He ido al “Diccionario de Autoridades” para ver la diferencia entre la palabra “marino” y la palabra “mareante”. Ese “Diccionario” fue el primero que hizo la Real Academia Española, entre 1726 y 1739, durante el reinado de Felipe V, un rey que apoyó a los primeros ilustrados españoles, influenciados por el proyecto francés de normalizar el idioma español, el idioma común del Reino.
Es simpático conocer la evolución del idioma en aquellos años del siglo dieciocho. El “Diccionario” me ha servido deportivamente para jugar con los significados derivados de la palabra “mar”, y así relatar alguna vivencia referida a mi afición favorita.
“Marear” significa en esa obra: “Gobernar y dirigir el navío o embarcación, y las cosas concernientes a él, para conseguir la felicidad del viaje”. Después de esa encantadora descripción, siguen otras referidas a que “marear” significa también “enfadar, molestar y desazonar”, o bien, “despachar las mercancías” (ese significado ha desaparecido por completo), pero la tercera acepción tiene que ver con la felicidad del cuerpo: “Desazonarse alguno turbándosele la cabeza, revolviéndosele el estómago, y vomitando con grande agitación y fuerza, lo que sucede ordinariamente a los que embarcan la primera vez, o caminan en carruaje de movimiento violento y apresurado”.
Antes de comentar algo sobre el mareo en barco, ese horror para los que lo padecen, diré algo sobre la palabra “marino”. En el “Diccionario” se lee: “MARINO,NA, adj, Lo que es del mar: como Agua marina, pez marino, &c Lat. Marinus, Maritimus.” Pues bien, en la página anterior, unas cuantas entradas antes, aparece “marina”, con varios significados, pero uno de ellos, y no es el principal, establece que: “MARINA. Se llama también el arte o profesión que enseña a navegar y gobernar las embarcaciones. Lat. Ars nautica.”
De manera que a comienzos del siglo de la Ilustración, el “marino” aún se definía mejor con la palabra “mareante”. El “marino” nos lo imaginamos subido en un barco propulsado por un motor, al principio de vapor. El “mareante” es el que lucha y se impulsa con el viento y las olas, es un tipo humano único, pues tiene los dones y habilidades de los dioses o semidioses, como Poseidón y Ulises.
Yo me considero “mareante”, pues aunque he navegado casi siempre con un motor diésel (¡pobre diésel o gasolino que contamina menos de lo que dicen!), con siete metros de eslora, navegar olas de más de metro y medio (un tiempo fresco habitual en el Cantábrico), tienes que ponerte a gobernar el barco en una especie de simbiosis activa con el viento y las aguas.
Aunque la mar esté calma, sin olas, o “churrada”, como dicen los marinos de Santoña, las habilidades del patrón o timonel se exigen desde el momento en el que algún pasajero invitado dice que está “perfecto”, pero la ligera palidez de su rostro, y la negativa a seguir mordiendo el bocadillo, que todavía mantiene en la mano, indica que puede súbitamente pedir algún sitio adónde dar la vuelta a su estómago, y de paso también pidiendo volver a toda máquina al puerto de atraque (en realidad no es necesario volver al puerto: hay un punto antes de entrar en él, que en las cartas marinas figura como “el médico”, “el placer”, y nombres parecidos, y que se refiere al lugar en el que cesa el movimiento del barco, llamado “cuchareo”, y que es cuando el mareado recobra maravillosamente la salud y hasta termina de comerse el bocadillo).
Si me considero un “mareante” es porque nunca me he mareado en la mar. Sin embargo, esa suerte mía les ha costado vomitonas a mi familia y a muchos de mis amigos, crédulos en mis sermones acerca de que con la mar en calma no se marea nadie…Debo asumir mi culpa, dado que la mayoría de mi familia, mis amigos, y la mayoría de la gente, no soporta el famoso movimiento de “cuchareo”.
He salido flotando en algún tipo de buque (que es como se denomina cualquier objeto que sirve para navegar) desde los nueve o diez años. Tengo tíos, primos y buenos amigos que me incitaron desde edad temprana a subirme en barcos. Creo que tengo el instinto de la mar, siento los cambios de tiempo, y también conozco los vientos que son buenos para pescar diferentes tipos de peces. En el Cantábrico, el mar que mejor conozco, el pez más importante, tanto económicamente como históricamente, es el llamado allí “bonito” (thunnus alalunga), un atún que no pesa más de 18 kilogramos, y que tiene unas aletas natatorias muy prolongadas. A partir de julio en el Cantábrico oriental, cada verano han llegado puntualmente, desde tiempo inmemorial. Los pescadores cantábricos, para pescarlo, arrastrando a vela sus aparejos flotantes, la llamada “cacea”, se adentraron en la mar hasta perder de vista la costa. Nadie, ni ninguna civilización de marinos comerciantes, navegaron sin alejarse de la costa. El bonito hizo mareantes en mar abierta. Hacia 1492, los marinos cantábricos, junto con los portugueses (también pescadores), eran los mejores. Por eso Cristóbal Colón contó con su destreza para descubrir lo que se llamaría después América.