Tienen los escritores clásicos el toque divino de ser siempre modernos. Huelen siempre bien. Su forma de hablarnos es reconocible, aunque hayan pasado 2.000 años desde que escribieron. Es muy difícil salirse de su círculo una vez que entras, y así, de repente, todo lo nuevo parece accesorio o copia de lo ya leído. Tengo muy cerca de mi casa la Feria del Libro, la renacida y extraña Feria a la que sólo voy cuando está cerrada. La edad me ha hecho refractario a las colas y esta no la voy a hacer y así seguiré el consejo de Juan Ramón Jiménez que decía que si uno quiere leer mucho debe comprar poco. Y es cierto, aunque cierto es también que hay dos placeres muy distintos y nada contradictorios alrededor del libro, el primero es comprarlo, tocarlo, olerlo, acariciarles el lomo como si fuera un perro o un gato que nos acompaña; el segundo y principal, leerlo.
Siempre he tenido por seguro que el primer placer es bastante más ordinario que el segundo. Se compra más que se lee. Por eso me siguen extrañando las colas enormes ante autores que publican libros con más de 700 páginas y de los que, más allá de la crítica, nadie habla .¿Quién los leerá, me pregunto?
Marco Aurelio, al que leo con la misma necesidad con que me medico para la hipertensión -una pastilla al día y por la mañana- asegura que nada es más digno de lástima que el que anda siempre en círculos y dice que investiga las profundidades de la Tierra (13-Libro II). Fue leer semejante meditación -que el emperador se hacía a sí mismo- y pensar en una decena de nombres. El primero, el señor de Moncloa. Ese ser de lejanías, paseante infinito y siempre circular que, con semejante forma de ir por el mundo, pretende traspasar los límites de la metafísica y hasta de la ontología.
Las covachuelas donde se cocina la comunicación del presidente emiten señales intermitentes para decirnos que aún no está decidido que Pedro Sánchez vaya a participar en la llamada mesa de partidos, que es en realidad una mesa de negociación, que es también una mesa bilateral, que es, claro está, una mesa entre dos gobiernos. O sea, que Sánchez, el gran hacedor, el inventor de la mesa de diálogo no va a sentarse con los independentistas. Hombre, hombre, ¿en eso estamos ahora? Aviso: está a punto de nacer un nuevo Sánchez, igual de mentiroso, pero ahora más español, integrador y moderado. Las encuestas obligan a replantearse las cosas. Los principios cambian sin necesidad de disimular el movimiento. Poder, poder y más poder.
La mesa o el fin de la legislatura
Da igual, faltan horas para que ERC le recuerde una vez más quien y qué votos lo sentaron en el sillón del presidente. Hace tres meses, tres, Gabriel Rufián le dijo a Sánchez en su misma cara: Dice que nunca habrá referéndum. También dijo que nunca habría indultos. Denos tiempo. Y eso les dieron, tiempo, y hubo indultos. Unos meses antes este recio y sobre actuado Rufián sentenció: Si no hay mesa de diálogo no hay legislatura. Resulta espantoso recordarlo, pero el de ERC decía la verdad. Como resulta oportuno en este punto recordar aquello de Galdós, otro clásico tan moderno, cuando hablaba del bullicioso escuadrón de los majaderos y los malvados pensando en los políticos de su época. Él, que lo probó porque no en vano fue diputado, bien que lo sabía.
Y el PP, a por uvas que estamos en vendimia
Con independencia de lo que ahí se trate el disparate ya está hecho. Estamos tan perdidos -tan entretenidos en realidad con la historia del chapero mentiroso y otras similares- que ya sólo miramos al dedo cuando este señala a la Luna. Lo de menos es el guión, lo sustancial es que damos por buena la aberración política de que el Gobierno de España se siente -¿a dialogar? - con un gobierno autonómico.
Y mientras Félix Bolaños, el nuevo hombre fuerte del presidente, da los nombres que van a sentarse en la mesa por la parte del Gobierno y del PSOE, Pablo Casado se lía con asuntos menores sobre quién ha de dirigir el PP de Madrid dentro de unos meses. Cuándo se enterará este hombre de que la política, como tantas cosas en la vida, es tener claro aquello que no puede esperar. Qué hace enredando en un partido que en Madrid le funciona y le da votos y posibilidades de ser algún día presidente. Da que pensar esta oposición: no es malvada, ni aviesa, ni astuta, es simple y lila. Pero esto es otra historia que tiene toda la pinta de terminar mal. Esos niñatos de Génova, zascandiles inoportunos de la actualidad.
Esos sospechosos silencios
No sabemos qué día se cumplirá la aberración de que se siente nuestro Gobierno con el de Cataluña. El guión tiene dos apartados que son a todas luces antitéticos y claramente provocadores: inversiones del Estado por un lado, y referéndum y autodeterminación por el otro.
Sorprende que la titulen mesa de diálogo cuando el gobierno catalán acaba de rechazar una inversión para el Prat de más de 1.700 millones de euros. Y, aunque ya sabemos que la escenografía cumple aquí un relevante papel, sigue sorprendiendo que no haya quien dentro y fuera del PSOE haga ver a los negociadores que toda esa inmensa cantidad de dinero de los españoles, incluidos los catalanes, no puede terminar en manos de quienes siguen hablando de autodeterminación e independencia. Si pretenden la gestión del aeropuerto y ansían la republica catalana y la independencia alguna garantía, por pequeña que sea, deberíamos tener de que no lo volverán a intentar.
Por eso escuece tanto el silencio de García Paje, el de Fernández Vara y Lambán. El manchego, que gusta de los refranes, igual conoce el de don Quijote: La verdad adelgaza y no quiebra. Ojalá que los libros de Historia pasen de puntillas ante semejante afrenta y no hable de aquellos que callaron. Paje, Vara y Lambán, tan obsecuentes los tres, hacen bueno eso de que ser creyente es mucho más útil en este que en el otro mundo. Ellos verán en quién han depositado su fe. Me sigo preguntando qué es lo que ven en Sánchez, qué justifica su inacción. Qué su cobardía. Qué penoso y perturbador silencio.