Opinión

La universidad Trans

Aun antes de la nefasta LOSU, la Universidad española había iniciado ya su transformación. Desde su condición de Academia al servicio riguroso de la investigación y de la transmisión del saber,

  • Imagen de archivo de un examen de acceso a la Universidad -

Aun antes de la nefasta LOSU, la Universidad española había iniciado ya su transformación. Desde su condición de Academia al servicio riguroso de la investigación y de la transmisión del saber, con sus defectos y limitaciones compresibles, se había ido deslizando hacia la condición de herramienta al servicio de proyectos políticos muy cuestionables. Y esa transición hacia la degradación está resultando cada vez más incomprensible para la mayoría de españoles que contribuyen con los impuestos a financiar los mastodontes de las universidades públicas.

La Universidad de Barcelona, por ejemplo, a partir de 1980 comenzó a marginar proyectos de investigación que no se hicieran en catalán y sobre asuntos catalanes. Hacía dos años que se había aprobado la Constitución y allí ya no se cumplía sin que, desde entonces, ningún gobierno haya hecho absolutamente nada para remediarlo. La Universidad se ha empleado como un medio para ir normalizando el desmantelamiento del estado de derecho, lo cual pasa también por el debilitamiento de la unidad nacional.

Si ustedes ven asignaturas, congresos, publicaciones en las que se emplea terminología como “transformación social”, “transformación cultural” o así, no tengan la menor duda; forman parte de un plan totalitario anticultural

Hoy, los españoles se enfrentan a una endiablada situación de emergencia política y la Universidad, que debiera servir como espacio de análisis, reflexión y propuestas, ha quedado inutilizada para esos menesteres urgentes. Por cierto ¿saben ustedes cuántas décadas llevamos en España sin exhaustivos estudios sociológicos, como los que hacía el profesor Amando de Miguel? No es casual. El desconocimiento de nosotros mismos facilita la implantación de simplezas ideológicas y del autodesprecio.

Hay una trans-academia en la que se acumulan propuestas bolivarianas. Si ustedes ven asignaturas, congresos, publicaciones en las que se emplea terminología como “transformación social”, “transformación cultural” o así, no tengan la menor duda; forman parte de un plan totalitario anticultural. La cháchara autocomplaciente de los involucrados arroja perlas dadaístas de baja intensidad, pero de gran peligro en las aulas: «“Una vez más se recalca que nada puede reducirse a partes, sino que cada una de ellas es parte del todo, de esa realidad vinculante transcompleja que de modo planetario (…) “se abre hacia el contexto de los contextos”, (…) en palabras de Morin.» Eso está en un reciente artículo publicado en una revista de la venezolana Universidad de Yacambú.

Edgar Morin se ha dedicado a elaborar nebulosas ideológicas que se citan con fruición en las universidades que han completado su transición a la irrelevancia intelectual. En su libro La cabeza bien puesta. Repensar la reforma. Reformar el pensamiento, llega a decir lo siguiente: «Kleist tiene mucha razón: "El saber no nos hace mejores ni más felices." Pero la educación puede ayudar a ser mejor y, si no feliz, enseñarnos a asumir la parte prosaica y a vivir la parte poética de nuestras vidas.»

En ese tipo de textos se prefiere usar el término “educar” sobre el de “enseñar”. Educar proviene del latín ducere (conducir, mandar). De ese verbo deriva dux y duce, sustantivo que adoptó Mussolini para sí mismo. Enseñar proviene del latín vulgar insignāre que se traduce por mostrar, indicar, dar señales, exponer, incluso dar ejemplo. Por eso el conductismo y el constructivismo se han hecho fuertes entre los profesores que profesan alguna devoción por Morin y similares.

La transición académica hacia el servilismo supone la desautorización de los estudios culturales y de los métodos semióticos de análisis

Esta tendencia a fomentar la felicidad del que no sabe se está viendo reforzada por otras aportaciones del lado de las industrias culturales. Se ha producido una preocupante transición hacia el no saber encabezada por Henry Jenkins en su libro Cultura transmedia, el cualcitan con entusiasmo muchos profesores. Veamos un fragmento esclarecedor: «Si bien los eruditos de los estudios culturales que actúan como críticos culturales externos del poder y legislación de la industria pueden aportar mucho valor, este tipo de discurso ha hecho que los compromisos entre los estudios culturales/mediáticos y las industrias creativas sean conflictivos. En cambio, nuestra intervención adopta una postura que promueve el diálogo entre la academia y la industria.»

La transición académica hacia el servilismo supone la desautorización de los estudios culturales y de los métodos semióticos de análisis. Es en esta concepción de lo transmedia donde engrana la idea totalitaria de Manuel Castells de “sociedad red”. La redundancia semántica no impide una lectura como la de “red” en su acepción de “trampa”. La capacidad para lanzar productos culturales y de entretenimiento en distintos medios sólo la tienen las grandes corporaciones. Ante ciertos productos aparecen los fans que se dedican a trabajar gratis en la difusión y creación de contenidos en las redes de simulación social. En la concepción transmedia de la cultura, la Universidad no es más que otro medio al que se le encomienda que no promueva el saber crítico sobre las industrias de la comunicación. Sólo debe encaminar a “dialogar” dentro de los marcos ideológicos determinados por el poder.        

Crece un nicho de mercado donde las tecnológicas, las farmacéuticas, la banca, la cirugía, la comunicación, la cultura y la industria política ya se lucran. Explotación implacable del ser humano por seres humanos

Esa proliferación transmedia no tiene nada que ver con el pluralismo en los medios, es justo lo contario, es la proliferación de lo mismo por múltiples medios. No olvidar que entre los medios más eficaces están todas las fases de enseñanza desde el periodo infantil. Muy pocos espacios se libran del yugo 2030.  

Frente a la sagrada tarea de enseñar al que no sabe, se prefiere estimular y controlar los deseos de la gente. Los deseos son, por definición, transitorios. Lo “trans” se institucionaliza para promover ciertos actos que la industria cultural ha etiquetado como vanguardia. En tal sintaxis transitiva, el objeto directo es el individuo condenado a llevar puesta y a financiar su propia cárcel digital, eso sí, con un entusiasmo 5G. Se ha decretado la perpetua inestabilidad de lo transitorio, semánticamente dadá, en una agobiante telaraña transmedia.

Es el debilitamiento del ser y el control mediante el deseo degradado en capricho. Es la primacía del ego sobre el deber, de la mezquindad sobre el altruismo, de la acomodación interesada del esclavo sobre la responsabilidad. Crece un nicho de mercado donde las tecnológicas, las farmacéuticas, la banca, la cirugía, la comunicación, la cultura y la industria política ya se lucran. Explotación implacable del ser humano por seres humanos. Inopinada confluencia de tecnocapitalismo y socialismo. Transcendentales retos académicos y políticos para detener la transición hacia la nada.

Apoya TU periodismo independiente y crítico

Ayúdanos a contribuir a la Defensa del Estado de Derecho Haz tu aportación Vozpópuli