Opinión

Hasta que se nos hinchen las pelotas

Qué duro ver que ella entendió que está mal hacer promesas electorales chantajistas con sólo ocho años, al margen de que te sigan queriendo/votando

  • Pedro Sánchez en un mitin reciente ofrecido en Valencia.

Tengo dieciséis primas hermanas. Chicos son más, quizá por eso no los he contado. Una de mis favoritas es Mapi. Pensé que podría ser su madrina, cuando nació yo tenía dieciséis años. Mi hermano mayor fue padrino de nuestra prima Loreto teniendo catorce, mis esperanzas no eran descabelladas. Loreto es desde hace unos años madrina también, lo que convierte a Juan en abuelino con sólo 41 primaveras. Pero me desvío del tema.

Mapi tiene tres hermanos por delante, todos varones. Cuando le cambiaron el pañal por primera vez delante de ellos se quedaron mudos. Santi, que ha sido siempre el más sensible, consoló a su madre: “no te preocupes, mamá. Ya le crecerá”. No andaba errado, hay quien cree ahora que puede fabricarse un pene a medida, cortando un poquito por aquí, otro poquito por allá, y listo: ya eres un tío. Me desvío de nuevo.

Mapi no sólo sobrevivió enseguida a tres chicarrones mayores que ella: la volvió más lista que el hambre. Desde pequeña sabe latín. Está empoderada, como se dice ahora. Imagino que el hecho de que tus hermanos jueguen a baloncesto con tu carrito de bebé marca. Especialmente cuando estás descansando plácidamente en él.

Tenía un plan más infalible todavía. “¿No te has dado cuenta de que cuando vas al banco te dan dinero?”, preguntó

Es la menor de las primas maternas, yo la mayor. Somos, además, las únicas que no tenemos cabelleras rubísimas o pelirrojas. Nuestras melenitas son castañas, del montón. Cuando tenía cinco años se pensaba que eso nos convertía en hermanas, ¿no es como para adorarla? Con seis años le pregunté qué quería ser de mayor. Lo tenía clarísimo: iba a ser rica. Le pregunté cómo pensaba hacerlo, temiendo que ya hubiera adivinado lo que toda mujer sabe, en el fondo, que es el camino más rápido para conseguirlo: pegando el braguetazo. Pero no. Tenía un plan más infalible todavía. “¿No te has dado cuenta de que cuando vas al banco te dan dinero?”, preguntó. Asentí, esperando el desarrollo del argumento. “Pues yo iré todos los días”. Fácil, divertido, y para toda la familia.

Con ocho años llegó a su casa, toda ufana, y le contó a su madre que la habían elegido encargada de curso. En su colegio era un cargo importante, y no una chifla donde los compañeros se dedican a escoger al que consideran más idiota. Su madre, llena de orgullo, le dijo “¡Enhorabuena! ¿Y por qué te han elegido?”. Imagino que esperaba que le comentara lo mucho que le querían sus amigas, cuánto le admiraban por su simpatía, amabilidad, tesón y esfuerzo en el estudio. “Ah, muy fácil, mamá. Les he dicho que, si me escogían, mañana les llevaría 50 céntimos a cada una.” No sé cómo hizo mi tía para reprenderla sin morirse de risa. “Y, además, ¿de dónde vas a sacar el dinero para pagarles, eh?”. No había problema ahí. Ya le habían elegido, no tenía por qué cumplir su promesa. El objetivo estaba cumplido. Lo más curioso es que siguió siendo popular entre sus amigas, y muy querida por ellas. Imagino que porque, al margen de sus travesuras, era muy buena niña.

La honradez no es una máscara con la que ganarse a los demás, sino algo que uno procura practicar por sí mismo, al margen de quién te vea

Mapi sigue siendo buena. Es adulta ya, sabe que el dinero no crece en los bancos y te lo entregan por la cara. También entiende, desde hace mucho tiempo, que a la gente no se le engaña. Que las promesas se mantienen. Que la honradez no es una máscara con la que ganarse a los demás, sino algo que uno procura practicar por sí mismo, al margen de quién te vea. Porque las personas, a base de decisiones, se eligen a sí mismas, eligen quién quiere ser. Me elijo honrado, me elijo amable, me elijo libre, me elijo alguien que no deja que le vendan la chorrada de que el dinero crece en los árboles.

Debe de ser muy duro ser Mapi. Ver cómo hay gente adulta que todavía no se entera de lo que ella aprendió con cinco años: el dinero no se imprime. Que esa gente obtiene gran cantidad de votos y condiciona el gobierno nacional. Qué duro ver que ella entendió que está mal hacer promesas electorales chantajistas con sólo ocho años, al margen de que te sigan queriendo/votando. Debe de ser duro saber que la política que condiciona tu país, tu estabilidad laboral, tus posibilidades de encontrar un sitio donde vivir, donde formar una familia, funciona con estos parámetros. Y yo me pregunto: ¿podemos hacer algo todos los que somos Mapi? ¿Qué pasará el día en que se nos hinchen a todos las pelotas, aunque hayamos nacido sin ellas, como Mapi o como yo? No os preocupéis, que ya nos crecerán.

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