Opinión

Ir a Mauthausen con una venda en los ojos

Quizá lo que hizo Gemma Domènech en Mauthausen fue desviar la atención de la evidencia que la envolvía: la realidad abrumadora de lo que es capaz el supremacismo cuando decide librarse de los desafectos

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El horror de Mauthausen no cabe ni en todos los tuits que pudiera publicar la directora general de Memoria Democrática de la Generalitat en mil vidas que tuviera. Pero la señora Domènech no se dio cuenta de eso porque fue a ese campo, del espanto y de la inhumanidad, perfectamente ciega al entorno que le rodeaba, y perfectamente dispuesta a soltar lo suyo: lo de los políticos encausados y en juicio público, que ella llama del modo que conviene a su delirio.

Fue a lo de siempre: a ver si el acto le daba para un tuit que encendiera la pasión de sus seguidores y para un canutazo en su tele, la suya, la de los buenos catalanes que son los menos y no la de los malos catalanes, que son los más. Y me atrevo a decir que esa mujer estará encantada de la repercusión obtenida. No pudo ver nada de lo que sí vieron los que la acompañaban, pero ella acertó a aprovechar que le ponían una cámara delante para colocar su tuit, y encima alcanzando repercusión nacional (estatal, que diría ella). Un éxito mediático más del independentismo, como le aplaudió el mismísimo Quim Torra.

Solo la toxicidad que destilan los nacionalismos supremacistas, como el que practican los líderes independentistas catalanes, es capaz de embotar los sentidos, incluido el sentido común, hasta el punto de que personas que posiblemente serán normales en el resto de facetas de su vida puedan comportarse con tan asombrosa falta de empatía humana en todos los sitios en que tienen oportunidad de hablar, sea una terraza del Port Vell o frente a un horno crematorio diseñado para deshacerse industrialmente de miles de prisioneros.

Lo ocurrido en el campo de concentración austriaco muestra el nivel de envenenamiento que asola la mente de los políticos independentistas

Estremece pensar que el cargo de alguien tan incapaz de percibir y recordar lo que pasó dentro de aquellos muros y alambradas tenga un nombre que hace referencia a la memoria. Porque lo que tendría que haber recordado la directora catalana de Memoria Democrática es que allí se dejaron la vida, entre crueldades sin cuento, miles de españoles "Rotspanier" y de ciudadanos de muchas otras nacionalidades que no encajaban en el diseño de una patria unitaria, limpia de extraños, cerrada a la diversidad y, por eso mismo, a cualquier clase de libertad. Mauthausen y los demás campos nazis, son el testigo espeluznante de lo que el nacionalismo, todo nacionalismo, hace cuando tiene el poder absoluto. Domènech no lo vio, por supuesto que no. Ella había ido a lo suyo; al tuit.

Lo importante del acto en Mauthausen del domingo no fue un problema de protocolo, aunque obligase a ausentarse a la ministra de Justicia del Reino de España, sino la muestra del nivel de envenenamiento que asola la mente de los políticos independentistas y que incapacita para ejercer la memoria democrática incluso a quien la lleva en su cargo y en su sueldo.

Casi seguro que fue torpeza sin más, pero queda una explicación aún peor. Tal vez la dirigente independentista no vio lo que allí se mostraba simplemente porque no quiso. Puede que fuese con la venda puesta precisamente porque allí delante temía encontrarse frente a una realidad abrumadora de lo que hacen las patrias en marcha cuando tienen que librarse de demasiada gente desafecta o que no encaja en los estrechos moldes en que siempre nos quieren encerrar a todos los buenos nacionales. Pero no sería eso, no. Sería solo torpeza, seguro.

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