Opinión

No he salido de mi noche

Qué importantes, los recuerdos. Esos que atesoramos a lo largo de los años. Nuestro equipaje. Y qué duro perderlos

  • Annie Ernaux es hoy una de las escritoras más reconocidas del panorama literario francés y europeo

Hace ya mucho que debí haber escrito esta columna, concretamente, a principios del mes de octubre, aquel día 6, cuando una alerta sonó en mi teléfono anunciando el nombre de la nueva Premio Nobel de Literatura. El galardón era, esta vez, para la escritora francesa Annie Ernaux, cuya trayectoria yo desconocía por completo. Pero es lo bueno que tienen estos reconocimientos a nivel mundial, que te despiertan la curiosidad por una obra sin espacio en tu estantería hasta el momento.

Rápidamente, busqué su historia en internet y me informé sobre su bibliografía. De entre todos sus títulos -que eran muchos- hubo uno que despertó mi atención: No he salido de mi noche. No sé bien porqué, quizá la oscuridad, todo lo que conlleva. “Se me está haciendo larga la noche”, dijo mi tío poco antes de morir hace unos días. El caso es que conseguir ese ejemplar, se convirtió, entonces, en mi misión. Paciente, esperé a que llegara el fin de semana -ya con más tiempo- para acercarme a una librería y comprarlo. Aproveché, incluso, que viajaba a Madrid y recorrí tiendas y tiendas, desde las más pequeñas a las más grandes, y en todas obtuve la misma respuesta: “Está agotado” o “no nos queda nada de la Premio Nobel”.

Ahí estaba mi regalo delgado y raquítico por fuera -apenas 117 páginas- bien alimentado, sin embargo, por dentro

Sólo eso me pareció ya una buena noticia, una noticia en sí misma, esperanzadora, de esas que no siempre encuentro en los periódicos para después reflejar en estas líneas. Porque en un planeta que se asoma al abismo, con los líderes mundiales analizando el estallido de proyectiles en Polonia, con las alarmas antiaéreas retumbando en toda Ucrania; con Trump, otra vez, rumbo a la Casa Blanca, con maridos que siguen matando a sus mujeres, con una ley del sólo sí es sí prevista para castigar a los futuros agresores sexuales que no tiene en cuenta que beneficia a los condenados en el pasado… en un planeta agrietado, haciendo aguas por todos lados “la gente lee -pensé- estos premios sirven”.

Os podéis imaginar que, en todo este mes largo, no he parado de pelear hasta tener en mis manos ese libro que me llegó, por fin, el lunes al trabajo en un paquete de esos que se esperan como un niño el día de Reyes. Ahí estaba mi regalo delgado y raquítico por fuera -apenas 117 páginas- bien alimentado, sin embargo, por dentro. Me aferré a él esa misma noche y no lo solté salvo en horas de trabajo, qué remedio. Dos días después, el miércoles, ya no quedaba ni una sola línea por subrayar. Un éxito mi estreno con Ernaux, igual que el de los cuerpos que se entrelazan por primera vez y, acto seguido, se entienden.

“Había dejado de ser la mujer que había conocido, que velaba por mi vida y, sin embargo, bajo ese rostro inhumano, por su voz, sus gestos, su risa, era mi madre, más que nunca”

Se desnuda la Nobel en esta obra en la que comparte las notas que escribía en trozos de papel tras visitar a su madre en una residencia en la que tuvo que ingresarla cuando la memoria empezó a abandonarla en los años ochenta. “Había dejado de ser la mujer que había conocido, que velaba por mi vida y, sin embargo, bajo ese rostro inhumano, por su voz, sus gestos, su risa, era mi madre, más que nunca”.

Un relato duro “fruto del estupor y el trastorno” que sentía como hija, la ahora galardonada: “es mi madre y ya no es ella”. Cómo poner en orden, imagino, las palabras cuando tienes ante ti a la persona que te trajo al mundo y en instantes, breves, de lucidez te dice que ha hecho “todo lo posible para que fueras feliz, y no por eso lo has sido más”. Un testimonio directo, preciso, crudo, sin florituras ni revestimientos. La vida sin ningún envoltorio. “Me preparo para toneladas de culpabilidad para el futuro. Pero, seguir teniéndola en casa era dejar de vivir. Ella o yo. Me acuerdo de la última frase que escribió: No he salido de mi noche”.

Hay dolores de los que una nunca consigue salir. Qué importantes, los recuerdos. Esos que atesoramos a lo largo de los años. Nuestro equipaje, el que portamos siempre sin necesidad de llevar una maleta. Y qué duro, qué terrible perderlos. Eso debió pensar Ernaux mientras anotaba aquellas frases que han dado forma a un libro que será el primero, no el último para mí. Quiero más. No hay nada mejor, creo, que se pueda decir de una obra.

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