Durante mucho tiempo se pensó que la egipcia había sido la primera civilización de la historia: las pirámides, los grandes templos, los colosos de piedra seguían a la vista, mientras que las ciudades de barro de Mesopotamia dormían bajo la tierra cuando Champollion descifró la escritura jeroglífica. Hace treinta años el público no sabía nada de Göbleki Tepe; hoy, tras desenterrar las estructuras megalíticas de Sanliurfa, se habla sin ambages de urbanismo en el Neolítico precerámico, cuando la humanidad apenas había superado la perturbación climática del Dryas Reciente, el último episodio glacial. Y a saber qué hallaremos en el futuro no sólo en Anatolia, sino quizás en lugares como el Sáhara, el desierto de Arabia o la cuenca del Congo. Porque, como es lógico, las culturas materiales no existen si no dejan huella en el registro arqueológico.
Pienso que a lo mejor en un futuro no tan lejano -exagero, claro- la civilización occidental será una especie de hueco o paréntesis en ese registro. Sí, es broma, pero no tanto. Tomemos un país como España, pero también EEUU, desde donde Noah Smith ha escrito en fechas recientes un texto que él mismo calificaba como rant, una jeremiada contra la nefasta parálisis nacional que impide a los americanos sacar adelante grandes proyectos de transformación o la tan necesaria reforma de las infraestructuras.
En Berkeley un tribunal ha detenido la construcción de viviendas para estudiantes mientras se estudia si se puede considerar a los estudiantes en sí como environmental hazard
Por ejemplo, el plan de choque de construcción de vivienda de California se está estrellando contra unas las regulaciones medioambientales que se han convertido en la última trinchera de la mentalidad NIMBY -que es de lo que va todo esto en realidad. En Berkeley un tribunal ha detenido la construcción de viviendas para estudiantes mientras se estudia si se puede considerar a los estudiantes en sí como environmental hazard (en honor al juez, estoy dispuesto a considerar que algunas facultades y departamentos lo sean, pero en un sentido algo distinto del propuesto). La mezcla de NIMBYsmo y regulaciones desorbitadas a las que acogerse para proteger los "intereses especiales" alimenta un círculo vicioso de parálisis que a diferentes niveles ya vemos operar en buena parte de Occidente. Y en España, además de lo medioambiental y "social", tenemos modalidades y regulaciones específicas de nuestro estado autonómico que alumbran posibilidades inéditas de proteger a los insiders: vean por ejemplo la penúltima catetada lanzada al ruedo ibérico sobre "balanzas energéticas".
A veces, claro, el NIMBYsmo no es meramente espontáneo, sino orquestado o regado: desde hace 15 años empezaron a aflorar cartelitos idénticos contra el fracking hasta en el último pueblo de la Meseta norte española, incluso en lugares donde nunca se planteó la posibilidad más remota de explorar la fractura hidráulica. Con el tiempo vamos entendiendo cosas, y lo que este año hemos sabido de la acción de Rusia sobre las élites nacionales europeas se va completando con la operativa de países como Qatar o Marruecos; aunque es el caso de China el que promete dejar todo esto en pañales en los próximos años.
Algunos partidos o élites han adoptado ideítas antes reservadas a grupúsculos de activistas como, por ejemplo, que construir vivienda sube los precios porque la última vez que se construyó masivamente los precios estaban subiendo
Pero los sobornos y las campañas negras de PR no son imprescindibles. Parte fundamental del asunto -y esto es palmario en España- es que algunos partidos o élites han adoptado ideítas antes reservadas a grupúsculos de activistas o covachuelas académicas aisladas de la realidad; como, por ejemplo, que construir vivienda sube los precios porque la última vez que se construyó masivamente los precios estaban subiendo. Este tipo de razonamientos, ya saben. Que, curiosamente, se realimentan con los intereses materiales de parte de las clases medias establecidas. en los centros urbanos. También se importan debates más bien impostados, como la "ciudad de los 15 minutos", fórmula en general estéril en un país con un poblamiento tan concentrado y peculiar como España, pero que dice también algo de la cosmovisión -si me permiten el abuso- de quienes lo promueven: hace tiempo que no se trata de promover el desplazamiento, el crecimiento y la movilidad en todos los órdenes, sino de aspirar a algún tipo de estado estacionario de la materia y de la gente -por supuesto, definido y gestionado por la clase de personas que proponen estas ideas.
Y el NIMBY se va extendiendo y convirtiendo en BANANA: Build Absolutely Nothing Anywhere Near Anyone. Hace dos décadas y media decidimos que había que llenar el país de molinos de viento para establecernos como potencia en energías renovables. Hoy los molinos de viento ya molestan y afean el paisaje, lo mismo que cualquier proyecto de aprovechamiento del viento o las mareas y, por supuesto, los parques solares. La transición ecológica se va convirtiendo en otra cosa distinta, que tiene más que ver con el decrecentismo y la protección de intereses particulares.
Ocurrencias de las clases medias
No me malinterpreten: estoy de acuerdo en la fealdad de los molinos, o al menos en la conveniencia de que haya espacios libres de este tipo de cacharros. Pero la impresión es que nuestro país, y no es el único, va saltando de una fantasía a otra huyendo de la realidad fundamental: hay que construir cosas para vivir y moverse, hay que producir energía de alguna manera, hay que crecer para poder pensar siquiera en redistribuir. No es posible vivir indefinidamente de Frankfurt y de reconocer derechos subjetivos en papel sin acabar perdiendo bienestar en términos objetivos y muy concretos. O se empieza a conjugar de forma más fluida los intereses especiales y los generales, y a abandonar las ocurrencias ideológicas de las clases medias credencializadas, o la decadencia material de muchos países y regiones está asegurada, y quizá ese hueco en el registro arqueológico se convierta en algo más que un chiste.