidato socialista se sumerja en el metaverso! Que despliegue su comportamiento presidencial en el metaverso y solo en el metaverso. Y que a los ciudadanos, con nuestras fantasías, verdes o azules, nos deje en paz.

Y que otros políticos se ocupen de gobernar con prudencia, de distribuir equitativamente los fondos europeos, de ayudar a los enfermos de ELA, de dignificar las instituciones y de responder con solvencia y honestidad a las preguntas que se les planteen.

La última sesión de investidura, en la que ni siquiera se levantó a hablar, puede ser una señal. Venturosa y atiborrada de opulentas esperanzas.

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