Opinión

El PP y el hijo pródigo

El político del PP seca sus lágrimas, retira su aire compungido y arrea una patada en el culo a sus votantes de toda la vida

  • Borja Sémper y Alberto Núñez Feijóo -

Una de mis parábolas favoritas del Evangelio es la del hijo pródigo, ya saben, el que manda al carajo al bueno de su padre después de haberlo esquilmado: “Dame la mitad de mi herencia. L’Oreal, porque yo lo valgo”. Se va de farra durante años y, cual niñato hijo de papá, en nada se queda sin ídem. Apenas sobrevive un tiempo cuidando puercos, humillación supina para un hijo de Israel, con el agravante de que, estando el tío muerto de hambre y deseando comerse las algarrobas de los marranos, no se lo permiten los dueños. En esta vida todo ocurre por algo. En el caso del hijo pródigo es por idiota, por egoísta, por ir de enterado.

La justicia humana suele dictar sentencia: ahí te apañes, lo que siembras recoges. Otra cosa es la justicia divina que, al menos en la tradición cristiana, se identifica con la del padre. El fin de la historia lo conoce todo aquel nacido antes de 1985, cuando aún se consideraba la importancia de conocer la religión cristiana, aunque fuera solo como parte ineludible para comprender nuestra cultura: el chico vuelve a la casa del padre, con la intención de trabajar como el más humilde de los jornaleros y así al menos poder llevarse algo a la boca. El anciano sale a su encuentro y monta un fiestón de los que hacen historia. No solo restaura sus afectos sino también todos los derechos que tenía su hijo como tal.

Aquí Jesús nos previene contra los justicieritos religiosos que entienden la espiritualidad como una competición por ver quien es más buenecito, en la que el ganador tiene licencia para señalar y excluir

La parte más interesante de la historia -al menos para mí- suele ser tenida menos en cuenta: el primogénito se cabrea. Con razón. No es que desee que a su hermano se le mande de vuelta por donde ha venido. No, no es de los que practican la justicia como algo matemático, aunque pueda resultar inhumana. Ni siquiera se le pasa por la cabeza que se le relegue al papel que el extraviado había deseado asumir, qué va. Solo le molesta que, habiendo sido él siempre fiel y obediente, no haya celebrado nunca una pequeña reunión con amigos, cuando al otro se le recibe tirando la casa por la ventana con un banquete. El padre le responde: siempre estás conmigo y todo lo mío es tuyo. Pero tu hermano estaba en la mierda, y debemos celebrar que ya no sea así.

Teniendo en cuenta que es una metáfora sobre el Reino de los Cielos, tiene todo el sentido del mundo la respuesta del padre, y aquí Jesús nos previene contra los justicieritos religiosos que entienden la espiritualidad como una competición por ver quien es más buenecito, en la que el ganador tiene licencia para señalar y excluir. Si hablamos, por el contrario, de amar a Dios, cambia la cosa. Si amar a Dios es parecido a que te toque el euromillones, ¿no debería alegrarte que le ocurra a otro también?

De momento les funciona esa cosa tan loca de arrastrarse ante quien te desprecia y fustigar a quienes ya tienen conquistados con la estrategia del susto o muerte

Por suerte y por desgracia, la política no pertenece al Reino de los Cielos, ni los partidos son el padre de nuestra historia, aunque muchas veces actúen en las formas como él. El PP es un caso paradigmático, pues asume al mismo tiempo el papel del padre y el del hijo, según a quién se dirijan. Son hijo pródigo para todos los votantes del PSOE descontentos, cuando el PP debería de ser aquí el padre y decir: “Calla, socialdemócrata recalcitrante, te perdono que en tu ingenuidad y soberbia votaras al PSOE a pesar de su trayectoria en democracia. Te perdono a pesar de que le has pasado absolutamente de todo a tu gobierno. Calla, calla, no digas que mereces disfrutar lo votado, seca esas lágrimas, ven aquí y dame un abrazo”.

Pero no, al PP le parece más inteligente, vete tú a saber por qué, actuar como hijo pródigo “Querido votante del PSOE, he pecado contra el Cielo y contra ti, solo merezco que continúes llamándome fascista. Tan solo te pido que me trates como al último de tus criados, te quedes en casa el día de las elecciones y sigas demonizándome como buen animal rastrero que soy”. Dicho esto, el político del PP seca sus lágrimas, retira su aire compungido y arrea una patada en el culo a sus votantes de toda la vida, mientras espeta: “No te quejes, que todo lo mío es tuyo, y gracias a la abstención de tu hermano podremos gobernar”. La pregunta es, ¿qué es ese todo del que habla el PP? Ideario propio no, aunque se agradece que podamos saber cuál defenderá en unos años: el mismo que el del PSOE de ahora.

De momento les funciona esa cosa tan loca de arrastrarse ante quien te desprecia y fustigar a quienes ya tienen conquistados con la estrategia del susto o muerte. Lo que deberían de plantearse es hasta cuando les durará el chollo. Decía Feijóo sobre el aborto que la mentalidad española ha cambiado, ¿qué le hace pensar que no lo hará la del votante de derechas, pero respecto de su partido?

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