Esta semana me he sorprendido a mí misma invirtiendo cada minuto libre de mi tiempo sentada frente a la televisión asistiendo al horror de la invasión de Ucrania. Una noche, viendo un especial a horas en las que suelo llevar un buen rato dormida, pensé “sólo te faltan las palomitas, una cosa es estar informada y otra estar clavada en el sofá viendo las imágenes más morbosas”. Me estaba reprochando a mí misma por participar de una especie de placer culpable del que no podía escapar. Rápidamente vinieron a mi cabeza una serie de cuestiones que explican desde el punto de vista psicológico por qué esta guerra nos afecta más que otras. No tiene nada que ver con que sea más atroz o injusta, ni la enésima vez en que un país invade otro sin un argumento válido (si es que existe algún argumento que valide una guerra).
Como psicóloga lo primero que se me ocurre es la similitud. Sabemos que la similitud y la cercanía producen simpatía. Cuando vemos imágenes de Ucrania antes de la invasión, vemos ciudadanos europeos, con nuestro mismo color de piel, con un estilo de vida muy similar al nuestro. Eso nos ayuda a empatizar, estamos asistiendo a la masacre de personas que bien podríamos ser nosotros y eso nos resulta insoportable.
Si bien no es la primera guerra que vemos televisada en directo en suelo europeo, sí se trata de la primera guerra que tiene lugar en Europa desde que internet y las redes sociales nos permiten vivir la guerra en tiempo real. Es el poder de la imagen, vemos a diario decenas de testimonios de personas con nombres y apellidos que mandan vídeos que ellos mismos han filmado. Por atroz que resultase el asedio de Sarajevo y por buena que fuese su cobertura en los medios, toda la información provenía de los corresponsales de guerra. Ahora todos los ucranianos que luchan contra la invasión rusa son corresponsales de guerra con su teléfono móvil, por lo que el acceso al horror de una invasión bélica en suelo europeo es mayor que nunca.
Algunas cadenas de televisión han interrumpido prácticamente su programación para retransmitir una guerra en tiempo real y muchos de nosotros no podemos apartar la mirada por muy duras que sean las imágenes. ¿Es una cuestión de morbo? No, es algo mucho más complejo que eso. Mientras vemos esas imágenes estamos tratando de de afrontar nuestros propios miedos. Generación tras generación hemos contado a nuestros hijos en el momento de irse a dormir historias de niños que quedan huérfanos y tienen que enfrentarse a personajes malvados, cuentos como el de Blancanieves o el de Hansel y Gretel. ¿Lo hemos hecho por morbo o crueldad? No, lo hemos hecho porque esos cuentos les ayudan a superar el miedo a la situación más temida por un niño: la muerte de sus padres, tal y como explica Bruno Bettelheim en ‘Psicoanálisis de los cuentos de hadas’.
Si hay algo que gusta a todas las generaciones son las historias de héroes"
Cuando somos adultos seguimos leyendo novelas de terror y viendo películas del Holocausto. Lo hacemos porque, desde la tranquilidad de nuestras casas, nos estamos enfrentando a nuestras peores pesadillas, con la esperanza de que los buenos venzan. Si hay algo que gusta a todas las generaciones son las historias de héroes. Nos identificamos con ellos y sufrimos con ellos mientras esperamos que destruyan al villano. Así vencemos nuestros miedos los seres humanos.
Otra de las cosas que caracterizan la invasión de Ucrania es ‘El relato del héroe’ que están narrando los medios de comunicación. Estamos asistiendo a las heroicidades de hombres y mujeres que se enfrentan a un enemigo superior sin apenas medios, que paran los tanques con sus manos y fabrican cócteles molotov con los que defenderse frente a un ejército acorazado. Y pese a todas las previsiones de que finalmente se impondrá la superioridad del ejército ruso, seguimos esperando el final feliz. Queremos ver a Zelenski convertido en el héroe por excelencia, alzarse con la victoria.
Por eso no podemos quitar los ojos de la televisión, porque la experiencia del ser humano es algo que trasciende la propia individualidad. El daño a uno es el daño a todos, como en el verso de John Donne que tomó Hemingway para su novela: "No preguntes por quién doblan las campanas, porque doblan por ti".
Celia Arroyo, Psicóloga y directora de Augesis Psicoterapia