Ya comentamos hace un mes que la mayoría de analistas eran alcistas en renta variable para 2023, aunque creo que el comienzo del año ha sorprendido hasta al más optimista, por ejemplo el índice europeo Stoxx600 tuvo el mejor comienzo desde que comenzó el índice en 1987. Sin embargo, aunque llame la atención la fuerza del movimiento, al menos hasta el pasado jueves, que las primeras sesiones de enero suba la bolsa es estadísticamente habitual. Además, el rebote que estamos viendo se inició ya en octubre, y tiene sentido que, con los flujos de liquidez típicos de cada inicio de año, la inercia alcista se haya acelerado. Que tiene un gran componente especulativo lo confirma el que se haya apuntado al movimiento el bitcoin, con un alza espectacular. Lo importante sería saber si la tendencia bajista bursátil acabó o no, algo de lo que no podemos estar seguros; lo que sí sabemos es que no es raro que en un mercado bajista haya rebotes de importancia. Los argumentos que aportan los que ven un fin del ciclo bajista iniciado en las principales bolsas del mundo en enero del año pasado ya se apuntaban a finales de 2022: que el pico de inflación ya se ha visto, que ya se han descontado las previsibles alzas de tipos de interés de los bancos centrales y que los datos económicos no son tan malos y no reflejan una recesión como la anunciada hace ya un par de trimestres.
Otro tema es el Ibex, al que le pasa como al PIB de España, que, aunque rebota con más fuerza que en otros países, sigue por debajo del nivel prepandemia
Soy muy escéptico a la hora de equiparar economía y bolsa porque hay ocasiones en las que las cotizaciones suben con datos malos porque eso podría implicar una política más acomodaticia de los bancos centrales, y hay veces que los precios de las acciones bajan con datos positivos porque pueden implicar una mayor subida de tipos. Además, está el tema de la composición de los índices bursátiles; en general si los valores que más pesan son financieros, les sientan mejor las noticias que llevan a descontar tipos de interés más altos, y si las que más pesan son empresas del sector consumo y tecnología, es lo contrario. Eso explica en gran parte el mejor comportamiento los últimos doce meses del Ibex en relación al Nasdaq, por ejemplo.
Pero no podemos obviar que en el actual optimismo de las bolsas hay un porcentaje que se refiere a que la economía no va tan mal como se temía, en gran medida porque las previsiones de un duro invierno con precios carísimos de gas y petróleo, han errado totalmente, sumado al fin de las políticas “Zero COVID” en China que han animado el comercio global. Lo cierto es que en general la economía está estancada (poco importa que crezca o se reduzca unas décimas el PIB de un trimestre, más allá del impacto psicológico del signo positivo o negativo) pero mantiene un buen nivel de consumo porque no crece el desempleo ni el miedo a perder el trabajo (factor clave que lleva a que no se desplome el gasto, lo contrario reduciría los resultados empresariales, se recortarían plantillas y se haría realidad ese miedo). Con todo, no estamos en una buena situación.
Incluso la previsión más optimista asume que la subida media del IPC en 2023 estará muy lejos del objetivo deseado del 2%
La altísima cifra de IPC subyacente nos muestra que, a pesar de la bajada enorme en el precio de las materias primas, incluso de las energéticas, que han vuelto a niveles previos a la invasión rusa de Ucrania, la alta inflación permanece y que probablemente la única forma de reducirla es con una fuerte bajada del consumo. Como yo no soy político puedo hablar claro: sin recesión no volverá el IPC a niveles inferiores al 2%, que es la “cifra mágica” en la que creen los bancos centrales. Y soy tan categórico porque ya se está viendo que ni bajando los precios en origen de los productos se ha conseguido reducir el IPC subyacente que, incluso, cada vez es más alto, tanto en Europa como en Estados Unidos. No podemos tener un nivel de inflación aceptable con un crecimiento económico que sí lo sea. Por muy rápido que deseemos que baje la inflación, incluso asumiendo que ya vimos el pico y que toca reducir el porcentaje interanual de subida (otro tema es que el bar de la esquina bajé el precio del café con leche que subió en 2022) mes a mes, incluso la previsión más optimista asume que la subida media del IPC en 2023 estará muy lejos del objetivo deseado del 2%. Y todo eso, con unos tipos de interés más altos que los actuales y dando por hecho, como se hace, que para el próximo invierno las reservas de gas estarán llenas en Europa a pesar del cierre del grifo ruso. que la guerra en Ucrania no volverá a interrumpir las exportaciones de cereales y otros productos desde aquel país, y que el precio de las materias primas no rebotará.
Por supuesto, la bolsa puede seguir subiendo, y los resultados empresariales de las cotizadas pueden aportar argumentos para sostener esas alzas aunque 2023 sea un año de menor crecimiento que 2022, pero personalmente dudo que hayamos salido ya de la tendencia bajista ya que la alcista se vio impulsada, durante años, en un exceso de liquidez enorme en el sistema, que ahora se sigue reduciendo. Y en mi opinión ese factor es más importante incluso que el económico. Otro tema es el Ibex, al que le pasa como al PIB de España, que, aunque rebota con más fuerza que otros, sigue por debajo del nivel prepandemia y podría seguir recortando diferencial. Y es que, si miramos con perspectiva, y a pesar de su mejor comportamiento relativo de 2022, hace tres años el Ibex rondaba los 10.000 puntos y nuestra bolsa, incluso si descontamos dividendos abonados, sigue por debajo cuando otros índices de nuestro entorno cotizan muy por encima (por ejemplo, el CAC francés un 15% más arriba) de los máximos de mediados de febrero de 2020.
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Echemos un vistazo a la inflación en España en los años sesenta, nos parecería alta, sin embargo los crecimientos de la economía eran espectaculares, y la mejora del nivel de vida era más que evidente de un año para otro.