En Cataluña, se quiera ocultar o no, vivimos en un estadio de pre conflicto civil. La pasividad del gobierno central, el aumento de acciones agresivas por parte de los separatistas y la justificación intelectual de estas ofrecen un panorama poco esperanzador. A pesar de ello, un puñado de personas cargadas de valor cívico – y físico – han decidido desafiar al régimen: son las Brigadas del 155.
“Este hijo de puta de Ciudadanos me ha insultado”
Los rojos de salón que ponen cara de doctores en ética política, mientras nos riñen advirtiéndonos del mal que causamos diciendo que en mi tierra hay violencia separatista, deberían intentar lo que muchos están empezando a hacer: retirar un lazo amarillo. Las personas que así lo han decidido, con riesgo de ser unos apestados en su barrio, en su pueblo, entre sus propios conocidos, experimentan otro riesgo mucho más peligroso. Se ven constantemente amenazados con futuras e hipotéticas violencias físicas; algunas, además, ya han empezado a recibir alguna que otra hostia, empujón, zarandeo. Insultos, no hace falta ni decirlo.
Lo que es mucho más grave es la justificación que hacen los procesistas acerca de tales actuaciones. Después de poner esa cara virtuosa a la que aludía para decir que la única violencia es la del estado, encarcelando a probos patriotas, se encogen de hombros añadiendo que, hombre, si alguien quita un lazo, una estelada o una pancarta en favor de los presos políticos ya sabe a lo que se expone. ¿Y a que se expone, si aquí todo son sonrisas, cariñitos, abrazos y alegre camaradería? ¿Qué debe temer alguien que, consecuentemente con su ideología, arranque un lacito, si Junqueras, Puigdemont y todo el resto del santoral independentista no se han cansado de repetir que ellos no van contra nadie, ni contra España ni contra los españoles, y que en la república catalana vamos a caber todos? Nadie les contestará a esa pregunta, lo cual es de agradecer porque para decir otra mentira más no hace falta que abran la boca.
La tensión, que va aumentando por días, no ayuda nada a que los separatistas más tranquilos, que los hay, más demócratas, que también los hay, consigan calmar a sus conmilitones. Al contrario, el ambiente general de excitación cultivado a fondo por Puigdemont, los partidos separatistas y los CDR hace que incluso los partidarios de convivir con los que no son de su rollo acaben por justificar lo que está pasando. Cuando los interpelas acerca de esto te miran con cara sombría, se lo piensan, tardan unos minutos en responder y, finalmente, te sueltan algo así como “La neutralidad ideológica ya no existe”. Es cierto. Gibt es keine weltanschauliche Neutralität. Lo triste es que desconocen que esa frase la dijo en su día no Francesc Macià o Lluís Companys, sino el Reichsminister Hans Frank, para apoyar que las medidas totalitarias policiales estaban más que justificadas. Todo lo que fuese considerado como sospechoso de atentar contra el nacionalsocialismo era susceptible de ser combatido, eliminado, exterminado. Era el espíritu de comunidad del pueblo, y contra el pueblo no existían ni leyes ni criterios. ¿Le suena esa invocación constante al pueblo?
Frank lo reconocía cuando fue juzgado en Núremberg por su terrible pasado, en especial como responsable del Tercer Reich en Polonia y el Holocausto judío. “Hice todo aquello porque no quería perder mi puesto”. Quieren seguir con sus prebendas y sus delirios supremacistas, no hay más.
Pero frente a la sinrazón del fanático que grita con expresión de odio enfermizo a un chaval que quita lazos amarillos de la verja del Palau Robert – vean el vídeo que corre por las redes y díganme si esa es la cara de alguien pacífico, demócrata y bondadoso – o del que llama hijo de puta, fascista y de todo a otro señor que, luciendo en su solapa una chapita de Ciudadanos, hace lo propio en un barrio barcelonés, un grupo de gente ha decidido plantar cara al totalitarismo. Las brigadas del 155.
