Cuando fue nombrado ministro de Interior en el año 2018, sólo un astronauta podía superar a Fernando Grande-Marlaska entre los mejor valorados del gabinete de Pedro Sánchez. No le hizo falta llegar a la luna para estrellarse, porque hoy el juez ostenta un récord parecido, pero a la baja. El cese de Diego Pérez de los Cobos de su cargo como jefe de la Guardia Civil en Madrid se ha convertido en su parrilla política. Marlaska va carbonizándose de a poco, atizado por su verbo bilioso y falible, cada vez más falto de puntería y sentido de la oportunidad.
Marlaska sería brillante como juez, pero como fabulador no parece especialmente aventajado. Con la de esta semana van ya cinco versiones de lo ocurrido con el coronel Cobos. Está claro que el vasco tiene un problema serio con el cuerpo y que no acierta a remediarlo. En La Benemérita se vive una crisis con efecto dominó, un efecto demolición que Marlaska sólo ha sido capaz de amplificar. En un principio, el ministro de Interior aseguró que la decisión de cesar a Cobos estaba únicamente fundamentada en una "pérdida de confianza", luego que se debía a una reestructuración de equipos. Interiorismo de Estado.
A la salida de De los Cobos siguieron más destituciones, dimisiones, mandos apartados y nombramientos de última hora. Lo que para muchos era una caza de brujas, para Marlaska fue una remodelación, una puesta al día de los despachos. Sólo eso. El eufemismo no le valió de nada, ni siquiera para alicatarse con fuerza al cargo. Marlaska negó cualquier intento de injerencia. Ni él había pedido a Cobos el informe sobre las investigaciones que realizaban sus subordinados sobre la marcha del 8-M, ni Cobos había sido apartado por negarse a revelar ese documento. Así lo dijo Marlaska.
A un cuento siguió otro. Intentando salvar la cabeza, el ministro de Interior comenzó a hilar historias que contradecían a las anteriores. Tras firmar y autorizar la equiparación salarial entre la Guardia Civil y la Policía, aseguró no haber visto jamás el informe del 8-M y acusó a Cobos de filtrarlo a la prensa. La fabulación duró poco. Apareció entonces un documento del Ministerio del Interior según el cual Marlaska había cesado al coronel de la Guardia Civil por no informar del desarrollo de investigaciones y actuaciones de la Guardia Civil. El papel hizo que al ministro se le cayera hasta la mascarilla. Pero la última versión sobrepasa a todas las anteriores: el cese del coronel fue una decisión del secretario de Estado a proposición de la directora de la Guardia Civil.
Acoso a Ciudadanos
Hace dos años, Marlaska fue descrito como un hombre probo y comprometido con la Justicia, un juez valiente e independiente que atizó a unos y otros, y hubo hasta quienes lo describieron como un perfil conservador. Marlaska parecía tenerlo todo: era joven, deportista, discreto, progresista y hasta su homosexualidad, que en nada tendría que ver, sumaron en la valoración que se hacía de él. El retrato del magistrado comenzó oscurecerse con el paso de los meses. La sindéresis se transformó en beligerancia y, poco a poco, Marlaska dejó de ser considerado un John Taylor en la corte de Alabama. El acoso a los miembros de Ciudadanos que acudieron a la manifestación del Orgullo Gay fue un punto de inflexión.
No es posible determinar qué extraña capacidad tiene Pedro Sánchez para convertir a sus ministros en fabuladores, a los expertos en activistas y a los jueces en parte. El presidente de Gobierno transforma a quienes le rodean en realviceralistas del relato político, personajes que necesitan de la ficción tanto o más que el Ulises Lima o el Arturo Belano de Los detectives salvajes. Y no sólo los transforma en bardos mediocres, sino que les agria el carácter hasta convertirlos en radicales y amargados. Marlaska no tiene ni pena ni miedo como el verso de Zorita que lleva tatuado en la muñeca, tampoco tiene vergüenza ni mano izquierda. Marlaska sería un buen juez, pero está demostrado que, en el Gobierno, es muy mala parte.