Hay dos familias tradicionales entre la gente marisquera. La del mejillón, poderosa y acomodada. La del percebe, humilde y arriesgada. El mejillón crece apacible en las bateas, enormes balsas de madera que se cotizan a unos 800.000 euros la unidad. Tener una batea es como tener un pozo de petrolífero en Texas o una mina de diamantes. El molusco se cultiva y se recoge como la hortaliza, sin mayores riesgos para el operario y con enorme ganancia para el propietario. El percebeiro, por contra, se juega la vida entre las escarpadas rocas y las embestidas salvajes de la mar. Muchos muertos. Son los parias del sector. Su mercancía es un lujo y sus ingresos, una birria.
A Alberto Núñez Feijóo le llegó la hora de abandonar su apacible pasar en la batea de la Xunta, acolchado por sus confortables e inexpugnables mayorías y lanzarse de una vez al endiablado mundo del percebe, inhóspito oficio propio de desesperados o de héroes. Esta vez, sí. Ya toca. El líder gallego, eterno delfín de Rajoy, renunció a dar la batalla en las primeras primarias del partido. Quería ir solo, bajo palio, sin competencia ni rivales. "Mira Mariano, sólo me presento si voy solo". No pudo ser. Cospedal y Sáenz de Santamaría se lanzaron al combate y al final, también Casado dio el paso. Tres son multitud y el gallego se quedó en su guarida.
Meigas, nigromantes, augures, pitonisas y politólogos se afanan estos días en escrutar el futuro y despejar la gran incógnita. ¿Esta vez, sí? ¿Vendrá el gallego a Madrid a sentar definitivamente sus reales en Génova. Procederá a la limpieza de la bellaquería allí imperante y afrontará la regeneración pendiente? No hay respuesta clara y decidida, aunque quienes conocen el paño adivinan que finalmente habrá fumata blanca con percebes. Especialmente tras la renuncia de Teodoro García Egea y la convocatoria del Congreso extraordinario.
Renuncia de Casado, celebración del concilio extraordinario del PP y afrontar con urgencia la tarea de la regeneración de unas siglas maltrechas, estas son las prioridades de la agenda del gallego
Feijóo tiene 60 años y lleva más de la mitad de ellos en la política (tenía 32 años cuando le pusieron al frente del Insalud, en Madrid, más de 400.000 almas bajo su mando); es hombre prudente, precavido, sigiloso y tranquilo. En un plis plas, ha pasado de delfín a tiburón. El destino, y su buen manejo, lo ha convertido como referente del principal partido de la oposición, en figura primordial en el esperpento en el que anda sumido el PP. Busca ahora una salida rápida y sensata al disparate, una fórmula para frenar el mortal deterioro de la marca.
Ahora, por mor de esta pareja de insensatos, las siglas PP producen recelo y hasta rechazo. Lo idóneo sería, tras la renuncia de Casado, proceder a la convocatoria de un congreso extraordinario en el que, sin rival alguno y con la anuencia de todo aquel que tiene mando en el partido, lo encumbren al sillón principal de Génova. Para ello, el actual presidente, impulsado por su consejero máximo ahora defenestrado, ensayó una defensa numantina, dispuesto a llegar hasta el concilio mayor del PP con posibilidades de victoria. Vano afán. Perdió el pulso de forma estrepitosa y hasta vergonzante. Cuando mezcló las comisiones del hermano de Ayuso con los 700 muertos diarios de la pandemia cavó su fosa. Sólo la izquierda perdona tales infamias.
Ha logrado Feijóo, en una vertiginosa y oportuna maniobra, la proeza de sumar la unánime voluntad de todos los barones, incluido el murciano -Miras quién baila-, así como la de todos los condes, vizcondes y demás señoritos del organigrama pepero. Los caciques regionales lo apoyan, los mandos intermedios lo anhelan, los conserjes de planta le desean larga vida. Hasta la lideresa Ayuso, atribulada por el desfile judicial de su hermano, se ha alineado en sus filas sin reservas.
Muchos interrogantes quedan en el aire sobre el papel que encarnará el hasta ahora príncipe de las bateas (con permiso de ese afamado futbolista).
El líder gallego se ha puesto el traje de percebeiro. Ha logrado sacar a Casado de las rocas en las que estaba firmemente incrustado. Tocará luego el otro desafío: extirpar al gran perece Sánchez del acantilado de la Moncloa
-¿Vendrá para quedarse? Es decir, una vez desalojado el casadismo de Génova, ¿se mantendrá al frente de la nave para competir con Sánchez en las elecciones del 23/24?
-¿Actuará tan sólo como un mero interino, al estilo de Javier Fernández, quien dirigió la gestora del PSOE cuando la rebelión de Sánchez? "Tomaré decisiones en virtud de lo que el partido me pida". Ahí está. Este es el punto de la gran duda.
-¿Cómo plantará cara al líder socialista sin tener escaño en el Congreso? La historia de Hernández Mancha se repite. Al elegido de Fraga hubo que improvisarle un título de senador por Andalucía al objeto de disponer de voz en el Parlamento.
-¿Cómo lidiará el 'efecto Vox', en imparable escalada? Feijóo ha mantenido a raya a las huestes de Abascal, que no han logrado un solo escaño en tierra gallega. En la nueva etapa, lo necesitará para sumar mayorías y hasta para, llegado el caso, entrar en la Moncloa.
-¿Qué ocurrirá con Galicia, aún con dos años hasta los próximos comicios regionales? ¿Quién gobernará ahora ese esquinazo peninsular que ha devenido, una vez más, cuna de caudillos?
Preguntas sin respuesta aunque con intuiciones razonables. Todo indica que el PP camina hacia un congreso con candidato único. Ayuso, que sería la candidata natural a las generales ha confirmado que lo suyo es Madrid. Si da el paso, Feijóo lo hará para quedarse. Nada de llego, lo 'mato' (políticamente) y me vuelvo. Cuando un gallego ocupa una plaza no la suelta. Cuando se hace con el poder, lo ejerce. Esta duda la tiene más que resuelta. Las demás cuestiones se están despejando en estas horas de agitación, nervios y rendiciones. El líder gallego se ha puesto el traje de percebeiro. "Es el adulto en esta era de puerilidad", ha sentenciado Cayetana Álvarez de Toledo. Ha logrado sacar a Casado de las rocas en las que estaba firmemente incrustado. Tocará luego el otro desafío: extirpar al percebe Sánchez del acantilado de la Moncloa. Pero esa ya es otra historia.