Desde que pisó el Vaticano, a Pedro Sánchez se le está quedando cara de mesías. No se sabe si por la influencia de Fratelli Tutti o porque al verse vestido de presidente experimenta un éxtasis perpetuo. De pie, frente al espejo, Sánchez escucha las voces de los ángeles con la buena nueva de sus Presupuestos. Se mueve por Moncloa cual prior y recita a los ciudadanos sus anuncios de gobierno como una verdad revelada o dogma de fe. A ese paso terminará revocando los evangelios por considerarlos bulos y hará unos nuevos en los que se le atribuyan la curación de los leprosos y la conversión de los exetarras en demócratas.
El encargado de cincelar las verdades del profeta Pedro es Iván Redondo, quien mandó a despedir al Espíritu Santo del gabinete, por aquello de que no pueden existir muchos mesías al mismo tiempo. Y así se entrega Redondo a narrar los prodigios de Sánchez, convenientemente reescritos para cantar la gesta del hombre que todo lo puede: como con el agua y el vino, él transformó las mascarillas de malas en buenas; multiplicó sus decretos como los panes, y hasta volvió de Bruselas con las cestas cargadas de peces. Aún tiene que esforzarse Redondo en la resurrección de los muertos, pero va camino de resolverlo borrando de un plumazo veinte mil fallecidos por covid que no figuran en ningún recuento oficial.
A veces se le pone cara de Antiguo Testamento a Sánchez y le da por someter a sus corderos a las pruebas más difíciles, como transformar lo siniestro en viable o convertir a un asesino como Otegi en misionero del evangelio progresista: pida y le será concedido. Tiene que trabajarse el mesías algunos detalles, porque los emisarios que envía para aclarar sus milagros un día de estos acaban liándola y le declaran una guerra a Italia (Carlos Alsina dixit); y no es que Adriana Lastra tenga aspecto de ángel, pero sin duda hay algo delirante en sus apariciones.
A veces se le pone cara de Antiguo Testamento a Sánchez y le da por someter a sus corderos a las pruebas más difíciles...
El elegido Sánchez va servido de reparto: tiene a Ciudadanos, sus propios fariseos, y aunque los saque del Templo a latigazos seguirán pegaditos a la mesa, cual prestamistas sin blanca; dispone, cómo no, de su propio cardenal Iglesias, que ha decidido él también avanzar en la conversión de los impíos previo pago de bulas, y que a veces se le queda la cara a lo Papa Borgia, por esa endogamia de alcoba en la gestión de su poder… feminista. La iglesia de Sánchez, como la de Maradona, jalea a su propio dios estropeado, pero mesías al fin y al cabo. Mientras él se lo crea, basta.
El mesías Sánchez va servido de vírgenes: en ocasiones la del Carmen, cubierta por un manto azul desde la hornacina de la primera vicepresidencia, o María Jesús Montero, la de los diezmos, que va de escaño en escaño quitándole las consonantes a los milagros. A este paso, como ya lo ha hecho con los apoyos a los presupuestos esta semana, acabará glosando los años de Pedro en el Peugeot como si de la huida a Egipto se tratara. ¿Quién es el hereje que se atreverá a blasfemar? De eso ya se encarga Redondo.
Un asunto afea las escrituras a la religión del sanchismo, quizá una cierta tendencia a la hipérbole. Para ser el mesías, el que se sacrifica y el que todo lo puede, a Pedro Sánchez se le está quedando cara de dictador romano. Del ¡aleluya! pasa al ¡ave, César! Escuchan los que van a morir de hambre, de desesperación, incertidumbre, coronavirus y, por qué no, de otro disparo, ya no en la nuca sino en el techo del hemiciclo. Aunque ese versículo, el de Otegi y los suyos, está por escribirse en los evangelios desmadrados de Redondo.