Supongo que tras la batalla campal de Vallecas y el cerrado apoyo que ofrecieron diversos cargos ministeriales de Unidas Podemos, incluido Pablo Iglesias, Irene Montero o Ione Belarra, a los violentos encapuchados que trataron de boicotear el mitin de Vox, muchos se habrán preguntado por la razón del sinsentido de que miembros del gobierno de España cometiesen tamaño desatino y estratégico.
Y lo cierto es que la razón es evidente, lo que para los medios de comunicación era una pelea entre la extrema izquierda de Podemos y la extrema derecha de Vox, en realidad solo respondía a una de las obsesiones de Pablo Iglesias, que no es otra que tratar de no quedar por detrás del partido de Iñigo Errejón en en las elecciones madrileñas haciendo lo que mejor sabe, es decir, embarrando el terreno lo suficiente como para conseguir situarse en el imaginario colectivo del votante de izquierdas como la única opción capaz de plantar cara a la extrema derecha.
Traten de ponerse en la piel de Pablo Iglesias por un momento y piensen como si fueran los constructores de un proyecto político como es Unidas Podemos, cuyas paredes están salpicadas por la sangre de los cadáveres de sus enemigos internos: Bescansa, Errejón, Tania Sánchez, Ramón Espinar, Manuela Carmena, Teresa Rodriguez y tantos otros, todos ellos acuchillados con saña y expulsados después a las tinieblas exteriores.
Ese fue el momento en el que Iglesias decidió bajar a la arena en Madrid, ese fue el instante en el que Iglesias se juramentó para tratar de que su criatura le sobreviviera
Hagan ese ejercicio e imaginen la desazón que debió sentir la criatura cuando se dio cuenta de que su partido, su posición política y su legado iba a quedar fuera del parlamento madrileño mientras que el de Iñigo Errejón, su mayor enemigo (que además ni siquiera ha tenido que pasar por el mal trago de tener que presentarse a las elecciones), iba a encaramarse hasta la medalla de bronce en Madrid.
Ese fue el momento en el que Iglesias decidió bajar a la arena en Madrid, ese fue el instante en el que Iglesias se juramentó para tratar de que su criatura le sobreviviera, ese fue el punto en el que la campaña de Madrid se convirtió en una cruzada para Pablo Iglesias.
Iglesias no es nuevo en este negocio y es plenamente consciente de que su única y remota opción para conseguir espacio en los medios, en las redes y en las urnas es convertir la campaña madrileña en una guerra santa en la que, a base de percutir contra Vox y solo contra Vox y usando los medios que sean necesarios, las elecciones se conviertan en una ordalía tan sangrienta que los votantes a la izquierda del PSOE abandonen a Más Madrid y a su candidata por ser demasiado blandos y concentren sus votos en Unidas Podemos.
Vox será determinante
Desengáñense, a Pablo Iglesias le da igual si las elecciones las gana Ayuso, Adenauer, Pau Gasol o los hermanos Tonetti, su única pelea, lo único que le motiva, es sacar un voto más que el partido de Iñigo Errejón, esa es la única razón por la que huyendo de toda decencia política, ideológica o de clase se ha decidido a dar oxígeno a la extrema derecha de Vox, un partido, el de Abascal, que hasta los hechos de Vallecas estaba realizando un virtuosísimo picado vertical que a buen seguro le hubiera llevado a situarse casi fuera del parlamento madrileño y que gracias al tacticismo de Iglesias no va a pasar dificultad alguna para ser determinante en Madrid si Ayuso no consigue la mayoría absoluta.
La mala noticia para Iglesias es que si las encuestas no se equivocan, la delegada de Iñigo Errejón, una recién llegada a la arena política, va a doblar los resultados del otrora todopoderoso, espada de Roma, martillo de herejes y luz de Trento vicepresidente del Gobierno, una humillación de la que no creo que su elefantiásico ego logre recuperarse.