Es difícil señalar la fecha exacta, pero en algún momento en los últimos veinte años el mundo se metió en un lugar muy, muy extraño. El fenómeno ocurrió a ambos lados del Atlántico, aunque Europa y Estados Unidos llegaron a ese mundo singular por caminos distintos. Hay quienes incluso dicen que Japón, que siempre vive en el futuro, llegó a esa extraña realidad en la década de los noventa. La fecha y el método para este viaje importan menos que el destino en todo caso. Lo que podemos decir es que, durante las pasadas dos décadas, las leyes habituales de la economía no han acabado de operar como decían los libros de texto en muchos lugares.
En economía, hay relación más o menos clara y entendible entre tipos de interés, inflación, empleo, crecimiento económico y déficits fiscales. Los tipos de interés bajos tienden a crear inflación; tener pleno empleo también. Los déficits fiscales hacen que suban los precios. El dinero barato acelera el crecimiento económico, que a su vez puede tender a recalentar la economía. Estas son cosas que aprendes en tu primera clase de macroeconomía; los mecanismos detrás de todo ello son claros y sencillos.
Lo que vimos a partir del 2000 es que los países desarrollados, sin embargo, dejaron de responder a estos esquemas. La reserva federal y el banco central europeo redujeron los tipos de interés a niveles históricamente bajos respondiendo a crisis económicas más o menos normales (el final del boom de los noventa, la resaca de la reunificación alemana y el 11-S); las economías a ambos lados del Atlántico respondieron con un crecimiento económico relativamente anémico primero, y con precios estables después. Estados Unidos, por ejemplo, tuvo un estímulo fiscal y bajada de impuestos, disparando el déficit. La inflación no se movió. Lo que si tuvimos fue una monumental burbuja financiera, una crisis que llevó a tipos de interés aún más bajos durante aún más años, déficits aún mayores, crecimiento económico anémico y… nada de inflación.
Hay multitud de teorías al respecto, desde estancamiento secular a la gran moderación, pasando por China, desigualdades, o dios sabe qué, pero nada era lo que debería ser
Por un motivo u otro, la relación entre tipos, empleo, crecimiento, inflación y déficits se había roto, o había cambiado, o se había disipado en algún otro lugar desconocido. Hay multitud de teorías al respecto, desde estancamiento secular a la gran moderación, pasando por China, desigualdades, o dios sabe qué, pero nada era lo que debería ser. Durante dos décadas, los líderes de Europa y Estados Unidos vivieron en un mundo donde endeudarse era gratis, los precios no subían, y la economía no parecía arrancar nunca del todo, a pesar de todo ese estímulo fiscal y monetario, pero donde, post 2010, tampoco había recesiones. Era rarísimo.
Vinieron, sin embargo, tiempos económicos aún más extraños con la pandemia, y los gobernantes reaccionaron con más estímulo fiscal y monetario. La cosa funcionó, con las economías recuperándose con relativa rapidez al colosal golpe del 2020. Lo que pilló a casi todos por sorpresa, sin embargo, es que, con la recuperación, las viejas leyes de la economía edición siglo XX parecían volver a entrar en vigor, y esos problemas viejunos de los que hablaban nuestros padres y abuelos estaban de nuevo presentes.
Resulta que una economía puede crecer lo suficiente rápido como para que escaseen los trabajadores. Y que los déficits fiscales pueden hacer que suba el precio de endeudarse. Y que, en contra de lo visto durante las dos últimas décadas, los precios pueden subir si la economía se recalienta demasiado. El mundo de ayer ha vuelto, y esa cosa llamada restricción presupuestaria que contaban los antiguos es bien real otra vez. Los gobernantes deben preocuparse de la tasa de desempleo natural y la curva de Phillips, que la demanda agregada no crezca más deprisa que la oferta y que emitir deuda puede tener consecuencias reales si resulta que los mercados no creen que puedas pagarlo y/o tu moneda se devalúa. Incluso las hipotecas van a tener tipos de interés positivos estos días, algo que no vemos desde tiempo inmemorial.
En Europa, el euro ha protegido al bloque de grandes trastornos monetarios, pero la inflación es real, el frenazo económico considerable
Las consecuencias de este retorno a la normalidad (relativa) son curiosas, y dependen en gran medida del país. Estados Unidos siempre ha sido un sitio donde los gobernantes pueden crear su propia realidad gracias a la enorme importancia del dólar. El país exporta inflación, gracias a la subida de su moneda en respuesta a la subida de tipos. Incluso con esas, el crecimiento económico se ha estancado, aunque sin que aumente el desempleo (por ahora). En Europa, el euro ha protegido al bloque de grandes trastornos monetarios, pero la inflación es real, el frenazo económico considerable, y las opciones de estímulo fiscal caras y limitadas.
Las consecuencias económicas inmediatas de este retorno de la inflación y recesiones inducidas por los bancos centrales para controlarla son claras. Lo que creo que es más incierto y potencialmente peligroso es el hecho de que tenemos toda una generación de líderes que se han criado, por así decirlo, en un mundo donde ni déficits ni precios importan y que ahora afrontan un retorno a un mundo donde las políticas macroeconómicas tienen consecuencias. La eurozona y Estados Unidos son tan enormes que estas consecuencias no son inmediatas, pero la historia del Reino Unido estos días deja bien clarito que hay muchos, muchos políticos que se han olvidado de las viejas historias y sus lecciones.
Los déficits importan. Los precios pueden subir. Nada es gratis, otra vez, y el dinero y la deuda aún menos. Los gobiernos tienen hoy menos margen de maniobra. Hacer política en un mundo así es mucho más difícil que en tiempos pre-covid, y las consecuencias de ello para nuestros sistemas políticos difíciles de estimar.
Gobernar no es fácil, sin duda, pero las cosas se están complicando ahí fuera. Vamos a tener un invierno interesante.