Opinión

La hipocresía nuclear de Teresa Ribera

La hipocresía de la ministra revela, una vez más, que la norma en esa empresa llamada PSOE es arrimarse al sol que más calienta

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Mucho se ha criticado estas semanas a Teresa Ribera a propósito de la prevención y la gestión de la dana en Valencia. En la rivalidad partidista que caracteriza a nuestra sociedad, algunos han elegido este tema para intentar desbaratar su nombramiento en la Comisión Europea como vicepresidenta ejecutiva para la Transición Limpia, Justa y Competitiva y comisaria de Competencia. Y aunque ciertamente se trata de una responsabilidad a tener en cuenta, se está perdiendo de vista algo menos visceral, pero mucho más relevante, para el cargo al que aspira: su gestión en materia de energía.

 

Desde hace unos meses, la ministra de Transición Ecológica viene comprometiéndose a hacer en la Unión Europea exactamente lo contrario de lo que ha hecho en España: apostar por la energía nuclear como opción limpia y segura para lograr los objetivos de descarbonización y reducción de emisiones contaminantes. «Tenemos en cuenta las opciones nucleares», dijo hace una semana en Bruselas mientras apoyaba para el conjunto de la Unión el desarrollo de los reactores modulares pequeños (SMR) para la década de 2030. Parece mentira que estemos hablando de la ministra que ha programado entre 2027 y 2035 el cierre de las centrales nucleares españolas, pero es así.
 

El rechazo a lo nuclear

Durante estos años, Teresa Ribera se ha dedicado a cumplir —por una vez— el programa del PSOE a las elecciones generales. El rechazo explícito del partido hacia la energía nuclear no es nuevo, sino lo habitual en lo que llevamos de siglo. El programa del año 2000, bajo el que se presentó Almunia, decía: «Queremos concluir el recorrido de la energía nuclear. Procederemos a la clausura de las centrales nucleares de forma escalonada y ordenada durante los próximos 15 años». Los de Zapatero en 2004 y 2008 mantuvieron el compromiso y hablaron de la «sustitución gradual de la energía nuclear». El de Rubalcaba en 2011 prometió que «desde 2013 a 2028 el parque nuclear español dejará de estar en servicio». Y los de Sánchez en 2015, 2016, 2019 y 2023 han seguido la misma línea.

La hipocresía de la ministra revela, una vez más, que la norma en esa empresa llamada PSOE es arrimarse al sol que más calienta. El daño a España, sin embargo, ya está hecho

En la acostumbrada fijación que tiene el PSOE con Alemania, el programa de 2019 recogió la propuesta de «un calendario de cierre de centrales de carbón y nucleares, y sin aumento de los precios de la electricidad». Irónicamente, dicho país ha acabado teniendo una mayor dependencia de la quema de carbón y gas tras la clausura de sus instalaciones nucleares. El miedo de Merkel tras el terremoto y el tsunami que sufrió Japón en 2011 ha salido muy caro a los alemanes, pero nosotros seguimos apoyando el cierre de las centrales. De hecho, España es uno de los pocos países del planeta empeñados en poner fin a su energía nuclear, mientras la inmensa mayoría apuesta por su desarrollo y crecimiento. Si hay Dios, quiera que un volcán no oscurezca el cielo durante una temporada, en cuyo caso nos calentaremos quemando placas solares a la salud del PSOE y de Teresa Ribera.

 

No obstante, la promesa de un cargo en Bruselas parece haber obrado el milagro —¡aleluya!—. La hipocresía de la ministra revela, una vez más, que la norma en esa empresa llamada PSOE es arrimarse al sol que más calienta. El daño a España, sin embargo, ya está hecho. Incluso si el milagro se extiende a nuestro país y se da un giro de 180 grados evitando el cierre previsto, habremos perdido años irrecuperables en cuanto a la planificación de futuras centrales, pues su construcción y puesta en marcha no es precisamente rápida.

 

Mediante una postura acientífica y meramente ideológica —por no decir electoralista—, Teresa Ribera ha sido una pieza útil del PSOE para comprometer a corto y medio plazo el futuro de España a nivel energético, así como la reducción de las emisiones contaminantes. Para los estándares políticos vigentes, resulta lógico recompensar esa labor con un puesto en Bruselas, desde el cual podamos ver cómo la ministra beneficia a otros Estados en materia nuclear tras haber firmado el cierre de nuestras centrales. ¿A qué intereses sirven?

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