No necesitas estudiar nada, ni preparar nada. Vas y lo sueltas. Ni siquiera hace falta un piquito de oro. Te limitas a seguir el debate, más amañado que un combate de lucha libre, y de vez en cuando pones de manifiesto la experiencia acumulada tras haber ejercido de altísimo cargo público. Aseguran que eso gusta mucho a la audiencia porque para aburrirse ya tiene suficiente con el curro y la parienta, y escuchar a un cínico desvergonzado siempre te da para hacerte a la idea de ser un enterado más en la parroquia de los mentecatos. Los políticos en excedencia amenazan a los medios de comunicación. A falta de nicho en que envejecer con dignidad han elegido un comedero. Quizá el último.
No es ninguna noticia falsa sino una realidad de la temporada otoño-invierno en el cansino panorama político y viene a introducir modelos para usar y tirar. No hay incompatibilidades, porque decir tonterías con semblante adusto se puede hacer en el Parlamento, en el Senado o delante de un espejo. Los ex ministros José Luis Ábalos y Carmen Calvo se incorporan a la pasarela de tertulianos. Me sume en la perplejidad pensar en las inclinaciones sadomasoquistas de los ciudadanos. ¿Acaso no han tenido bastante durante la etapa de sus ministerios en la que estaban día sí y día también justificando algo, acusando a alguien o dedicados al sedentario deporte de tirar balones fuera? Es seguro que las empresas contratantes hicieron estudios de audiencia que les recomendaron los fichajes, porque nadie paga -y muy bien, imagino- por seguir diciendo boberías sin beneficios.
¿Son algo novedoso? Por más que me esfuerzo no lo veo. Más bien detecto un tufo a moho funcionarial, de eso que se denomina “de mandaos”, pero algo tiene el agua cuando la bendicen, según el equívoco refrán popular. No es que estos exaltos misioneros del Gobierno constituyan algo excéntrico sino el signo de lo que nos amenaza. El PP le sigue muy de cerca. A Cristina Cifuentes, que fue otrora presidenta de la Comunidad de Madrid con inclinaciones a sirlar frascos de perfume en grandes almacenes, la he entrevisto un día que buscaba sin éxito un informativo. Y tan puesta; con la razón por delante y que le quiten lo bailao. No hay programa que no cuente con García Margallo, exministro de Asuntos Exteriores y de lo que le echen, con su hablar pausado y su perenne aspecto de abuelo senequista; el icono del desaforado PP para templar gaitas.
No hay programa que no cuente con García Margallo, exministro de Asuntos Exteriores y de lo que le echen, con su hablar pausado y su perenne aspecto de abuelo senequista
Quién nos iba a decir que Rufián, el apellido más característico de nuestra fauna política, se iba a convertir en rostro de pantalla, entrevistador novato pero consecuente, que para eso le han puesto. Me pregunto si ganarán más en los medios de comunicación que en su cada vez más desvaída actividad parlamentaria. Pero todo se aprende con la práctica y quien ha salido de la nada más absoluta siempre puede aprovechar una ocasión para saltar a la gloria sin necesidad de cumplir en actividades tan prosaicas como ser diputado. De momento ha conseguido hacerse notar gracias a la entrevista a una joven belleza posmoderna, mujer delicada y con rostro que transpiraba empatía por todos sus poros, que a la pregunta de qué hacer frente a la extrema derecha respondió con un monosílabo concluyente: ¡Matarlos!
A mí el odio como delito me parece una estupidez. Acabarán llevando al BOE la envidia, la melancolía, la grosería y los malos modales. Esas cosas no se legislan a menos que se viva de engañar al personal. Atenuar el odio es una tarea civilizadora, que requiere tiempo y para la que no sirven tertulianos todólogos, ni políticos taimados. Lo más que puede una ley es mantener a raya las manifestaciones violentas del odio. No creo que por ahí vayan las inclinaciones ni de Rufián ni de su entrevistada; ¿qué sería de ellos sin odio? La política de los dictadores del siglo XX estuvo cargada de odio; incluso les hacía las veces de motor para mantenerlos en el poder. ¿Qué hubiera sido de Franco sin odio? Con la edad aseguran que se atenúa pero es una verdad a medias; lo que sucede es que pierden vigor, y además cabe tener en cuenta que si les ha ido bien significa que consiguieron liquidar a todos los que odiaban.
Admitamos que en el mantenimiento de la notoriedad no hay caso más emblemático que el de Pablo Iglesias Turrión. Fracasada la vía del poder político que obtuvo gracias a las combinaciones para formar gobierno, amenaza con convertirse en figura de los medios de comunicación. Programas en la SER y RAC-1, columnista en Ctxto, Gara y Ara, emulando con el pluriempleo a los paradigmas del gremio, César González-Ruano y Francisco Umbral, a los que soy alérgico desde la nada tierna adolescencia. Advierte que hará un “periodismo crítico”. Queda por saber qué entiende por crítico quien ha pasado por la vicepresidencia del gobierno y dirigido una organización política. Su primera aportación, tan humilde que amenaza decepcionar a sus lectores atentos, se refiere a la necesaria conquista de la “hegemonía cultural” por la izquierda. El manifiesto se reduce a un soliloquio con una idea que no alcanza la categoría de tal: hay que cerrar el camino de Vox hacia el gobierno.
Admitamos que en el mantenimiento de la notoriedad no hay caso más emblemático que el de Pablo Iglesias Turrión
Si el problema de la tan traída y llevada hegemonía intelectual de la izquierda se reduce a contratacar a Vox, para eso ya sirve el gobierno, cuyo adversario real es el PP y al que lo de Vox le viene como mochila. Lo primero que habría que preguntarse es quién otorga la supuesta credencial de izquierda. De momento, gracias a Podemos, la tiene Sánchez y de eso vive, gracias de nuevo a Podemos. La consideración de Vox como tarea política preferente no exige ningún esfuerzo neuronal ni las grandilocuentes exigencias del periodismo supuestamente crítico. Eso es ovejuno, es decir, de rebaño. Si una parte sustancial de la clase trabajadora vota a Vox más que a Podemos se debe a varias razones, no demasiadas, pero hay una que es capital. La izquierda, en el poder y en los medios adictos, ha perdido no la virginidad, que eso viene ya de lejos, sino la coherencia.
Sin el valor de la coherencia ética e intelectual sobra ya plantearse tareas de mayor fuste, como la hegemonía. La sugerencia parece una obviedad: que se miren en el espejo de su trayectoria y luego teoricen. Lo demás es alfalfa semántica: ”compartir espacios de reflexión estratégica”. ¡Menos globos!