En esta nuestra querida España, el análisis de los datos, la dialéctica, la argumentación, el debate y la contraposición de ideas hace tiempo que fueron secuestrados por quienes hablan en nombre del sentido común, de lo correcto, de lo adecuado. Aquellos que osamos contraponer datos, mostrar evidencias empíricas que refutan ideas asumidas como verdades indiscutibles, y, en definitiva, discrepar, pasamos a formar parte de la disidencia. Y si además rechazamos, combatimos y atacamos ideas sustentadas y financiadas por la superclase, directamente engrosaremos el pelotón de los populistas. ¡Menudos son ellos!
Me temo que ante los datos que hoy aportaremos, las explicaciones del por qué, las recetas y propuestas alternativas, la respuesta no será un debate sosegado, una confrontación de ideas, un cómo podemos mejorar. ¡No, qué va! Simplemente, tratarán de ocultar la evidencia y, si no pueden porque ya es tarde, intentarán desacreditar el estudio en cuestión. Eso sí, de vez en cuando a alguien le entra remuerdo de conciencia, se confiesa en público y, pelillos a la mar, olvidémoslo. Pero si volviera a ocurrir lo mismo, actuarían de la misma manera. Recuerden el cinismo extremo del presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, cuando afirmó “no fuimos solidarios con Grecia, la insultamos”. En realidad, no es un tema de incompetencia estructural, que también, sino de defensa de interés de clase.
20 años después: ganadores y perdedores
Todo ello viene a colación del último estudio realizado, sorpresivamente, por economistas adscritos a un think tank alemán, sobre lo que ha supuesto el euro para distintos países europeos que forman parte del mismo, tratando de cuantificar cuáles son ganadores y quienes perdedores. Los países analizados son Bélgica, Alemania, Francia, Grecia, Italia, Holanda, Portugal y España. Bajo el sugerente título 20 years of the Euro: Winners and losers los economistas Alessandro Gasparotti y Mathias Kullas, del instituto alemán Centre for European Policy, proponen como método de análisis un original procedimiento cuantitativo destinado a la evaluación del impacto de políticas públicas. Concretamente, la pregunta que se hicieron los autores fue la siguiente: ¿Cuál sería el PIB per cápita de un país específico de la zona Euro si ese país no hubiera introducido el euro? Para responder esta pregunta utilizaron el método de control sintético, procedimiento estadístico que permite cuantificar los efectos de una medida política -en este caso, la introducción del euro- sobre la base de una medida específica -en este caso, el producto interior bruto per cápita. Utilizando el método de control sintético, la tendencia real del PIB per cápita de un país de la zona del euro puede compararse con la tendencia hipotética suponiendo que dicho país no hubiera introducido el euro (denominado escenario contrafactual). El escenario contrafactual se genera extrapolando la evolución del PIB per cápita de otros países que no introdujeron el euro y que en años anteriores presentaban una evolución económica muy similar a la del país de la zona euro considerado (grupo de control).
España, de 1999 a 2010, se benefició de la introducción del euro, pero desde 2011 la adhesión al euro ha dado lugar a una reducción de la prosperidad
Los resultados obtenidos muestran que Alemania es, con mucho, el país que más ha ganado con la introducción del euro: casi 1,9 billones de euros entre 1999 y 2017. Esto equivale a unos 23.000 euros por habitante. Por lo demás, sólo los Países Bajos han obtenido beneficios sustanciales de la introducción del euro. Por el contrario, ha desangrado a los países del sur de Europa, especialmente a Italia, Francia, y Portugal, y, en menor medida, a Bélgica y España.
