El contraste entre la política vasca y la que se viene ejerciendo, o padeciendo, en el resto de España, no puede ser más visible. Nada que ver. La animadísima bronca electoral nacional es desconocida en mi tierra, donde los votantes han comprado sin titubeos el mensaje de calma y buenos alimentos que viene ofreciendo el PNV desde que el Lehendakari Urkullu es su mentor y su icono.
El alcalde de Vitoria, el peneuvista Gorka Urtaran, fue quien lo expresó con mayor claridad cuando dijo en campaña que su partido ofrecía a los vascos “riesgo cero”. Sus vecinos le escucharon y le han pagado con una victoria que el PNV no tenía en la capital vasca desde hacía 25 años, eso además de ganar las otras dos capitales y las tres diputaciones forales. No hay que descartar que la alergia desarrollada por los vascos después de haber corrido tantos riesgos durante tanto tiempo sea el motivo de esa adicción a la moderación.
En estas elecciones, la tradicional alianza entre los nacionalistas del PNV y los socialistas del PSE, tan apreciada siempre por la opinión pública vasca biempensante, se consolida, y no solo eso sino que, pese la auténtica inundación de poder que logra el PNV, los socialistas vascos, sea por el efecto Sánchez o por méritos propios, aguantan más que bien (con un borrón en Donostia).
No hay que descartar que la alergia desarrollada por los vascos a la crispación esté detrás de esta nueva adicción a la moderación
Tampoco hay que despreciar otro punto de vista: que el multipartidismo, que aún es ruidosa novedad en el resto de España, en Euskadi es cosa de toda la vida, y que allí se han visto pactos del PNV con el PSE-PSOE, del PNV con la izquierda abertzale, del PNV con el PP, del PP con el PSE-PSOE, del PP con la izquierda abertzale (sí, Maroto en Vitoria), etcétera. En fin, un multipartidismo en el que todos los políticos hablan ya hace mucho tiempo entre ellos y que los votantes se ve que premian.
Los populares vascos lo sabían muy bien y han tratado en campaña de no perder el tren de la moderación, de la mano de Alfonso Alonso, pero sin éxito. Puede que el propio prestigio nacional de sus dirigentes alaveses, que no su poder real, sea lo que les haya atado a los mensajes que se emitían desde Génova, buenos para Casado pero que en Vitoria se veían con extrañeza y aun con espanto. Llevar a Rajoy a decir “a nosotros nos puede votar todo el mundo”, como hicieron, fue un buen intento, pero no ha bastado para evitar que los populares pierdan un 35% de voto en el que fue su feudo alavés.
Ha sido precisamente Borja Sémper, el candidato popular donostiarra que se resistía activamente a plegarse al perfil nacional de su partido, quien ha obtenido un resultado mucho más que digno. Eso sí, con mensajes claramente alejados de los del PP; por ejemplo el slogan "No es política, es San Sebastián", e incluso ocultando las siglas de su partido en la campaña. Acierto que le ha valido mantener sus tres concejales, crecer en votos y superar a Podemos en una plaza nada fácil.
A los abertzales les resulta imposible desprenderse de su inocultable responsabilidad con la peor parte de la historia de Euskadi
Esos réditos de la moderación que han hecho millonario en apoyos al PNV, han preservado también la bolsa de votos de Podemos, que aguanta en Euskadi algo mejor que en otros lugares de España, bloqueando de paso el posible crecimiento de un EH Bildu que esperaba pescar en el previsible fracaso de los morados. No ha sido así. A los abertzales les resulta imposible desprenderse de su inocultable responsabilidad con la peor parte de la historia de Euskadi, sobre todo cuando hace cuatro días exigían la liberación de Ternera, y los votantes más o menos radicales que un día les robó un entonces exultante Podemos, no volverán.
Y no olvidemos el broche final que dibuja la total independencia de la política vasca respecto a la nacional: ni Ciudadanos ni Vox han logrado un solo concejal, ni un solo cargo público en ninguno de los tres parlamentos forales ni en ninguno de los 251 municipios vascos. Ahí queda.