Opinión

Meterlo en la cárcel

Sánchez no ha venido a mejorar la vida de nadie, a hacer obras de infraestructura, a generar crecimiento. Ha llegado para hacerse rico

  • Koldo García, Pedro Sánchez y Santos Cerdán.

“¡Qué país! ¡Qué país! ¡No me explico por qué nos despelotamos tanto si éramos multimillonarios! Usted iba y tiraba un granito de maíz y ¡paf!, le crecían diez hectáreas; sembraba una semillita de trigo y ¡ñácate!, una cosecha que había que tirar la mitad al río porque no teníamos dónde meterla; compraba una vaquita, la dejaba sola en medio del campo y al año se le formaba un harén de vacas… Créanme, lo malo de esta fertilidad es que una vez, hace años, un hijo de puta sembró un almácigo de boludos y la plaga no la pudimos parar ni con DDT, aunque la verdad es que no me acuerdo si fue un hijo de puta que sembró un almácigo de boludos, o un boludo que sembró un almácigo de hijos de puta…” Es uno de los celebrados monólogos del humorista Mauricio Borensztein, más conocido como Tato Bores, un tipo que a través del humor enseñó a reír, y pensar, a varias generaciones de argentinos en el siglo pasado. Semillero de boludos e hijos de puta en Argentina, campo abonado para hijos de puta y boludos en España, la nueva Argentina sin rastro de Milei, esa Argentina capital Caracas hacia la que camina España de la mano de un buscavidas. 

 

Boludos e hijos de puta. Con el país aturdido por las revelaciones de Víctor de Aldama, el nuevo Paesa que ha convertido el “caso koldo” en el “caso Sánchez”, el inquilino de Moncloa llega al Congreso y la bancada socialista puesta en pie aplaude a rabiar con el entusiasmo norcoreano con el que en Pyongyang vitorean hasta la extenuación a su pequeño monstruo, y aplauden y aplauden hasta perder el aliento, y ¿quién es el primero que se arriesga a dejarlo?, el servilismo en su expresión más cutre, en el día en que al jefe de la banda está a punto de reventarle la vena, ese rictus de terror que desde la barbilla surca su rostro hasta más arriba del párpado, porque le acaban de anunciar que Aldama lo ha dejado corito y que posiblemente termine pronto sus días en la cárcel. Por chorizo. Espectáculo humillante, ovación que se convierte en epítome de la degradación moral de un país que ha perdido pie con la decencia, ha renunciado a siglos de pobreza honrada, ha perdido el paso erguido del hombre libre dueño de su destino y responsable de sus actos. Es el caso de esa señora diputada socialista por Alicante, Patricia Blanquer se llama, que 24 horas antes, las manos juntas en señal de rendición, suplica a los representantes de ERC y Bildu que le aprueben no sé qué trato mercenario que Marichús Montero está intentando cuadrar con los enemigos de la igualdad entre españoles, trato que perjudica a Alicante, provincia infrafinanciada, y que solo beneficia al sátrapa y su voluntad de poder. Se arrastran como sapos dispuestos al sacrificio. Se juegan sus garbanzos aplaudiendo al amo.

 

Porque el mismo día que Aldama cantaba ante el juez Ismael Moreno, Marichús (Pedro, cobarde hasta la náusea, había optado por el voto telemático) lograba sacar adelante en el Congreso el nuevo hachazo fiscal a los españoles. Los ciudadanos, como meros rehenes del Partido Sanchista y sus secuaces. Es la banda que denunció Rivera. Una organización criminal dispuesta a enriquecerse desde el primer día, durante todos los días, desde el momento en que, con los españoles encerrados en sus casas, la cúpula socialista, Ábalos al frente, el hombre para todo de Sánchez, se enriquecia a calzón quitado con la compra de mascarillas mientras los españoles morían por miles. Es la banda de hampones que consiente la desmembración de España, que ha otorgado a los golpistas el indulto, ha consentido la malversación y ha decretado una amnistía no para hacer un país mejor, más rico y más justo, sino con el propósito de permanecer en el poder el tiempo suficiente para enriquecerse. De eso va lo de Aldama: de poner en evidencia el mayor caso de corrupción de la historia de la democracia española.

