No sé si a alguien más le pasa. Quizá sólo padezca un ataque subversivo ante la proliferación de publicaciones idénticas sobre el tema. O quizá pertenezca sin saberlo a un colectivo invisibilizado, como dicen ahora. Pero llevo un tiempo que no puedo evitar encontrar al feminismo oficial un coñazo, un sopor pesado, un aburrimiento.
Confieso sin ánimo de enmienda que ese catecismo desplegado por las privilegiadas del sector, entonando un quejido unánime por banalidades a veces inexistentes, siempre me resultó insoportable. No pude evitarlo al leer el titular del suplemento Smoda de El País: “Escritoras contra la brecha de autoridad: por qué los hombres todavía no leen a las mujeres”. “¿De qué tienen miedo?” —apostillaba el texto.
El evidente carácter castrador de este discurso, propio de antipáticas vigías del comportamiento social no sólo con hombres, se camufla de feminismo para imponer no sólo qué, sino a quién deben leer los hombres para no ser acusados de incultos. Se acabó el mundo en el que una actividad tan personal e íntima como es la lectura pueda ser decidida por algo distinto al sexo de la autora. El feminismo ahora es obligar a los hombres a leer a Danielle Steel o a Elvira Lindo, lo que me provoca un escalofrío por si lo siguiente es obligarme a mí hacerlo.
Una conclusión que podemos sacar de Von Mises, que no entra a hacer una valoración moral del socialismo, es que éste perjudica a quien dice defender, que no funciona
Pero si no puedo perdonar que estas protagonistas del feminismo oficial hayan convertido un movimiento inspirador y estimulante en un aburrimiento, en el que no podemos ni llevar minifalda por considerarlo un llamamiento a la islamofobia, menos puedo tolerar que las principales damnificadas de su discurso infantil y victimista, propio de la izquierda castradora, seamos las mujeres. Una conclusión que podemos sacar de Von Mises, que no entra a hacer una valoración moral del socialismo, es que éste perjudica a quien dice defender, que no funciona. El feminismo oficial empieza a menoscabar los intereses de las mujeres que no vivimos de él al crear la duda sobre nuestros logros.
Un buen ejemplo de ello es la denuncia sobre lo que denominan “brecha de autoridad”. No sólo porque los datos que facilitan ignoran que los lectores se rigen por la temática y no por el sexo del autor a la hora de comprar un libro, o que la industria editorial en España está copada principalmente por mujeres. El rechazo a esa denuncia de la brecha de autoridad ha de ser en términos conceptuales, puesto que se basa en la teoría de que “las mujeres que son consumidas principalmente por otras mujeres ganarán menos respeto, menos estatus y menos dinero”.
Valora más lo que leen los hombres, sin que una autora llegue a gozar de una verdadera autoridad o respeto hasta que no sea reconocida y leída mayoritariamente por ellos
Con este planteamiento de denuncia supuestamente en favor de la mujer, lo que se consigue es despreciar y arrebatar de autoridad lo que leemos las mujeres libremente. Valora por encima lo que leen los hombres, sin que una autora llegue a tener verdadera autoridad, ni respeto, hasta que no sea reconocida y leída mayoritariamente por ellos. ¿Hay algo más machista que entender que lo que interesa generalmente a las mujeres (según datos de ventas) no tendrá autoridad hasta que no interese también a los hombres? Me es imposible empatizar con el drama de una escritora superventas que se convierte, según el feminismo oficial, en víctima porque su público es principalmente femenino.
El feminismo como negocio
Otra apreciación a esa brecha de autoridad sin la cual –afirman-- los hombres entenderían mejor a las mujeres y ampliarían su cultura si las leyesen. Hay mujeres que no necesariamente dedicamos nuestros textos a desarrollar qué es ser mujer y cómo nos sentimos, sino a tratar temas que nos interesan siendo mujeres sin que esto sea el foco de nuestro interés. En muchas ocasiones se espera que las autoras se dediquen al feminismo o a cualquier asunto con perspectiva de género. La conquista cultural no es sobre el sexo de los lectores sino sobre los temas que podemos firmar sin que giren en torno al hecho diferencial de ser mujeres. Y esto ya va sucediendo.
Han conseguido convertir el feminismo en su negocio de la victimización y así no se escuchan las reivindicaciones sociales sobre problemas reales. ¿Cómo es posible que hayamos permitido que el feminismo deje de ser sexy, liberador, estimulante, capaz de inspirar y crear oportunidades para mujeres, en vez de atemorizarlas y hundir su autoestima al recrear un mundo lúgubre, opresivo y violador en uno de los mejores lugares del mundo para ser mujer e incluso para vestirse como tal, independientemente de quién lo haga? Un feminismo castrador de libertad es un obstáculo principalmente para nosotras.