Una de las principales ventajas de la decisión tomada esta semana por el presidente estadounidense, Joe Biden, permitiendo a Ucrania utilizar misiles de largo alcance, ATACMS, con un alcance de 300 km, contra el territorio ruso, ha consistido en proporcionar un gran espaldarazo a Ucrania reforzando su posición estratégica de cara a una futura mesa de negociaciones.
Es cierto que el arma nuclear no se ha empleado desde el año 1945, pero también es verdad que ha modulado la seguridad mundial desde entonces. En estos momentos, el armamento nuclear está produciendo unos efectos estratégicos capitales en la guerra de Ucrania ya que, a partir de su comienzo en febrero de 2022, el presidente ruso, Vladimir Putin, ha amenazado varias veces con utilizarla cuando el desarrollo de la guerra no era favorable a Rusia.
Hace cerca de un par de meses escribía en estas páginas que la lógica de la guerra señala que, ante la opción de que Occidente autorizara a Ucrania el uso de sus misiles de largo alcance, lo mismo que hace Rusia cuando utiliza los misiles de largo alcance de sus aliados, parecía que era una reciprocidad razonable en su manifestación dialéctica. Y añadía que sería una decisión sensata dicha autorización. En otro caso, Occidente aparecería como vulnerable.
Al final, Occidente no lo autorizó y Rusia se sintió totalmente libre para continuar con su invasión en Ucrania sin ninguna limitación, realizando continuos ataques con misiles y drones, principalmente, contra la infraestructura energética ucraniana, y sabiendo que su territorio solo sería atacado por drones ucranianos a los que la defensa rusa ya había encontrado la forma de interceptarlos con una alta eficacia lo que hacía que pocos puedan alcanzar sus objetivos.
Occidente se ha encontrado desbordado y sin haber ofrecido ninguna respuesta sólida, coherente y firme a la declaración de Putin, que estaba claramente dirigida a disuadir a Occidente de permitir a Ucrania atacar a Rusia con armas de mayor alcance
Esta decisión de Occidente fue tomada después de que Putin anunció, el 25 de septiembre, una revisión de la doctrina nuclear de Moscú, señalando que un ataque convencional por parte de cualquier nación no nuclear, con el apoyo de una potencia nuclear, será visto como un ataque conjunto para su país. A mayor abundamiento, Putin subrayó más tarde que Rusia podía utilizar armas nucleares en respuesta a un ataque convencional que suponga una “amenaza crítica para nuestra soberanía”, una formulación vaga que deja un amplio margen para su interpretación.
El hecho objetivo es que Rusia parecía haber manejado a la perfección la disuasión nuclear. Occidente se ha encontrado desbordado y sin haber ofrecido ninguna respuesta sólida, coherente y firme a la declaración de Putin, que estaba claramente dirigida a disuadir a Occidente de permitir a Ucrania atacar a Rusia con armas de mayor alcance. Y lo había conseguido hasta hoy.
Ante esta situación, la Administración Biden solo le quedaba, antes del próximo 20 de enero, conseguir un incremento sustancial del apoyo a Ucrania, ya sea con financiación o ya sea con armamento, al objeto de impedir que Rusia conquiste más territorio, al mismo tiempo que Ucrania dispusiera de las capacidades militares suficientes para alcanzar alguna baza estratégica importante de cara a las negociaciones que se avecinan. Con mucha probabilidad, la llegada a Rusia de los 12.000 efectivos de Corea del Norte ha sido un importante elemento que ha impulsado a Biden a tomar esta decisión.
Sobre esta guerra late una cuestión geopolítica profunda que puede tener una importancia fundamental en el orden internacional que se avecina. Se trata de saber quién dominará uno de los grandes dilemas geopolíticos existentes en el mundo, el llamado Intermarium o istmo que se extiende desde el mar Báltico al mar Negro, en el que Ucrania ocupa una gran parte de su extensión y en el que sigue vigente, desde hace muchos años, la rivalidad y confrontación estratégica entre Europa y Rusia.
