Opinión

Koldo, la perragorda de la corrupción

Si ha leído La Colmena de Cela o vio en su momento la película del mismo nombre que en 1982 dirigió Mario Camus, le resultará inolvidable el nombre de doña Rosa, la dueña del café en el que

  • José Luis Ábalos y Koldo García, su ex asesor

Si ha leído La Colmena de Cela o vio en su momento la película del mismo nombre que en 1982 dirigió Mario Camus, le resultará inolvidable el nombre de doña Rosa, la dueña del café en el que se maltrataba a los trabajadores y a los clientes que pedían más azúcar para el café o bicarbonato para calmar los ardores y vinagres de la úlcera, afección tan generalizada en la España de la postguerra. Ahora esa dolencia, que otros combatían a base de leche caliente, ya es prácticamente inexistente, pero sus efectos se hacen notar con facilidad cuando uno lee el periódico o escucha en la radio la voz de Pedro Sánchez asegurando que en su partido la tolerancia con la corrupción es cero. Sí, cero patatero, que decía Aznar, otro presidente que también se llevaba regular con la verdad.

“No perdamos la perspectiva, yo ya estoy harta de decirlo, es lo único importante. Doña Rosa va y viene por entre las mesas del café, tropezando a los clientes con su tremendo trasero”.

En la voz de María Luisa Ponte, que fue la actriz que encarnó el papel de doña Rosa, sus palabras lejos de ser una invocación o una queja, resultan ser una orden. Pero lo cierto es que tenía razón. Incluso en los momentos más ingratos conviene que no perdamos la perspectiva de las cosas. La perragorda, diez céntimos de peseta, era una moneda que traía en su reverso la imagen de un león, que su desgaste terminaba pareciéndose a un perro gordo y deforme, y de ahí su sobrenombre con que llegué a conocerla. 

Bien, tomemos en consideración el consejo de la dueña del miserable café de aquel Madrid de 1942. No perdamos la perspectiva. Y no la perdamos con los señuelos que el Gobierno y sus voceros siembran cada vez que pueden, y pueden mucho, a la hora de hablar de la corrupción.

Los diversos grados de la corrupción

A diferencia de otras circunstancias, la corrupción es fácilmente reconocible, aunque no toda ella es igual. La corrupción es gradual y nada inocente cuando la confundimos para beneficio e interés de quien manda. Koldo, o el caso Koldo, es el chocolate del loro de la corrupción. Si, es muy llamativo. Da mucha vida a los columnistas, y marcha a las tertulias. Cierto, su aroma a sobaquina recuerda a Torrente y a sus compinches y facilita las gracietas, los memes y ahorra trabajo a los periodistas a la hora de titular.

Pero insisto, Koldo no es nadie. Es sólo un paria, un pobre hombre que cumple con el guion que le han dado y que está sirviendo para entretenernos, precisamente para eso, para despistar a los ciudadanos que alarmados descubren una vez más que hay un grupo de oscuros comisionistas que roban y se llevan las mordidas que convierten en pisos en Benidorm y terrenos en la costa mediterránea.

Corrupción con mayúsculas. Presidente a cambio de una infausta ley de amnistía que borrará los delitos de tipos que ya están afirmando que volverán a cometer los mismos actos por los que han sido indultados y serán amnistiados

Mientras estemos pendientes del tal Koldo, el presidente del Gobierno va por toda España proclamando que el grado de tolerancia de corrupción en su partido es cero. Ni da ganas de reír ni de llorar. Como todo lo que dice este señor, rey de las mentiras y artista de los cambios de opinión, hay que detenerse un momento y analizar lo que dice, por qué lo dice y cuando.

Ahora el asesor de Ábalos acaba de conceder su primera entrevista para asegurar lo que todos dicen cuando los pillan, que él es inocente y que Ábalos está siendo maltratado. Es curioso, cuando menos, cómo Ábalos se cuida mucho para no hablar mal de Koldo y este hace lo propio con el exministro. Curioso también que Koldo se despache en una entrevista en OK Diario, pero días atrás enmudeciera frente al juez. Qué más da.

Mientras nos entretenemos con toda esta calderilla de la corrupción, nos vamos olvidando de la refinada corrupción que nace, crece y se desarrolla desde que Pedro Sánchez es presidente a cambio de siete votos. Corrupción con mayúsculas. Presidente a cambio de una infausta ley de amnistía que borrará los delitos de tipos que ya están afirmando que volverán a cometer los mismos actos por los que han sido indultados y serán amnistiados. Corrupción con mayúsculas. Presidente a cambio de perdonar una deuda millonaria a Cataluña.

A quien no le guste, que se aguante

Nada le importa a Sánchez, sólo mantenerse en el poder. Aguantar. Miente una vez más cuando asegura que la legislatura durará cuatro años. ¿Cómo lo sabe? Ahora, un senador de Puigdemont con pinta de mosén carlistón proclama en la Cámara Alta que la ley de amnistía será aprobada, y a quien no le guste que se aguante. Y no nos gusta a la mayoría de los españoles. Gobernar en contra del pueblo y legislar en y por propio interés, es una de las formas más sutiles, pero también más graves de corrupción. No perdamos la perspectiva. Nada de esto estaría sucediendo si Sánchez hubiera sacado siete votos más. No lo olvidemos hoy, no lo olvidemos mañana. Y por lo que pueda pasar, no lo olvidemos nunca.      

Memoria personal del 11-M

Yo era director de la agencia de noticias Servimedia, en ese momento y ahora un medio de comunicación propiedad de la ONCE. Tuve dos llamadas desde la órbita del Gobierno, poco importa quién las hiciera. Basta con decir que llamaban personas que creían que podía presionar para que nos apuntáramos a la tesis oficial del Gobierno Aznar. Se me llamó por teléfono para decirme que no tuviera duda de que ETA estaba detrás del atentado. Y después se me volvió a llamar para decirme -es una forma suave de relatarlo-, que Servimedia se preparara porque nos iban a enviar desde la Agencia EFE un editorial sobre los atentados, y que debíamos lanzarlo a nuestros abonados nada más llegar. En la segunda llamada le dije a mi interlocutor que Servimedia daba noticias no editoriales. Me respondió que no podía perder el tiempo y que esto es lo que había, o lo aceptaba o no lo aceptaba, terminó diciendo y no precisamente de forma amable.

A continuación, llamé al presidente de la Corporación de empresas de la ONCE y le conté lo ocurrido en esas dos comunicaciones. Su respuesta fue para mí una lección de dignidad en un momento en que tanta gente la estaba perdiendo entre mentiras y suposiciones. Me escuchó. No interrumpió mi relato en un momento en el que los nervios y las emociones hacía que todos habláramos atropelladamente. El presidente me dijo: Tranquilo. No te sientas presionado. Haz lo que honradamente creas que has de hacer. Y eso hice.

La agencia siguió dando noticias y no opiniones, y menos un editorial escrito desde un medio oficial con una versión de los hechos que, ya el día 12, empezaba a ser disparatada. Al día siguiente pregunté al presidente de la Corporación si le habían llamado desde Moncloa o desde la oficina del portavoz Eduardo Zaplana, y si tenía que saber algo que no supiera tras las llamadas. Su respuesta fue una elocuente sonrisa. Tuve y tengo hoy la seguridad de que lo llamaron para que me ordenara lo que yo no quería hacer. Justo es recordar que aquel presidente se llamaba y se llama José María Arroyo

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