Alberto Garzón, el ministro prescindible, aseguró el 12 de febrero, cuando se suspendió el Mobile de Barcelona, que no había “ningún peligro de salud pública” en España. Dos semanas después, el 25 de febrero, salió Echenique, el “científico” metido a portavoz podemita, diciendo que “el coronavirus está absolutamente controlado en España”. Dos días antes de la manifestación del 8-M, Factorías Redondo publicaba un vídeo al estilo del NO-DO, con ministros sonrientes y música relajante, para transmitir que no pasaba nada.
Este martes, el presidente del Gobierno, tras treinta días escondido, salió en rueda de prensa para admitir que estamos en “emergencia sanitaria”. Sánchez, siempre campanudo, no tuvo ningún reparo en decir una y otra vez: “Haremos lo que haga falta”. Entre las dos fechas, la del comunista del pin y el 10 de marzo, se ha perdido mucho tiempo. No se atendieron las recomendaciones de los científicos ni el ejemplo de Italia.
¿Por qué no se tomaron medidas de contingencia? La respuesta es bien triste. Los sanchistas alegaban que cerrar centros públicos y restringir el movimiento y la concentración de personas era “impopular”. Es más; pensaban que sería Madrid donde más casos habría, por pura lógica de trasiego humano, y que podrían eludir la responsabilidad señalando a los “recortes” en la sanidad madrileña. Debieron ver una oportunidad para resucitar las “mareas blancas”, incluso para cerrar la región y obstaculizar su despegue económico. Por supuesto, sus terminales mediáticas se pusieron en funcionamiento para culpar al Gobierno de Madrid.
Debieron ver una oportunidad para resucitar las “mareas blancas”, incluso para cerrar la región y obstaculizar su despegue económico
El sanchismo sumó como argumento para no tomar medidas la inconveniencia de perder el escaparate del 8-M, habida cuenta del combate por el feminismo “auténtico” dentro del Gobierno. Hubo alguna organización feminista, como cuenta Luca Costantini, que puso sobre la mesa suspender la manifestación pero pidió al Gobierno que tomara la iniciativa. Las feministas de Podemos se negaron a anular la marcha, mientras que las socialistas dudaron. ¿A ver quién era el valiente que le decía a Irene Montero que se suspendía su actuación teatral? Eso sí; algunas ex ministras y ministras socialistas se presentaron el 8-M con guantes de látex. Populacheras, pero no tontas.
Se sabía que hasta que no pasara la función del 8-M el Gobierno no iba a tomar ninguna resolución. Sin embargo, los datos de los profesionales de la salud y la proyección de afectados aconsejaban intervenir para atajar el contagio. No era una cuestión de alarmismo; todo lo contrario. Tampoco era el momento de combates políticos, de fotos, ni de ajedrez redondista, sino de sentido de servicio público.
Ya habrá tiempo de exigir responsabilidades políticas, de pedir dimisiones y ceses, de reclamar ostracismos a personas que han tomado las riendas públicas sin asumir el sentido del cargo. Ahora es el tiempo de la responsabilidad moral, de esa que impulsa a la “salvación del alma”, que diría Maquiavelo; es decir, a confesar: “Me equivoqué. Pido perdón. Me voy”.
Oportunismo político
Retrasar o impedir la toma de decisiones de salud pública por oportunismo político es simplemente repugnante. Nos hemos acostumbrado a que la petición de ética en la acción política, o a que Sánchez diga la verdad, sea un ejercicio de ingenuidad. Nos han tomado por tontos y han acertado, pero no siempre va a ser así. Como diría Rubalcaba, merecemos un Gobierno que no nos mienta.
Conviene recordar que “responsabilidad” remite etimológicamente a “responder”, a rendir cuentas de acciones u omisiones ante alguien y, también, ante nosotros mismos. La responsabilidad política ha de resolverse en las instituciones, incluida la justicia, y en su tiempo en las urnas. La moral es otra cosa, sobre todo si los señalados han presumido de superioridad durante décadas, y se han atribuido la auténtica defensa del pueblo desde valores universales, supuestamente superiores a los de la derecha.
Sin embargo, no habrá rendición de responsabilidad moral. No pasará nada. Los dirigentes de la izquierda duermen siempre con la conciencia tranquila. El más claro ejemplo lo dio Sánchez: calificó de pesadilla gobernar con Iglesias, y al poco tiempo se abrazaba al de Podemos para formar un Ejecutivo. Por supuesto, el presidente hará “lo que haga falta” menos asumir su responsabilidad.