Existe una impresión ampliamente extendida en la sociedad española, incluso entre muchos dirigentes socialistas, de que el período sanchista iniciado en 2018 está próximo a su fin. Abundan las especulaciones sobre la posibilidad de que, a su regreso de China, el renovador de colchones del dormitorio principal de La Moncloa sorprenda de nuevo a la afición o bien con una renovación en profundidad del Gobierno o bien -eventualidad dramática- con una convocatoria anticipada de elecciones. Puede alegarse no sin razón que la naturaleza del espécimen que encabeza el Ejecutivo es contraria a mostrar cualquier señal de debilidad o a arriesgarse a perder el poder, objeto único y obsesivo de su feroz transitar por la vida. Sin embargo, también es innegable que gobernar sin presupuestos, sin mayoría parlamentaria para aprobar temas de gran trascendencia bajo la presión de Bruselas, cubierto de negros nubarrones en el ámbito judicial europeo en relación a cuestiones clave como la exculpación por su siervo Pumpido de los responsables del saqueo de los ERE en Andalucía y asediado por escándalos muy graves de corrupción, resulta extraordinariamente difícil hasta para el híbrido de Calígula y el Conde Don Julián que padecemos.
En este contexto, para que la compleja ecuación nacional tenga una solución viable es necesario otro término, la presencia de una alternativa sólida, preparada, fiable y creíble, que permita afrontar la eventualidad de la desaparición de Sánchez con la garantía de que el futuro está despejado. A la hora de definir y configurar tan indispensable elemento de nuestro panorama institucional y político, no todo aparece con la seguridad y claridad deseables. Por supuesto, la pieza principal de esta operación es el Partido Popular y su presidente, Alberto Núñez Feijóo y, según la totalidad de las encuestas, fantasías oníricas de Tezanos aparte, con el complemento inevitable de Vox. Hay quién deja suelta la imaginación y, confundiendo España con Alemania o con democracias nórdicas, contempla la opción de una gran coalición PP-PSOE sobre la base de que los sucesores del autócrata se situarán en la línea Page-Lambán más que en la Bolaños-Montero. Los hay -algunos curiosamente reptan por la planta séptima de Génova 13- que forzando al límite el posibilismo cínico hablan de una entente del PP con los nacionalismos “de derechas”, es decir, con los golpistas catalanes y los camaleónicos miembros del Euskadi Buru Batzar. A estos últimos sólo hay que desearles que Dios les conserve la vista.
En el espacio social liberal-conservador es frecuente oír severas críticas al Partido Popular por su indefinición, sus complejos frente a la izquierda, sus veleidades woke y sus alianzas en el Parlamento Europeo con socialistas y verdes
Si nos atenemos a la realidad y no nos dejamos poseer por el deseo de prodigios esotéricos, la mayoría que surgirá de las próximas elecciones generales estará formada por entre 150 y 160 escaños del PP y entre 30 y 40 de Vox. Por supuesto, en el espacio social liberal-conservador es frecuente oír severas críticas al Partido Popular por su indefinición, sus complejos frente a la izquierda, sus veleidades woke y sus alianzas en el Parlamento Europeo con socialistas y verdes y, en cuanto a Vox, le llueven los reproches por su funcionamiento interno de corte estalinista, sus amistades magiares, su entusiasmo trumpista sin limite y sus tics autárquicos. Ahora bien, sin entrar a discutir sobre el mayor o menor fundamento de estas objeciones, no se puede orillar un hecho inescapable: esto es lo que hay y con estos bueyes hemos de arar. Además, por marcados que sean los defectos de estos dos partidos, comparados con la suma de despropósitos, mentiras, traiciones, expolios fiscales, fechorías inconstitucionales y capacidad de destrucción del engendro capitaneado por el resiliente del Peugeot e inventor de las urnas ocultas por un biombo, son un paradigma de patriotismo, honradez, sensatez y clarividencia. Más que recrearnos en poner de relieve las fragilidades, vacilaciones y torpezas de las dos fuerzas llamadas a salvar a España de la ruina material y del descrédito moral, es misión de las capas más dinámicas, informadas y creativas de nuestra sociedad civil debidamente articuladas en toda surte de entidades de los más diversos fines pero unidas por la voluntad común de defender la libertad, la Constitución y el imperio de la ley, el guiarlas y aconsejarlas, si se dejan, y en crear el estado de opinión apropiado para que alcancen el éxito que nos evite el fracaso colectivo al que estamos abocados en manos de la banda comunista-separatista-filoterrorista-psicopática que ahora exprime nuestros bolsillos, nos avergüenza internacionalmente y socava nuestra pervivencia como Nación soberana, unida, respetada y próspera.
Para terminar, dos apuntes dirigidos al equipo de comunicación que asesora a Feijóo, sin duda con la mejor voluntad, pero no siempre con la requerida competencia: el primero es que “Gobierno a la espera” no es un buen eslogan en la medida que refleja pasividad y resignación, cuando lo que exigen nuestros conciudadanos en estas horas inciertas es determinación, coraje y decisión. La expresión adecuada es “Gobierno a punto”. El segundo es que al afirmar que el del PP será un gobierno “de valores” uno debe estar preparado para responder a la pregunta automática: ¿Cuáles son esos valores? Por ello, lo eficaz en términos de sociología elemental es enumerarlos explícitamente y no una vez, sino muchas. Los votantes esperan con interés la lista. De lo contrario, puede parecer que se los esconde o que se carece de ellos. En fin, a disponer.