Con Rusia debe actuar un solo interlocutor, ya sea Biden o en el futuro Trump. Putin le contestó a Scholz que sigue en pie su propuesta de paz para Ucrania del pasado mes de junio: retirada de las tropas ucranianas del Dombás y del sur del país y la renuncia de Kiev al ingreso a la OTAN
Otro factor que también vuela sobre este conflicto es el tema ético y moral del abandono de Ucrania por parte de Occidente, dejándola en manos del invasor, debido a las continuas dudas e indecisiones no solamente por parte de la Unión Europea y de Estados Unidos sino también por muchos países del mundo libre que la mayor parte de las veces han prestado ayuda a Ucrania, pero tarde y con medios inadecuados.
En esta despiadada competencia geopolítica entre Rusia y Occidente no se deben cometer errores estratégicos como la llamada del canciller federal alemán, Olaf Scholz, al presidente ruso, Vladimir Putin, el pasado 15 de noviembre pasado. Con Rusia debe actuar un solo interlocutor, ya sea Biden o en el futuro Trump. Putin le contestó a Scholz que sigue en pie su propuesta de paz para Ucrania del pasado mes de junio: retirada de las tropas ucranianas del Dombás y del sur del país y la renuncia de Kiev al ingreso a la OTAN.
Todos sabemos que en estos tiempos de la llegada del invierno no se concibe ninguna importante ofensiva militar en el nivel operacional que alcance resultados decisivos como consecuencia de los grandes problemas de movilidad de los medios acorazados y mecanizados a través del impracticable lodo llamado “rasputitsa”. Solo algunos resultados a nivel táctico, en ciertas ocasiones, pueden representar una baza estratégica. En este caso, pudiera ser la permanencia de las fuerzas ucranianas en la región de Kursk.
Ante esta declaración de Biden ha habido una gran cantidad de comentarios de lo más variado en muchos medios. La UE, en general, está de acuerdo, con algunos titubeos de Alemania. Francia y el Reino Unido se espera que también autoricen a Ucrania utilizar sus misiles SCALP y Storm Shadow, respectivamente, de largo alcance, en tanto que Josep Borrel, aparte de aplaudir la decisión de Biden, ha instado a los países europeos a tomar decisiones pronto afirmando que “no puedes pretender ser una potencia geopolítica si tardas días, semanas y meses en llegar a un acuerdo para poder actuar”. Por otra parte, ha sido criticada por algunos republicanos estadounidenses.
Escalada de la tensión
En cuanto a Rusia, el portavoz del Kremlin, Dimitri Peskov, ha respondido a la autorización de EEUU a Ucrania para que utilice misiles de largo alcance en territorio ruso manifestando que es “echar leña al fuego” y “escalar aún más la tensión”. Algunos diputados rusos han llegado a decir, de forma apocalíptica, que dicha autorización podía dar paso a la III Guerra Mundial.
Cuando Donald Trump tome posesión de presidente de Estados Unidos, el próximo 20 de enero, en la solución a la guerra en Ucrania se encontrará con una situación de gran complejidad dentro del propio ambiente de la geopolítica de poder. Es decir, para ser realista, las negociaciones para el final de la guerra se llevarán a cabo, sin duda, entre Estados Unidos y Rusia, con independencia de que Occidente trate de dañar lo menos posible al pueblo ucraniano. Está en juego el dominio del gran dilema geopolítico mencionado más arriba y, por tanto, la credibilidad de Occidente.
Las amenazas de Putin
También dicha decisión envía una clara señal al mundo de que un país no puede invadir a otro en contra del derecho internacional, al mismo tiempo que evita que países de régimen autoritario o dictatorial intenten invadir y conquistar territorios de otros países, con plena impunidad, atentando contra su soberanía en el entorno de la estructura estatal de la comunidad internacional.
Por último, y en base a lo que se decía al principio de este artículo, con esta decisión de Biden, Occidente sigue controlando la disuasión nuclear en tanto en cuanto la amenaza de Putin, del pasado 25 de septiembre, manifestando el posible uso de armas nucleares en determinadas circunstancias de difícil interpretación, sigue siendo una continuación de su discurso recurrente a lo largo del conflicto cuando el desarrollo de la guerra no era beneficioso para Rusia.