Culpando a las víctimas
El proceso es especialista en convertir a las víctimas en culpables. No deja de dar vueltas en mi cabeza las declaraciones de un concejal cupaire badalonés culpando a Xavier García Albiol de provocador. Ahora resulta que ir a repartir rosas por Sant Jordi delante del ayuntamiento de tu ciudad, estar rodeado por una turba durante más de tres horas escuchando como te insultan y te impiden moverte es provocar. También debe ser una provocadora Inés Arrimadas por proponer al parlament de mentirijillas que tenemos una declaración en la que todos los grupos condenen la violencia. O acaso sea provocador que el secretario de organización del PSC al que le han hecho pintadas amenazadoras lo haya denunciado, porque según las CUP han declarado por boca de su portavoz Natàlia Sánchez “Dichas pintadas pueden llevarse a cabo perfectamente y no tenemos mucho más que comentar”. Recordemos que las amenazadoras pintadas efectuadas en el domicilio del dirigente socialista catalán decían cosas como “Ni olvido ni perdón” ¿Olvido de qué? ¿Perdón para qué?
¿Es violencia que Albano Dante Fachín, ex podemita trasvasado al mundo radical separatista, les diga a Albiol o a Arrimadas en una carta publicitada en un programa del Grupo Godó – ay, Grande De España, qué pequeñito eres – que sobran en Sant Jordi, que esta fiesta será siempre de los separatistas y que los dos están fuera? Pues bien, contra todo eso, contra que una reportera de Barça TV ruegue a un aficionado culé que no muestre la enseña rojigualda que lleva porque si sale en cámara “me la puedo cargar”, contra las cacicadas independentistas en la mesa del parlament, contra los profesores demagogos que intoxican a los chavales en la escuela catalana, muchas personas salen a diario a la calle a retira todo tipo de parafernalia del proceso.
Dicen los voceros bien pagados del separatismo que eso es un ataque a la libertad de expresión. Lo que decíamos, culpar a la víctima es de manual del buen totalitario. Porque si existe libertad para colgar debe existir también para descolgar; si alguien hace una pintada, también es lógico que otro la borre; si uno cuelga una bandera, parece justo que se contemple la posibilidad de que puedan descolgarla.
La realidad es que las mentalidades totalitarias llevan mal la discrepancia, la disidencia, el que la gente actúe en función de su propio criterio. A estos de la estelada lo que les complace en grado sumo es el acatamiento sumiso, las grandes manifestaciones de gentes traídas y llevadas a golpe de autocar subvencionado con el dinero de todos, la impunidad legal para unos pocos. Alguien decía el otro día que cuando se les pregunta a los separatistas de qué se tiene que negociar con el estado se callan como muertos. Yo se lo diré: si lo que se negociase fuese un referéndum para lograr la impunidad de todos los delitos cometidos por los Pujol, los Mas, los Macià, los Prenafeta, los Millet, para que se amnistiase con todos los honores a los que han prevaricado, a los que usaron fondos públicos para sus propios fines, a los violentos, a los CDR o a los cupaires, y Rajoy aceptase, esto se acababa en un tris. Les importa una mierda la independencia como no sea para utilizarla cual camuflaje para escamotear sus delitos. Si, además, se introdujera una adenda en el prólogo de la constitución que dijera que en Cataluña nunca más se podría juzgar a ninguno de sus dirigentes, mucho mejor.
Frente a los vulgares delincuentes comunes se alzan las personas que viven de su trabajo, la gente de la calle harta de que nadie de esta tropa se ocupe de sus problemas. Son héroes civiles que desean y precisan la normalidad de manera imperiosa, porque en ella radica la auténtica paz social en un país democrático como el nuestro. Gente que, digámoslo también, se siente abandonada, traicionada, por un gobierno que solo sabe mirar por la ventana esperando que la tormenta pase. Esa gente.