Opinión

Es el estado, idiotas

Los independentistas creían tener patente de corso para hacer y deshacer a su antojo. Por esa razón se han quedado helados al comprobar que sus chicos también son mortales y

  • Es el estado, idiotas

Los independentistas creían tener patente de corso para hacer y deshacer a su antojo. Por esa razón se han quedado helados al comprobar que sus chicos también son mortales y pueden ir a dar con sus huesos en la cárcel. Hay cosas como leyes, jueces y policía, es decir, estado. Con eso no contaban.

No son presos políticos, son delincuentes

No son Indíbil y Mandonio, Bouvard y Pècuchet, Hernández y Fernández o Manolo y Ramón, pero se han convertido en el dúo de moda. Hablo de Jordi Sánchez y Jordi Cuixart, líderes respectivamente de la Asamblea Nacional Catalana y de Ómnium Cultural, que han trasladado sus sedes particulares fuera de Cataluña, concretamente a la cárcel de Soto del Real. No ha sido un acto voluntario, sin embargo. Una jueza ha ordenado su ingreso en el talego por delitos perfectamente tipificados en nuestro Código Penal. Para ser más exactos, están en el mismo presidio que acoge al primogénito de Jordi Pujol o al expresidente del Barcelona Sandro Rosell. Tienen asegurada, pues, una grata compañía, máxime si añadimos la del expolítico del PP Ignacio González o la de Ángel María Villar, el de la cosa futbolística, ya saben. Pueden organizar una pachanga en el patio perfectamente.

Los dos caballeros a los que hago referencia, Sánchez y Cuixart, son los que se autoproclaman líderes de la sociedad catalana, la que mueve el proceso, la que es base y fundamento de toda esta obra de teatro que ya dura desde hace demasiado tiempo. Alguien les debió explicar que la cosa independentista saldría gratis, igual que han explicado al pueblo catalán que las empresas no se irían de Cataluña, que el Gobierno de España se vería obligado a negociar, que la independencia estaba casi a punto de llegar, en fin, el cuento de la lechera. Debían ser los mismos que afirmaban que con Pujol no se robaba, que Convergencia era un partido serio o que una Cataluña independiente sería la Dinamarca del sur de Europa y entraría instantáneamente en la Unión Europea y la OTAN.

Han mentido a todo un pueblo, a los suyos, a los demás; en fin, han querido pasar por víctimas siendo verdugos"

Con tal veracidad, ha pasado lo que tenía que pasar. Votaremos, gritaban, y tuvieron que contentarse con defecar unos papelitos impresos en casa dentro de unos tupperwares de los chinos; esto va de democracia, se desgañitaban, pero mantienen cerrado a cal y canto el Parlamento catalán desde primeros de septiembre, tras aprobar ilegalmente –lo ha ratificado en rotunda sentencia el Tribunal Constitucional– dos leyes que conculcan todo el ordenamiento jurídico vigente, tanto el catalán como el español; son los mentecatos que han dicho siempre que lo que buscaban era dialogar, pero después proclaman independencias de gatillazo fácil, aseguran que solo se negociará desde la posición de una república catalana, mientras califican a España de fascista, a los jueces de corruptos y manipulados por el gobierno, a la Policía Nacional y a la Guardia Civil poco menos que de asesinos de niños y abuelitas y a los que discrepamos de sus imbecilidades patrioteras, onanistas de nazis. Han manipulado las estadísticas de heridos el pasado 1-O, han manipulado resultados de una consulta que ni era tal ni tenía la más mínima garantía de limpieza democrática, han mentido a todo un pueblo, a los suyos, a los demás; en fin, han querido pasar por víctimas siendo verdugos.

Claro está que, de tanto repetir sus propias falacias, escuchar Catalunya Ràdio y ver TV3, los partidarios de independizarse antes que Andorra levante el secreto bancario el próximo mes de enero han acabado creyéndoselas todas, de una en una. De ahí nace, quizá, la idea de que todo esto iba a ser un paseo triunfal. Se convencieron de aquello que decía a mediados de los años veinte del siglo pasado el gran filósofo de la Torre de las Horas Francesc Pujol, por cierto, editor del salaz y divertidísimo semanario Papitu. Don Francesc aseguraba que llegaría un día en el que los catalanes, solo por el hecho de serlo, lo tendríamos todo pagado allá donde fuésemos. Dalí también hizo suya la idea, aunque opino que él sí que debería haberlo tenido todo pagado por ser el colosal artista que fue.

