“Nos merecemos un Gobierno que no nos mienta”. La tarde del sábado 13 de marzo de 2004, al abrigo de la sede del PSOE, Alfredo Pérez Rubalcaba pronunció esta frase que no fue fruto de la improvisación sino de la intención. Sucedió nada menos que en la víspera de unas elecciones generales que tenía, al mismo tiempo, al candidato del PP, Mariano Rajoy, sitiado en la sede de su partido. Entre los manifestantes que aquella tarde cortaban la calle Génova de Madrid estaba el hoy vicepresidente del Gobierno, Pablo Iglesias.
Los lemas y las consignas se expandieron a toda velocidad, a través de los mensajes telefónicos: “Queremos saber la verdad, antes de votar”. No hay duda, el ciudadano tiene derecho a conocer la verdad en cualquier momento. Entonces, ahora y siempre. En una democracia liberal es una exigencia, sea cual sea el Gobierno. El PP sucumbió en aquellas elecciones a pesar de obtener diez millones trescientos mil votos. Rodríguez Zapatero consiguió para el PSOE un millón más tras aquellas jornadas tan dramáticas como tensas. Una parte de la sociedad española le echó la culpa de los muertos al Gobierno, agarrándose a un relato exprés, construido a partir de un sentimiento y un marco mental sobre una mentira general fabricada presuntamente a sabiendas por un Gobierno que, por otra parte, demostró su ausencia de pericia con la transmisión de la información. El PP perdió el control del relato a las pocas horas de los atentados. Nunca lo ha recuperado, pero en ninguna situación. Una vez contados los votos en las elecciones, la verdad pasó a otro plano. Ya no había presión. Para siempre quedó el relato triunfador sobre las mentiras del Gobierno.
La izquierda, el PSOE especialmente y ahora con el refuerzo de Podemos, crea marcos mentales que apelan a los sentimientos sobre buenos y malos. Los que están a favor del pueblo y los que no
¿Importo entonces la verdad? No mucho. Cualquier atisbo de crítica o recuerdo a cómo se aumentó la tensión antes de votar fue incluido en el saco de una teoría de la conspiración y por supuesto en el arcón sin fondo de la crispación. Desde entonces nada ha cambiado. La izquierda, el PSOE especialmente y ahora con el refuerzo de Podemos, crea marcos mentales que apelan a los sentimientos sobre buenos y malos. Los que están a favor del pueblo y los que no. Sánchez dedicó su primera intervención el pasado miércoles a hablar del odio que generan otros.
Número de fallecidos
Este Gobierno usa su ventaja, que la tiene, en el manejo de la información. ¿Queremos los españoles saber esta vez la verdad? No parece que sea así del todo. ¿Queremos que nos cuenten y veamos lo que ha pasado o solo importa si podemos ir a la playa este verano? Las consecuencias de aquella masacre en 2004 pudieron ser vistas a los pocos minutos. No hay más que repasar las imágenes publicadas en las portadas del 12 de marzo de 2004 o las difundidas por las televisiones para saber que desde el primer momento la ciudadanía conoció la magnitud de lo ocurrido porque lo vio. Ahora, en la actual tragedia, ni siquiera el Gobierno facilita el número de fallecidos, modificando los criterios en función de los días. Aquí el relato se llena de confusiones y rodeos.
Varias instituciones y estudios más que rigurosos, como el reciente del INE, certifican que la cifra de muertos por coronavirus está muy cerca de los 50.000. El Gobierno, para pasmo de la prensa internacional, suprime muertos por miles de un día para otro. De repente hay prisa por volver a la normalidad para evitar que Francia y Alemania nos dejen encerrados. Hay que proporcionar cifras que generen la sensación de todo ya pasó. Los sentimientos ganan a las razones con demasiada frecuencia.
Tempestad sobre el PP
El escándalo sería de proporciones mundiales y apocalípticas si un Gobierno del PP estuviera reduciendo a la mitad el número de víctimas de la covid mientras registros civiles, funerarias o instituciones del Estado como el INE duplican la cifra. Cualquier ministro de Sanidad del PP no seguiría en el cargo desde hace semanas. Y ya habrían caído un par de ellos en Interior. También hubiera provocado una tempestad, con acusaciones internacionales de censura, la ausencia de las imágenes con los féretros almacenados en morgues improvisadas como el Palacio de Hielo de Madrid o de los pasillos atestados de enfermos en los grandes hospitales. Los mismos que publicaron las fotos de los andenes con los cuerpos inertes o de los heridos tumbados tras la matanza de los trenes se han escandalizado ahora por una única imagen, lejana, de plano general cuidadosa y medida, de varias decenas de féretros, por supuesto sin identificar, tal y como el deber y la responsabilidad profesional aconsejan.
Que nadie se sorprenda por la manera en la que se está produciendo la vuelta a la normalidad. Los españoles no han visto lo que ha pasado. Y, en general, salvo los directamente afectados que lo han sufrido de cerca, mejor no saberlo. Como dice el Gobierno, salimos más fuertes. Como en los finales de las películas de Disney.