 

Es la banda que denunció Rivera. Una organización criminal dispuesta a enriquecerse desde el primer día, durante todos los días

 

Sánchez no ha venido a mejorar la vida de nadie, a hacer obras de infraestructura, a generar crecimiento, a enaltecer la convivencia. Ha llegado para hacerse rico. Él y su señora han venido a labrarse una fortuna. Y para enriquecerse ellos deben estar dispuestos a repartir entre la larga cofradía de sus acólitos. Por eso a Sanchez le urge meter la mano en el bolsillo de los españoles, necesita expoliarlos, detraer más y más recursos para poder satisfacer las letras de cambio que sus socios le presentan regularmente a cobro y las aspiraciones de las sabandijas que le rodean y que exigen también participar en la fiesta. Nos abrasa a impuestos, a pesar de que, según la AIReF, la recaudación tributaria cerrará 2024 cerca de los 300.000 millones de ingresos, récord histórico, 95.000 millones más que en 2019 (aumento del 47%, cuando el PIB nominal en este periodo ha crecido un 27%). Desde que Sánchez llegó al poder, en España se han aprobado 81 subidas de impuestos y cotizaciones, no obstante lo cual el PSOE ha propuesto hasta 46 nuevas medidas recaudatorias para 2025, la mayoría volcadas en elevar más aún la presión fiscal que soportan familias y empresas. Pero, advierte el IEE, “España no tiene un problema fiscal por la insuficiencia de ingresos tributarios, sino por el aumento del gasto”. Impuestos a degüello y total liberalidad a la hora de disponer del dinero ajeno. El tipo ha comprometido en Brasil, con Lula da Silva de por medio, 400 millones a una tal Asociación Internacional de Fomento (AIF) dedicada a ayudar a países pobres. El sujeto lleva gastados 382 millones en asesores (hasta un total de 870) desde que llegó a Moncloa. Y esta misma semana acaba de asignar, además de 140 millones a Perú, otros 70 a un fantasmal primer ministro de un Estado fantasma (Palestina), dinero que servirá para que Hamás pueda seguir construyendo túneles en Gaza. Todo sin pasar por el Parlamento. Sánchez se cisca en el dinero del contribuyente. Y el ciudadano baja la cerviz y paga. Y para que humille cual toro de lidia, obliga a Juan Español a pasar por la pica de la Agencia Tributaria, lo único que funciona en este Estado fallido llamado España.

 

Orgía de gasto público ineficiente. ¿Y para qué quiere este Gobierno tantos recursos? Para seguir alimentando el voto cautivo. Pero cuando alguna tragedia acontece, cuando la madre naturaleza se rebela y exhibe su fuerza arrolladora, entonces el Gobierno no está ni se le espera. Ni rastro de ese Estado hipertrofiado devorador de recursos. La gente ha muerto en Valencia en la mayor de las soledades, en el abandono más absoluto, ante la incuria de Gobierno y Generalidad, por este orden. Dramático el relato que estos días hacía Santiago Posteguillo. Sánchez no está para ensuciar sus brillantes zapatos de chulo de puticlub con el barro de una riada, y huye como un cobarde de las Paiportas de España. Tan abrumador como lo ocurrido en Valencia resulta constatar la realidad de los 7 millones de españoles que siguen apostando por él y lo seguirían haciendo aunque le vieran asesinando a una anciana en pleno Paseo del Prado. Gente que viviría feliz en una dictadura siempre que el condukator se llamara Pedro Sánchez. A esa cifra hay que sumarle los cientos de miles de fieles de partidos comunistas, separatistas de derechas y de izquierdas y tontos del bote o compañeros de viaje. Indiferentes, boludos o hijos de puta, en la terminología del Tato Bores. En total, cerca de media España reñida con la libertad a secas, o partidarios de la libertad en la granja de Sánchez, esclavos de la servidumbre voluntaria.

