Opinión

De Maquiavelo a John Ford

La gente de la ciencia lo denomina “efecto mariposa”. El aleteo de una mariposa en un punto del globo puede provocar un terremoto en otro extremo del planeta. Lo que

  • Pablo Iglesias.

La gente de la ciencia lo denomina “efecto mariposa”. El aleteo de una mariposa en un punto del globo puede provocar un terremoto en otro extremo del planeta. Lo que este personal tan sensible y sofisticado no había previsto es que una oscura operación política en el cantón murciano pudiera abrir en canal el frágil desequilibrio del sistema en toda España. En principio estaba fuera de los hábitos de la casta el que una gente acostumbrada a emitir y recibir informes y protocolos tuviera que detenerse más allá de un minuto preguntándose si lo de Murcia podía tener efectos colaterales. ¿Murcia? Un lugar no mencionado casi nunca en la alta política y reconocible por un presidente de comunidad con tendencia a la obesidad y ¡ojo al dato! porque el jefe de organización y número dos del PP en toda España es el capeón del mundo mundial en lanzamientos de huesos de aceituna. Varios metros, que ya es mérito y que él, buen paisano, tiene a orgullo como marca racial, sospecho que hasta identitaria.

Por qué el PSOE quería que Ciudadanos traicionara a sus socios del PP en el Gobierno murciano es cosa más rara que el aleteo de la mariposa. Irregularidades en las listas de vacunación y corrupción institucionalizada no parecen motivo suficiente ni para los tertulianos comprometidos con la causa, y más tratándose de un muñidor, el jefe de la banda socialista, sujeto a los tribunales por varias causas en curso. Quizá se ensayaba la primera escaramuza de Ciudadanos para ir separándose del PP y pedir amparo al PSOE. Resultó un tiro en el pie, con ingreso en las atiborradas UCI políticas. El PP elevó la oferta y el personal prefirió corrupto veterano a aspirante a quedarse con los fondos.

Pero se abrió la caja de los truenos, que en política se llama el baúl de las pretensiones. Díaz Ayuso en Madrid vio la oportunidad que se le brindaba de desprenderse de unos aliados reticentes y apoyarse en su nuevo prestigio de azote social-podemita. Pasar del plexiglás al hierro. No se engañen, no es Esperanza Aguirre y Gil de Biedma, ella no tiene nada que perder y sabe que cada escalón es ascendente; o sube o pone anuncios de soltera (las feministas empoderadas no tienen ni idea de qué es eso). Es clase media, muy media, como quien dice, si osaran pronunciarlo en voz alta, “una sirvienta de derechas”. Estamos acostumbrados a que las clases sociales las decidan los clubs de asentados, a ser posible con título universitario y cobrando del Estado, vil y despreciable, incluso cuando les soluciona la inutilidad de su vida.

Y hete aquí que pilló a la clase política y a sus aledaños quitándose la sudadera de hacer deporte y lo que parecía frágil pero seguro se volvió inseguro y más frágil aún. Cuando no tenemos respuestas hacemos preguntas que cubran nuestras vergüenzas. ¿Parece que Díaz Ayuso va a ganar? No hace falta ejercer de politólogo para detectar que Fray Gabilondo no está para competir. ¿Pactará con Vox? Hará lo mismo que Sánchez: ir a por la mayoría absoluta y, si necesita apoyos para gobernar, no le hará ascos a Vox ni a nadie. ¿O es que Sánchez puso reparos a todos los que juró que no pactaría con ellos bajo ningún concepto? ¿Se los deletreo? Podemos, los del mal sueño. Esquerra Republicana, que aspira, decía, a dividir España. Incluso la derecha xenófoba de JxCat. Y para que no dejara a alguien con la flor de la ilusión de gobernar, sumó a Bildu. Oigan, señores y señoras, si ponemos un cordón sanitario político lo difícil será encontrar personal sanitario no contaminado para tender la cinta. ¿Qué diferencia a Vox de Bildu? Que unos son parientes lejanos y los otros detestables vecinos. Pero si pudieran, sé muy bien dónde acabaríamos nosotros. ¡Engrasemos bien la cuerda con que nos ahorquen!, que hubiera dicho el siempre actual Vladimir Ilich.

Iglesias va a demostrar que se pueden ganar las elecciones en Vallecas bajo una pancarta que diga: “¡Vallecanos, a Galapagar!”

Conozco algo a Pablo Iglesias, pero pertenece a otra época política -no digo generación, sino época, que marca mayor distancia-. No he visto una serie de TV en mi vida si exceptúo dos antiguallas de los 80, “Retorno a Brideshead” y “Yo, Claudio”. Cualquier referencia a “Juego de Tronos” es como si me hablaran de extraterrestres, pero hubo un tiempo que podía entenderme sobre Maquiavelo. Ahora bien, su salto a los personajes de John Ford me tiene en risa permanente. Él va a enderezar Podemos y de paso congraciarse con su huida base política. Él va a poner en un brete a un Gobierno que no es suyo sino de Sánchez y obligar a corrimientos de escala. Él va a demostrar que se pueden ganar las elecciones en Vallecas bajo una pancarta que diga: “¡Vallecanos, a Galapagar!”. Él va a ensañarse con Fray Gabilondo, su socio, y a besar por dos veces a Errejón en la mejilla y decir como Don Vito “no hay nada personal”. Y todo en un tiempo récord, sin descabalgar de su sillón parlamentario mientras pasa la mano por el autonómico. ¡El hombre de los dos culos! ¡El no va más en política! Sólo le amenaza una terrible sentencia: quien creó Podemos, se lo llevó con él.

Impresionante, por desusada y oportuna, la intervención de Iñigo Errejón sobre la otra epidemia, la de enfermedades mentales que están asolando a la ciudadanía. Es pena que se haya olvidado del papel que la clase política desempeña en este desquiciamiento general. Diez suicidios al día me parecen una cantidad más que inquietante. Demasiados suicidas, aunque lo entiendo cuando todo se oscurece y el destino se percibe como otra continuada tortura que está por llegar. El hecho de que el diputado del PP por Huelva, Carmelo Moreno, alcalde de Palos de la Frontera, firmara la intervención de Errejón con el grito de “¡vete al médico!”, no es sólo el emblema de un memo que hacía de chistoso de pueblo ante un público benigno siempre ante la estupidez de su parroquia. Esta vez, avergonzada, no le jaleó como solía en tantas ocasiones frente al inolvidable solitario que fue Labordeta. No fue menester su “¡váyanse a la mierda!”.

El rebuzno de Carmelo Moreno trató de corregirlo escribiendo que fue “una frase desafortunada”. No, majadero, no. Lo desafortunado es que a ti te eligieran diputado, porque eso marca una sociedad y a toda su ganadería. ¿Alguien puede extrañarse de que haya diez sufrientes al día que se suiciden?

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