Cuando ganó la moción de censura, Pedro Sánchez sin duda sabía que una mayoría contra Rajoy no era lo mismo que una mayoría de Gobierno y que con aquellos variados y contradictorios mimbres a los que solo agrupaba el rechazo al PP iba a ser imposible lograr la más mínima estabilidad parlamentaria que le permitiera gobernar efectivamente.
Si acaso no hubiese sido consciente de ello, las primeras votaciones en el Congreso se lo dejaron muy claro; singularmente, las relacionadas con la nueva dirección de RTVE o con el techo de gasto. Pero tales reveses parlamentarios digamos que ya entraban dentro de lo previsto y, contando con ellos y, a falta de solidez parlamentaria, Sánchez optó por una acción de Gobierno que le sirviera para recuperar visibilidad y marcar la posición del PSOE en aspectos que pudieran tener su recompensa electoral. Según las encuestas parece que acertó.
El Aquarius, la sanidad universal, el tono empleado (que no los hechos) con los independentistas catalanes, sacar a Franco del Valle... han sido decisiones pensadas para ganar siempre, tanto si son apoyadas por la oposición y salen adelante como si son rechazadas, lo que colocaría a sus detractores como xenófobos, reaccionarios o incluso franquistas. En ambos casos el resultado es que se carga de argumentos la mochila de Pedro Sánchez para cuando lleguen las elecciones. La táctica es inteligente: se gane mucho o se gane poco, siempre se cuajan apoyos: “El PSOE fue capaz”; o bien, “el PSOE quiso, pero no le dejaron”. Ambas valen.
Demasiadas decisiones pensadas no para gobernar, sino para ganar cuando toque, en línea con el eslogan: ‘El PSOE quiso, pero no le dejaron’
Y en medio de este panorama de ingeniería político/electoral, tan mediática como eficaz, ha surgido el conflicto Taxi/VTC, un escollo rocoso no previsto, muy difícil de saltar, ignorar o rodear. En este asunto, al contrario que en los anteriores, la alternativa es perder o perder. Y además, con la espectacularidad que los taxistas le han dado a sus reivindicaciones mediante una huelga que amenaza con regresar pronto y con algunos vídeos tan virales como irritantes.
Cuando, en 2009, Zapatero liberalizó las licencias VTC no existían plataformas como Uber y Cabify, ni tampoco se las esperaba (aquel año Uber hizo las primeras pruebas en Nueva York con ¡tres coches!). Eliminar los límites entonces existentes para las licencias de aquellos vehículos que se contrataban en buenos hoteles, en bodas y en despedidas de soltero no parecía que fuese a suponer ningún problema. Pero llegaron las plataformas con una tecnología que corre más que la legislación y vaya si está siendo un problema. Y gordo. Ello aunque se dio la bonita paradoja de que los finos liberales del PP corrieran en 2015 a restringir la libre competencia y revertir la liberalización que habían impulsado los socialistas.
Así que abrimos septiembre con un buen lío encima de la mesa de Gobierno. El ministro Ábalos quiere pasarles la pelota a las autonomías que la quieran coger -dice-, pero estas se preguntan -recelosas- cuánto dinero tendrían que desembolsar para (si fuera posible) revertir las licencias de VTC actuales y las aún pendientes que los tribunales están reconociendo en el 100% de los casos.
El principal apoyo de Sánchez, Podemos, se ha pronunciado con enorme rotundidad en favor de los taxistas y, otra paradoja, no deja de ser chusco que un sector que de ninguna manera se vinculaba a la izquierda, y sí a otras alternativas políticas y radiofónicas opuestas, sea quien reclame hoy y obtenga tanta complicidad de ella, desde Ábalos a Colau.
No sé lo que pensará de esto un amigo, senador de izquierdas, que una medianoche, camino de casa, reventado tras 16 horas de comisiones de esas en las que “no se hace nada”, mandó parar al taxista y se bajó del coche en mitad de trayecto, harto de aguantar, aquella noche también, las recriminaciones hacia los “sinvergüenzas y vividores” de esa casa donde le acababa de recoger el conductor. Se lo preguntaré, pero en medio de todo el follón es asombroso ver cómo tantos representantes airados del taxi exigen ahora el apoyo y la complicidad de una izquierda a la que hasta hace nada despellejaban en cada carrera.