Opinión

Estabilidad financiera

Todos somos conscientes de que el progreso en una sociedad moderna descansa sobre unos pilares básicos: la predictibilidad de las instituciones y los poderes públicos, la estabilidad macroeconómica, y la estabilidad financiera.

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  • Billetes de euro. -

Todos somos conscientes de que el progreso en una sociedad moderna descansa sobre unos pilares básicos: la predictibilidad de las instituciones y los poderes públicos, la estabilidad macroeconómica, y la estabilidad financiera.

En cuanto a la primera, en este mal llamado orden liberal internacional (que de liberal tiene poco, por no decir nada), las empresas se ven sometidas a legislaciones cambiantes sobre todo tipo de cuestiones: fiscales, laborales, medioambientales, etc. Una regulación crecientemente compleja, y cambiante, no ayuda a las empresas a invertir y crear empleo. En cuanto a la estabilidad institucional, los titulares de todo tipo de medios de comunicación vienen a confirmar los malos tiempos que vivimos. Por cierto, que esto ocurra también en otros países no sólo no debe ser motivo de consuelo, sino que debe llevarnos a una mayor preocupación: el deterioro institucional es precisamente más peligroso cuanto más generalizado es.

En cuanto a la estabilidad macroeconómica, para aquellos de nosotros que vivimos la crisis del petróleo o las múltiples crisis del mundo en desarrollo, no presenta dudas. Baja inflación, niveles de déficit público reducidos, endeudamiento público y exterior moderados, son prerrequisitos de una sociedad próspera. Las nuevas generaciones, que han convivido con la estabilidad que nos ha proporcionado la pertenencia al euro, y también con la exuberancia irracional de los tipos negativos, pueden estar subestimando la importancia de estos elementos.

La estabilidad financiera puede ser definida como la capacidad del sistema financiero para financiar las decisiones de consumo e inversión de familias y empresas, en el corto y medio plazo. Cuando está ausente (en periodos de inestabilidad financiera), las empresas y familias pasan a encontrarse ahogadas financieramente, lo que provoca un impacto sobre la economía real, una recesión, mucho más profunda y dañina.

La reciente crisis del euro y del sistema bancario en España (que empezó en 2007 pero cuyo clímax no se vivió hasta finales de 2011 y principios de 2012) ha dejado un recuerdo muy intenso: no en vano España sufrió la peor recesión desde la Guerra Civil. Por tanto, la necesidad de preservar la estabilidad financiera está grabada a fuego en la sociedad española. A pesar de ello, el transcurso del tiempo hace que se olviden ciertos rasgos de ese momento tan intenso y duro que nos tocó vivir. En concreto, el énfasis sobre la crisis de bancos y (mayoritariamente) cajas de aquellos años nos hace olvidar otros rasgos de la crisis financiera, y por tanto otras fuentes de inestabilidad financiera.

La primera amnesia se refiere al papel jugado por el sistema financiero en la sombra (o, si se prefiere, la banca en la sombra). En efecto, y aunque su papel fue limitado en la crisis española, los operadores de la banca en la sombra, desde vehículos de propósito especial (SPVs, y SIVs) a compañías de seguros con actividad muy intensa en los mercados de riesgo de crédito, tuvieron un papel destacado en la génesis de la crisis. En otras palabras, el arbitraje regulatorio y la opacidad en la traslación del riesgo de crédito dentro del sistema financiero fueron un elemento, no sólo presente, sino clave para explicar la intensidad y el carácter global de la crisis.

El sistema financiero en la sombra no sólo ha crecido en todas las economías de nuestro entorno, sino que sigue caracterizado por una opacidad importante

Más de una década después, hemos logrado tener unos bancos sólidos y rentables, lo cual es un bien social de inmenso valor -por cierto, se olvida con excesiva frecuencia que la rentabilidad bancaria es la primera barrera de defensa frente al riesgo-. Pero se han ignorado los elementos de opacidad y arbitraje presentes en la crisis y que la agravaron. El sistema financiero en la sombra no sólo ha crecido en todas las economías de nuestro entorno, sino que sigue caracterizado por una opacidad importante. Para los que llevamos décadas apuntando a esta debilidad de la respuesta a la crisis, es un pobre consuelo escuchar las declaraciones de los responsables y expertos en política financiera sobre la necesidad de solucionar el problema: si ya tuvimos arbitraje regulatorio de bancos hacia la banca en la sombra a principios de siglo, con unas normas bancarias más exigentes ya podríamos haber visto tras la crisis que íbamos a tener más arbitraje, más sistema financiero en la sombra, y más opacidad. Estamos reaccionando tarde, y esperemos que no sea demasiado tarde.

Por último, otro olvido persistente es el referido al mercado de deuda pública. En efecto, para los que vivimos la crisis en primera persona, recordamos perfectamente el peligro de contagio, las dificultades de financiación de bancos perfectamente gestionados y sanos, pero también las dificultades de financiación que experimentaron los mercados de deuda pública de los países del Sur de Europa en momentos puntuales. En el caso español, a pesar de unos niveles de deuda relativamente reducidos (la deuda publica en porcentaje del PIB alcanzó un 84% del PIB en 2012), hubo que solicitar un rescate bancario europeo de 100.000 millones porque, simplemente, los mercados no estaban dispuestos a financiar al Tesoro Público. La disciplina de mercado, como vimos, puede ser súbita y brutal, y actúa en los momentos clave restringiendo cantidades (y no subiendo precios, como dicta la economía y el sentido común).

En definitiva, nuestra memoria selectiva nos hace obviar los prerrequisitos de la estabilidad financiera que recaen en partes ajenas al sistema bancario. Por cierto, ahora que toca diseñar nuevos presupuestos, a lo mejor sería bueno recordar la llamada de Echegaray a mantener un santo temor al déficit: no hay en estos momentos una mejor contribución a la estabilidad financiera de España.

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