Una de las lecciones políticas más duras que tuvieron que aprender en carne propia tanto Pablo Iglesias como Albert Rivera en aquellos tiempos en los que incluso la prensa más templada se rendía a los trucos de prestidigitación de los chamanes de la nueva política es que a pesar de aparecer todos los días en la prensa y en las radios, a pesar de ser tratados como estrellas de rock por las televisiones y a pesar de disponer de legiones de tuiteros amaestrados como focas, para llegar a la Moncloa lo que realmente hacen falta son decenas de miles de concejales y alcaldes bien repartidos por toda la geografía nacional.
El PSOE de los 202 diputados en 1982, el de Felipe González jamás hubiera llegado a ese número mágico, a esa apabullante mayoría absoluta sin los concejales y alcaldes que en las elecciones municipales inmediatamente anteriores fueron construyendo miles de "casas del pueblo" por todo el país, ensanchando la base del PSOE, implicando a millones de ciudadanos en sus debates sobre asfaltado de calles, depuradoras, centros de salud, casas de cultura y escuelas primarias.
La eficacia de alcaldes y concejales
Alfonso Guerra, arquitecto en jefe de ese esfuerzo orgánico con el que el PSOE decidió apostar por la vertebración territorial de su partido lo sabía bien, ningún lema publicitario, ningún debate en el congreso, ninguna cuña de radio y ningún canutazo en el telediario de RTVE puede superar en eficacia a decenas de miles de concejales y alcaldes resolviendo los problemas de sus vecinos y pidiéndoles después el voto para las siglas que representan.
Y curiosamente, en medio de un proceso (desde mi punto de vista) suicida en el que el PSOE ha decidido abandonar ese modelo de implantación territorial dura para convertirse en una mera plataforma electoral líquida, ha sido el secretario general del PP Teodoro García Egea, en uno de los discursos más sólidos que le recuerdo, quien ha vuelto a formular la vieja estrategia que llevó a los socialistas al poder y lo convirtieron en una máquina de ganar elecciones: No hay gobierno sin partido.
Dos elementos diferenciados
Una campaña electoral, y desde hace ya muchos años nos encontramos en eso que los expertos llaman "campaña electoral permanente" se compone de dos elementos nítidamente diferenciados, a saber:
- Por un lado está la arquitectura comunicacional: las ideas, las imágenes, los discursos, los spots, el relato…
- Pero por otro lado está la arquitectura organizativa, que es la que dispone la carpintería de los mítines, la gasolina de las caravanas, el reparto de sobres casa por casa, los mapas del "puerta a puerta", los equipos de interventores y apoderados del "día D"...
Si una de las dos falla o si simplemente ambas arquitecturas no están convenientemente ecualizadas ni ganaremos las elecciones ni por supuesto gobernaremos, y como bien saben García Egea y su equipo, recuperar el pulso orgánico de un partido como el PP, el orgullo de pertenencia a unas siglas en pleno proceso de depresión tras la pérdida del gobierno y el asalto nacionalpopulista al electorado más a su derecha era el primer paso para poder optar a ganar unas elecciones generales.
Las encuestas pueden fluctuar y sin duda lo harán de aquí hasta la convocatoria de las próximas elecciones generales, pero lo que queda claro a partir de la convención de Valencia es que el Partido Popular de Casado y Egea tras desarrollar a fondo durante los últimos tres años su estrategia orgánica enmarcada por la formulación "no hay gobierno sin partido" ha adquirido ya el músculo suficiente como para poder competir de verdad en unas elecciones generales.