 

La gente ha muerto en Valencia en la mayor de las soledades, en el abandono más absoluto, ante la incuria de Gobierno y Generalidad, por este orden

 

Están contra las cuerdas. Están muertos y lo saben. Es cuestión de tiempo. Sánchez acabará en la cárcel en el corto plazo, sin que quepa descartar la posibilidad de que se marque un Craxi. Túnez está a la vuelta de la esquina. Y no será por Aldama, sino por la Justicia. Será la venganza del poder judicial y el aviso a navegantes de que cualquier salteador de caminos que desde el Ejecutivo pretenda seguir sus pasos en un hipotético futuro laminando al  Poder Judicial, fracasará de plano. La señal de la revuelta de ese poder judicial ha sido su negativa a aplicar la amnistía. La prueba del nueve. Y soplan vientos de cambio. En el horizonte vuelve a brillar la esperanza de ese mundo de principios y valores que el viejo colectivismo de siempre, travestido de ecofeminismo, wokismo y todo lo demás, creía haber sepultado. Donald Trump toma posesión en enero. Su primera víctima será la dictadura venezolana. La segunda, la Cuba de los herederos de Castro. La España de Sánchez figura en la lista de los “enemigos” de la libertad. Trump ha encargado a Elon Musk un recorte drástico del gasto público estadounidense, nada menos que 2 billones de un presupuesto federal de 6,75 billones. Designado para dirigir un ministerio de “eficiencia gubernamental” (DOGE), el multimillonario ha iniciado esta semana un proceso de selección de gente altamente motivada para unirse a su equipo. “No necesitamos generadores de ideas a tiempo parcial, sino más bien revolucionarios con un alto coeficiente intelectual, dispuestos a trabajar más de 80 horas a la semana en cosas sin gloria. Fanáticos de la semana de 35 horas, absténganse”. Y junto al éxito de Trump, el milagro de Javier Milei en Argentina. JP Morgan acaba de elevar la estimación del crecimiento del PIB argentino en el tercer trimestre del año al 8,5% anualizado, uno de los guarismos más altos del mundo, prueba de que la desregulación y la reducción del gasto público conducen a la prosperidad, mientras la “paguita” socialista lleva directamente a la pobreza, menos para los capos de la banda.

 

El éxito de Trump y de Milei, más la derrota de Scholz en Alemania, anuncia la resurrección de esas clases medias y trabajadoras tan castigadas por los impuestos abusivos como despreciadas por las elites de la progresía mundial, la vuelta a la vida de esos millones de pequeños emprendedores masacrados por la maraña burocrática de una EU tocada de muerte. El mundo va a cambiar a tal velocidad que la izquierda ni siquiera lo verá venir. Será la señal de la revolución democrática que le espera a este país si queremos un futuro para las nuevas generaciones. De España se hizo cargo una legión de tontos a partir de 2004 y se apropió una banda de malhechores a partir de junio de 2018, ya lo sabemos, pero está por ver si la nación de ciudadanos libres e iguales va a ser capaz de enmendar el rumbo. Todo está demasiado podrido. Todo por hacer. Reinventar el Estado. Introducir cambios radicales en el diseño constitucional para impedir que un canalla pueda hacerse con el control del BOE. Abordar la corrección radical del modelo territorial, recuperando competencias esenciales para el Estado central, tal que la capacidad para enfrentar catástrofes naturales. Rescatar la Educación y devolverle su esencial condición de ascensor social. Ni un día más consintiendo que un padre no pueda educar a su hijo en español en cualquier rincón de España. Entrar con la motosierra en la Ley electoral y en la de Partidos, porque ahí está la cabeza de la hidra de la corrupción española. Devolver la plena independencia al poder judicial e impedir que los Gobiernos metan las manos en los organismos reguladores. Los checks and balances. Entre otras muchas cosas. Ah, sí, y meter a Sánchez en la cárcel, como aviso a navegantes. Sirva de estímulo la frase de Aldama en Soto del Real el día antes de acudir a declarar ante el juez Moreno: “dentro de nada estaré aquí jugando a las chapas con un tal Pedro Sánchez”. No será fácil. El sátrapa se defenderá con uñas y dientes. Seguramente nos esperan episodios terribles en el corto plazo. No cederá el poder por las buenas. Habrá que derribarlo. Pero el envite es claro: Sánchez o democracia.

 

Apoya TU periodismo independiente y crítico

Ayúdanos a contribuir a la Defensa del Estado de Derecho Haz tu aportación Vozpópuli