“La filosofía política del colectivismo se basa en una visión del hombre como un incompetente congénito, una criatura impotente, sin mente, que debe dejarse engañar y ser gobernado por una élite especial que alega algún tipo de sabiduría superior y un ansia de poder”, afirmaba la filósofa de origen ruso, Ayn Rand. En Los que vivimos, la autora describe a la perfección, en una novela que podría ser autobiográfica dado que Rand huyó de la revolución rusa, la destrucción del individuo a manos del colectivismo total o socialismo real.
Estos días atrás se ha criticado por parte del PSOE, Podemos, Más Madrid y sus altavoces mediáticos al gobierno de coalición de la Comunidad de Madrid por no cumplir con uno de los dogmas impuestos por la izquierda: las cuotas. Y es que la presidenta de la región, Isabel Díaz Ayuso, quien por cierto es mujer y ha llegado al cargo no por serlo, sino por valía, no las ha impuesto en su gobierno.
De fondo se encuentra la distinta forma de ver la vida. Por una parte, está la forma colectivista y estatalizada, que cree que las mujeres somos seres desvalidos y homogéneos que necesitamos de la tutela del Estado y el apoyo constante del Gobierno para desarrollarnos; por otra la forma liberal, de quienes no creemos que las mujeres nacemos víctimas, sino que somos personas responsables, libres y adultas, y defendemos la igualdad ante la Ley y no mediante ésta.
Lo cierto es que, siendo innegable que existe el machismo, la situación de las mujeres en España es de las mejores del mundo. En nuestro país hay hoy más juezas que jueces, más universitarias que universitarios; la presencia de mujeres en todos los ámbitos es cada vez más numerosa, sin necesidad de ingeniería social. El Partido Popular, hasta hace nada único partido del centro-derecha nacional, fue el partido que primero tuvo una mujer presidenta del Senado (Esperanza Aguirre) y del Congreso (Ana Pastor), mujeres alcaldesas de grandes municipios (Ana Botella, Luisa Fernanda Rudí, Teófila Serrano, Rita Barberá...), así como ministras en carteras hasta entonces reservadas a hombres. Y todo comenzó con José María Aznar. Mientras la izquierda se dedicaba a entregarse en cuerpo y alma al biologicismo propio de la ideología de género, el centro derecha siguió apoyando la meritocracia.
En el fondo, los defensores de las cuotas creen que las mujeres somos seres desvalidos que necesitamos ser tutelados
Sin embargo, es innegable que en la última década buena parte de dicho centro derecha ha hecho suyos los argumentos de la izquierda. Así, de cara a la manifestación del 8 de marzo de 2018, precursora de la algarada excluyente de 2019 que la extrema izquierda radical internacional pone como ejemplo, no fueron pocas las mujeres no vinculadas a la izquierda que decidieron apoyar la destrucción de la individualidad femenina, firmando un manifiesto que proponía “la rebelión y la lucha contra la alianza del patriarcardo y el capitalismo que nos quiere obedientes, sumisas y silenciosas”. Muchas de las firmantes, por supuesto, ganan salarios por encima de la media. Otras mujeres, las menos, firmamos el Manifiesto “No nacemos víctimas”.
En el fondo, los defensores de las cuotas creen que las mujeres somos seres desvalidos que necesitamos ser tutelados; seres incapaces de llegar a nuestros objetivos por nosotras mismas. Así, explican la historia a través del prisma de la ceguera ideológica, haciendo culpable al varón del pasado de las desgracias de las mujeres del presente. Destruyen a la mujer de hoy subsumiéndola en un colectivo, del cual se alzan como portavoces. Las que se pliegan a ello, por cobardía, convicción o simple interés en colocación o subvención, son mujeres buenas. Las que seguimos defendiendo nuestro derecho a ser como queramos ser, a buscar nuestra felicidad sin intervención del Estado y les negamos hablar en nuestro nombre, somos las malas. Pero somos libres y no esclavas voluntarias.