Génova, esa torre en ruinas morales que quiso vender Casado pensando, como lo hacen los necios, que recibiría por ello el aplauso de la prensa, se ha convertido en el lugar de su cobarde final político ante la mirada atónita de todos. Ha causado incluso pudor por el patético espectáculo de ceguera y falta de coraje en el único momento en el que no puede faltarte.
Poco interesa ahora la forma de despedir a quien ya no se espera cuando es tan acuciante resolver el problema que contribuyó a crear durante su vida política de servidumbre al PSOE, cuyos intereses confunden tantos con los del Estado. Casado el primero, pero no el único.
Impedir una alternativa de poder al Gobierno de Pedro Sánchez es el principal objetivo de los socialistas, conscientes que jamás subirán de los 120 escaños, siendo la solución impedir que el otro sume. La trampa del cordón sanitario a Vox con ataques furibundos que dan contenido a eso que se llama delito de odio estaba funcionando, pues quien ejercía de líder de la oposición ya era el principal defensor de ese cerco antidemocrático sobre su único socio posible de Gobierno para construir una alternativa.
El espectáculo en medios de comunicación de la izquierda defendiendo a Pablo Casado como la derecha necesaria, cuando le tildaban de extremista cada vez que no actuaba según los intereses de los socialistas, debería ser clarificador, incluso para un autodenominado centrista, de la importancia de romper el cordón sanitario sobre Vox, no sólo porque sea lo moral, sino aunque sólo fuese como medida de autoprotección. La campaña de estigmatización feroz que hay en medios hacia los de Abascal se ha visto acelerada en su virulencia estos días por su incremento en las encuestas en medio de la crisis del PP. En ese contexto el diario El País ha llegado a publicar un reportaje sobre los supuestos apoyos que habría para su ilegalización.
Ese incremento de voto para Vox debería plantear preguntas a cualquiera con un mínimo de honestidad intelectual sobre el peligro de la estigmatización
Pocas cosas me provocan más pereza que los superficiales y erróneos análisis de esas subidas con esa vacuidad posmoderna tan manida llamada polarización, que no explica nada. Pero ese incremento de voto para Vox debería plantear preguntas a cualquiera con un mínimo de honestidad intelectual sobre el peligro de la estigmatización, por si mañana recayese sobre uno mismo dicha losa. ¿Qué ha pasado para que tantas personas “normales” aunque con la tara en su ciudadanía por ser votantes de derechas ahora sean extremistas, radicales, xenófobos y enemigos de las mujeres dispuestos a votar a quien ellos han prohibido?
Las personas que han rechazado las prácticas mafiosas que han cambiando su voto por otro partido, que puede defender al menos parte de sus intereses, son al parecer esos peligrosos fascistas a los que hay que perseguir e ilegalizar toda posible representación. Este hecho no sólo debe alertar a cualquier demócrata decente que aspire a hacer respirable el espacio público protegiendo unos mínimos valores democráticos, sino a cualquiera que pretenda permanecer en él sin perder su ciudadanía aunque se discrepe con dicho partido de sus medidas.
Se alimenta el mantra de que la moderación la representa un partido que es el principal peligro para las instituciones democráticas, el PSOE, a diferencia de otro que respeta el orden constitucional
Santiago Abascal ha dado esta semana una lección de sensatez y decencia política cuando afirmó que quería que el PP superase esta crisis porque era consciente que sin ellos no habría alternativa a Sánchez, que los ciudadanos en una democracia se merecen poder votar al partido cuyo programa comparten. Un discurso inaudito en España de respeto a las diferencias políticas, a la pluralidad, a la democracia y a la inteligencia. Un fascista verdaderamente desconcertante. Pero se alimenta el mantra de que la moderación la representa un partido que es el principal peligro para las instituciones democráticas, el PSOE, a diferencia de otro que respeta el orden constitucional y la separación de poderes.
La supuesta intelectualidad de este país desprecia dar la batalla de las ideas cuando es necesario hacerlo frente a las de la izquierda. Tampoco es que nadie les espere en dicha cuestión y por tanto en casi ninguna otra.
La derecha tiene tan interiorizada su falta de legitimidad para estar en el espacio público, con esa sensación de privilegio por llevar un salvoconducto en el espacio dominado por la izquierda mientras muestre públicamente su desprecio a quien ésta decida en cada momento, que ni comparece en su defensa alegando como justificación una negación de la realidad, síntoma inequívoco de estado postraumático que no salva ni el orgullo.
El movimiento en la derecha de estos años se debe a haber rebasado el inaguantable límite de tolerancia por el desprecio y repudio hacia sus valores, ideas y especialmente contra la realidad por parte de la izquierda. El futuro del Partido Popular en la era post Casado, que representó la sumisión al Partido Socialista, dependerá no de un nombre, sino únicamente de su actitud para defender a sus votantes como ciudadanos de pleno derecho.