Opinión

Letizia cambia de bando

De la pandemia ha surgido una Reina distinta, más cercana y más auténtica. Una metamorfosis que emerge entre la campaña contra la Corona y las burlas árabes del rey emérito

  • Letizia cambia de bando

Le hicieron el traje de la bruja del cuento. Personaje antipático, altivo, manipulador. Letizia Ortiz no tuvo fácil su aterrizaje en La Zarzuela. Nadie dijo que pasar de meritoria periodista televisiva, hija de sindicalista y nieta de taxista, a Reina de España fuera una aventura sencilla. Un suegro hostil y unas cuñadas inhóspitas poco colaboraron en el endiablado tránsito. Pese a todo, arrancó bien, con prudencia contenida, en su asumido papel de pieza discreta en un escenario erizado de trampas y puñales. Luego, el asunto se torció. Se acercó demasiado al precipicio. Urdangarín y el 'caso Nóos' tensaron las costuras internas de la familia. Aquel verano de 2013 fue un calvario, se bordeó la ruptura, el cataclismo, pobre Javier Ayuso

Algo de izquierdas, un poco republicana y hasta complaciente con un Sánchez pre-presidencial. O sea, instalada en el lado oscuro, en el territorio equivocado. Habladurías que creaban opinión

Le llovieron críticas y reproches. Le inventaron historias, le imaginaron cuentos y hasta le sacaron cantares. Con su familia política en contra y el Rey ofuscado por el devenir judicial de su hermana, Letizia se refugió en su círculo de antiguas compañeras del oficio, sumamente 'progresistas' ellas. Una etapa muy singular. Protagonizó también algún soberano tropiezo como el 'compiyogui' maldito, y blindó su agenda con un 'espacio privado', hermético e ignoto. La antítesis de la transparencia. Ejercía de Reina de lunes a viernes, como un empleado de banca o un funcionario del catastro. Algo de izquierdas, un poco republicana y hasta complaciente con un Sánchez pre-presidencial, decían por entonces los círculos cortesanos. O sea, instalada en el lado oscuro, en el territorio equivocado. Habladurías que cuajaban y dejaban poso. Se le recriminaba también su obsesión por ocultar a Leonor y Sofía, maravillosas personitas casi desconocidas para la opinión pública. Apenas se las mostraba en Navidad, en el posado mallorquín y al comienzo del curso escolar. "Si no se las conoce, ¿cómo se las va a querer?", se decía. Y apuntaban a Kate, en esta materia, ejemplar.

Todo ha mutado con la pandemia. Todo ha dado un vuelco tan superlativo que parece que nos encontramos ante otra Reina. Han pasado demasiadas cosas y demasiado graves en muy poco tiempo. El terremoto de la 'tocata y fuga' del rey emérito, el visceral ensañamiento con la Corona desatado desde el riñón mismo del Ejecutivo, con la pasividad cómplice del propio presidente del Ejecutivo. La metamorfosis de doña Letizia se ha acompasado a esta espídica aceleración de acontecimientos.

El maltrato televisivo

El luto, la ropa oscura, la exhibición de las canas, el maquillaje apagado han sido la norma en el 'look' de la Reina en las largas semanas de confinamiento, encerrada en Palacio, siempre junto al Rey, en ese segundo plano tan inusual, compartiendo tediosas audiencias telemáticas o interminables visitas en la red. Tocó luego el fatigoso recorrido por España, un ejercicio necesario pero en parte inútil, dado el desapego de los medios públicos, TVE en especial hacia toda iniciativa impulsada desde la Zarzuela. Plaza a plaza, pueblo a pueblo, se nos mostraba una Reina de gesto austero, silenciosa, amable, casi humilde, ajena a ese permanente estado de tensión tan enojoso y tan suyo... "Acércate más a la barra", le dijo quedamente al Rey y se convirtió en la frase estrella de la turné.

Y las hijas. Ha sido también la revelación de estos tiempos de sufrimiento y llanto. La princesa Leonor ejerciendo de heredera al recordarle a su padre, en la ceremonia de los adioses en la Plaza de Armería, que iba sin mascarilla. Un gesto regio. O sentada a su derecha, donde el copiloto, en un desplazamiento en auto por Mallorca. La infanta Sofía también ha sido un hallazgo, una personalidad firme y decidida, con su lesión de rodilla y la muleta en ristre, apoyada en su hermana, la futura Reina. Dos descubrimientos muy lejanos de aquella estampa sombría del almuerzo navideño en el comedor de Palacio, tan forzado y ortopédico, en el que nadie hablaba y la sopa ardía. O el de esa encorsetada lectura, en un sofá inasumible, de unas líneas de El Quijote, tan mustia, tan inadecuada. Princesa e infanta, dos revelaciones, dos muestras de un trabajo bien hecho, dos condecoraciones a la labor materna. Incluso las encuestas empiezan a tratar bien a la Reina, algo que se antojaba increíble después de tantos años de displicente actitud.

Ahora que la Corona peligra, que la continuidad dinástica se tambalea, que un Juan Carlos encorinado y burlón se mofa de todos desde su refugio árabe, que Sánchez quiere ocupar la plaza de jefe del Estado, que los radicales aúllan y la derecha no se entera, la gran noticia para para la Institución ha sido el espectacular renacimiento de doña Letizia, el inesperado hallazgo de una Reina distinta y luminosa. Siempre estuvo allí pero no siempre se supo. O no siempre lo hizo bien. O no siempre mostró tan intensa convicción. Es la imprescindible pieza que faltaba para componer un mosaico que tantos pretenden dinamitar. 

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