En los primeros años después de su introducción, Grecia se benefició enormemente del euro, pero desde 2011 ha sufrido enormes pérdidas. En todos los demás países analizados, el euro ha provocado un descenso de la prosperidad: 3,6 billones de euros en Francia y hasta 4,3 billones de euros en Italia. En Francia, esta cantidad asciende a 56.000 euros per cápita y en Italia a 74.000 euros. España, de 1999 a 2010, se benefició de la introducción del euro. Pero, desde 2011, la adhesión al euro ha dado lugar a una reducción de la prosperidad. Las pérdidas alcanzaron su punto máximo en 2014. Dado que las reducciones anuales de la prosperidad entre 2011 y 2017 fueron superiores a las ganancias anteriores, el saldo global sigue siendo negativo, de 224.000 millones de euros o 5.031 euros per cápita. Estos son los datos, pero habrá que buscar un por qué.
Un sistema defectuoso
Permítanme avanzarles que estos resultados nada tienen que ver con el buen hacer de alemanes y holandeses, chascarrillos y tópicos demasiado manoseados, sino con una estructura, arquitectura y lanzamiento del euro absolutamente erróneos. La Unión Monetaria Europea (UME) es un sistema defectuoso desde sus orígenes. El economista y profesor australiano William Mitchell en su libro Eurozone Dystopia Groupthink and Denial on a Grand Scale, traducido al español, en una excelente versión, por la editorial Lola Books bajo el título La Distopía del Euro: Pensamiento Gregario y Negación de la Realidad nos detalla cómo se hizo caso omiso de los informes precedentes (Werner, 1970; MacDougall, 1977) donde se avisaba de la necesidad de una instancia fiscal federal y de los peligros de dejar todo en manos de una Banco Central, como una parte no constituyente del gobierno, y de establecer, en este contexto, unos tipos de cambio fijos entre los estados miembros.
El estudio de Gasparotti y Kullas muestra que Alemania es, con mucho, el país que más ha ganado con la introducción del euro: casi 1,9 billones de euros entre 1999 y 2017
Los nuevos datos de análisis ratifican que se ha producido un trasvase de renta del sur hacia el centro, especialmente en épocas de crisis. En primer lugar, a través de un tipo de cambio que ni por casualidad tendrían Holanda, y, mucho menos Alemania, si no existiera la Unión Monetaria. Sus monedas se revalorizarían alrededor de un 30% respecto al nivel actual del euro. Pero Alemania a fecha de hoy sigue sin querer reducir/reciclar sus superávits por cuenta corriente mediante políticas que faciliten un mayor consumo de sus familias. No contentos con ello, nuestros estimados amigos teutones tampoco quisieron asumir las consecuencias del riesgo precio de las inversiones de sus bancos. Éstos canalizaron el ahorro de los alemanes hacia actividades y activos sin llevar a cabo el correspondiente análisis de riesgos, obligando a españoles e irlandeses, por ejemplo, a rescatarles mediante la socialización de pérdidas bancarias privadas. Los muy trabajadores y honrados acreedores alemanes obligaron a sus deudores a tratar sus deudas bancarias privadas como si fueran deuda soberana. Para rematar el coctel, impusieron una devaluación salarial y restricción fiscal. Solo cuando se relajó la política fiscal y el BCE empezó a financiar a los Tesoros y al sector privado europeo, en el mercado secundario, España empezó a respirar.
A fecha de hoy Alemania sigue aún sin asumir una unión fiscal, una unión bancaria, y/o un mercado de eurobonos, que implicaría un proceso de mutualización de las deudas dentro de Europa y la imposición en los mecanismos de resolución en los rescates bancarios a costa de acreedores y no de contribuyentes. Pero el escenario y el tablero global se mueve, y Alemania está empezando a sufrir en sus carnes el cambio del paradigma que rige la geopolítica mundial. Por un lado, la desaceleración del comercio global le afecta de lleno. Por otro, la banca teutona sistémica que canalizó los ahorros de sus compatriotas apostó mal en el casino global y está siendo carne de cañón para los especuladores. Por eso, ahora sí querrán los países del centro de Europa todo aquello que negaron a sus vecinos del sur. La respuesta nuestra debería ser clara, antes se debe cambiar radicalmente el euro respecto a lo que es hoy.