Con esas funestas convicciones, ahora se encuentran catalépticos: ¡han detenido a Sánchez y Cuixart! ¡Presos políticos! ¡Salgamos a las calles! ¡Independencia! ¡Ocuparemos el trozo que va desde la plaza Francesc Macià hasta la confluencia de Paseo de Gracia! –cada vez menos espacio público, se conoce que la gente tiene cosas mejores que hacer-. Cálmense, señoras y señores. Lo que sucede no es ni más ni menos que el estado, que puede ser en ocasiones desesperadamente lento, que la justicia, que también, y que las leyes de las que nos hemos dotado –ojo, se legisla en las Cortes y allí Convergencia y Unió han sido decisivos en los últimos cuarenta años, por lo que algo tendrán que ver con el redactado de las mismas ¿no?– se han puesto en marcha. ES EL ESTADO, IDIOTAS, es con lo que no contaban por creerlo inexistente y ajeno a sus cortijos y cambalaches. Es ese estado al que han pretendido chulear como un proxeneta del tres al cuarto con una puta debutante, el estado del que aún hoy en día viven, cobran y chupan, un estado que es infinitamente mejorable, pero muy superior de largo a sus leyes impuestas, a su mentalidad totalitaria, a su provinciano y mezquino sentido de políticos de campanario rural.

El estado, a través de uno de sus tres poderes, el judicial, ha actuado, y no digan más que los jueces están manipulados por el gobierno, porque ustedes han tenido desde siempre un representante en el Consejo General del Poder Judicial, y jueces amiguetes como su señoría Pascual Estivill que, por cierto, también acabó entre rejas por algunos asuntillos de billetes. No hablen de democracia de baja intensidad, porque en Cataluña ni siquiera tenemos el Parlament abierto para que la oposición pueda expresarse libremente. Díganle al señor Turull que deje de hacer el ridículo poniendo carita de girondino y asegurando que jamás se van a rendir. Dejen de convocar a la gente a caceroladas y manifestaciones con tufo populista venezolano y, lo más importante, desengañen de una puñetera vez al personal que anda por ahí rompiendo amistades, lazos familiares y yo que sé cuantas cosas más por creerse las milongas que ustedes largan a diario.

No hablen de democracia de baja intensidad, porque en Cataluña ni siquiera tenemos el Parlament abierto para que la oposición pueda expresarse libremente"

Sean una vez en la vida honestos y váyanse. Váyanse, porque el estado democrático somos todos y contra tal cosa nunca ganarán. Lo he repetido mucho, esto no va de democracia. Afortunadamente ya vivimos en una, esto va de sentido común. Lo ha dicho Joaquín Sabina: no es Cataluña contra España, es Cataluña contra Cataluña. Una gente que tiene la desfachatez de tildar a Joan Manel Serrat de fascista es, como poco, inculta y peligrosa. Dejen ese papel para las CUP y sus Black Cuerpo, que la policía sabrá cumplir con su obligación.

Es el estado, señores Puigdemont, Junqueras, Rufián; es el estado que está en la UE y en la ONU, señoras Forcadell, Gabriel y Colau; este estado en el que no se detiene a nadie por pensar lo que sea, incluso por no pensar, como es su caso. Es el estado que no le gusta a Otegi, su hombre de paz, ni a los etarras ni a los violentos. Un estado que puede y debe intervenir para que la locura que ha expulsado de Cataluña a setecientas empresas y a intelectuales de prestigio –pienso ahora en Albert Boadella y me entra una tristeza infinita-, que califica a mi amigo Xavier Sardá como poco menos que a un ministro de Pétain -Sardá, que ha hecho más por la imagen de Cataluña con su entrañable Señor Casamajor que todos los Consellers de Cultura habidos y por haber, el Sardá que emite juicios de una ponderación extrema-, en fin, es un estado que ha de protegernos de tanto orate y tanto salva patrias de salón. Ese estado que evite la acidez gástrica en las reuniones familiares o de amigos cuando se habla de política, que intente soldar, unir, acercar, pero no desde la uniformidad, ¡eso nunca!, sino desde el respeto a la diferencia y a la mirada del otro.

Es el estado, sí, que ha venido para quedarse en el lugar que jamás debió abandonar. Porque en política todo vacío tiende a llenarse con extraordinaria rapidez. Eso es lo que ha pasado en Cataluña todos estos años y, debido a tal error histórico, ustedes pensaron que la fiesta iba a salirles gratis.

Ya ven que no.

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