¿El aborto es un derecho? Si la respuesta es sí, ¿considera que hay algún límite a ese derecho? Dicho de otra manera, ¿se trata de un derecho absoluto y exclusivo de la mujer a hacer lo que quiera con su cuerpo, o por el contrario cree que la mujer, en lo que se refiere a la interrupción voluntaria del embarazo, debe estar sometida a algún tipo de límite?
Si la respuesta es que debe tener libertad absoluta para interrumpir el embarazo cuando quiera, ¿considera entonces que debe permitirse la interrupción del embarazo durante el séptimo mes? ¿El octavo? ¿El noveno? ¿Considera que el aborto un día antes del parto es algo esencialmente distinto al asesinato de un bebé un día después de su nacimiento? Si por el contrario la respuesta es que debe haber algún tipo de límite, y si uno de esos límites es la fase de gestación, ¿dónde situaría el límite, y qué criterio usaría para fijarlo en ese punto concreto?
Estas semanas vuelve a aparecer en la discusión pública el debate sobre el aborto. Como en cualquier debate, es conveniente analizar los conceptos esenciales antes de comenzar a discutir -antes incluso de responder a las preguntas más básicas-, porque de lo contrario el debate y la reflexión son imposibles. En el caso del aborto, el primer concepto que aparece en escena es 'derecho'. Hace menos de un mes la secretaria de Prensa de la Casa Blanca, Jen Psaki, fijó una de las ideas que también aparecen cuando se discute la cuestión. Preguntada por la opinión del presidente Biden al respecto -es católico-, contestó lo siguiente: "Cree que es un derecho de la mujer, es el cuerpo de una mujer, y es su decisión". El segundo elemento en hacer acto de presencia suele ser precisamente ese: se trata de algo que afecta al cuerpo de la mujer, y por lo tanto es una decisión que compete sólo a la mujer. La tercera idea aparece de manera lógica, y fue lo siguiente que dijo Psaki cuando el periodista quiso profundizar en la pregunta: "usted nunca ha estado embarazado". Es una idea esencial en el debate sobre el aborto, precisamente porque elimina del debate a la mitad de la población. Como vemos, 'derecho' no es el único concepto que habría que aclarar antes de ponernos a discutir. El primero de todos sería el concepto mismo de 'debate', para evitar que en medio del mismo alguien impugne nuestra legitimidad para participar en él.
La ausencia de debate y reflexión, la idea de que el debate y la reflexión son innecesarios e inmorales, es lo que en nuestra época se suele llamar 'consenso'
Unos días antes de la pedagógica respuesta de Jen Psaki, la cuenta de Twitter de Amnistía Internacional se había pronunciado en esa misma línea: "La única persona que debería tomar decisiones sobre el aborto es la persona embarazada". El 4 de septiembre publicaron un mensaje aún más simple: "El aborto es un derecho humano". El mensaje consistía en esa frase repetida seis veces. En España los términos son muy parecidos. El PSOE se apoyó en la respuesta de la secretaria de Prensa de la Casa Blanca para decir lo siguiente: "Alto y claro: la interrupción voluntaria del embarazo es un DERECHO". Las mayúsculas, la reiteración y los aspavientos no son elementos esenciales del mensaje, pero sí son relevantes, porque ayudan a anular la posibilidad del debate. Anulan incluso la posibilidad de la reflexión; también, claro, la de tres días. Esto, la ausencia de debate y reflexión, la idea de que el debate y la reflexión son innecesarios e inmorales, es lo que en nuestra época se suele llamar 'consenso'. Y es conveniente apartarse de él porque los consensos producen monstruos.
La semana pasada El País publicó una entrevista a Toni Morillas, directora del Instituto de las Mujeres, un organismo adscrito al Ministerio de Igualdad. El titular de la entrevista era el siguiente: "Hay que quitar el estigma al aborto, normalizar que es una prestación sanitaria más". A veces el titular no hace justicia a lo que se dice en la entrevista. A veces se exagera una frase, se saca de contexto, incluso se manipula; no es el caso. La directora del Instituto de las Mujeres, después de decir que hay que normalizar el aborto, dejaba la siguiente analogía: "Igual que cuando un hombre tiene un problema de próstata y puede ir a su centro hospitalario más cercano". El embarazo como un problema de próstata, el feto como una especie de vejiga secundaria.
Una molesta inflamación
Es importante detenerse aquí. Cuando se plantean debates y reflexiones sobre el aborto siempre hay alguien que afirma que se trata de un debate superado. Que hemos llegado a una solución de consenso -ver tercer párrafo-, y que en realidad no hay nada que discutir. Que nadie defiende la posibilidad de una interrupción voluntaria del embarazo sin límite. Pero en realidad hay muchas personas que piensan no ya como Jen Psaki, como Amnistía Internacional o como los dirigentes del PSOE (el aborto es un derecho), sino como Toni Morillas (el aborto es como un problema de próstata). Y de hecho, no hay ningún salto entre lo primero y lo segundo, sino sólo coherencia: si el aborto es un derecho, si abortar es una decisión que debe tomar únicamente la mujer, ¿por qué no habría de ser un derecho absoluto e ilimitado? ¿Por qué no tratar a la incipiente vida humana como una molesta inflamación del cuerpo de la mujer?
Antes de discutir si el aborto es o no un derecho hay que determinar qué y quién es una persona. Y aquí aparecen los problemas, porque no es un concepto científico
¿Y por qué no habría de ser ése el consenso? ¿Por qué no tratar al feto como a un mero "conjunto de células"? Para responder a esto -y a las preguntas del comienzo- hay que volver al segundo párrafo. Además de 'derecho' y 'debate' hay un tercer concepto que revolotea todas estas discusiones, de manera consciente o inconsciente: 'persona'. Sin tener claro el significado de este concepto, hablar de derechos humanos no tiene sentido. Antes de discutir si el aborto es o no un derecho hay que determinar qué y quién es una persona. Y aquí aparecen los problemas, porque no es un concepto científico. Porque cuando decimos que algo es una persona, y sobre todo cuando decimos que algo no es una persona, estamos entrando en el terreno de las intuiciones morales. Y -aquí aparece lo incómodo del asunto- esas intuiciones morales no proceden de los datos ni de la evidencia, sino que están ahí antes de todo eso. Muchas veces están ahí por nuestra educación cristiana. Y esa educación se da también en familias no practicantes, agnósticas o incluso ateas, en forma de valores transmitidos mediante palabras, ejemplos y actos. Nos resultará más o menos cómodo, pero si consideramos que la vida humana debe defenderse no es por una declaración de la ONU ni por la Revolución Francesa, sino, en parte, por una herencia que se manifiesta incluso en quienes somos ateos.
Esto último puede parecer que se aparta del tema, pero no es así. De hecho, es necesario entender qué son y de dónde vienen nuestras intuiciones morales, aunque sólo sea para evitar un titular como el que aparecía la semana pasada en un artículo de La Vanguardia: "Los números no cuadran en este asunto. Solo el 19,9% de los españoles se considera católico practicante, según el CIS. Sin embargo, en al menos diez provincias el 100% de los ginecólogos de la pública objetan".
Hay algo que no cuadra en este asunto, efectivamente, y es la idea de que sólo desde el catolicismo practicante se puede discutir que el aborto es un derecho absoluto de la mujer, o una prestación sanitaria como otra cualquiera.