Opinión

Notre Dame: dejar sola a una amiga

Francia hubiera agradecido tenernos con ella porque eso es lo lógico entre hermanos y porque nuestra ausencia, antinatural, duele

  • Notre Dame: los Reyes no estuvieron allí -

Todos recordamos las cuatro notas iniciales de la Quinta sinfonía de Beethoven. Esos tres “sol” seguidos de un “mi”que resuenan en nuestro interior y en nuestra memoria con una fuerza inusitada e inolvidable, de enorme trascendencia espiritual. Cuenta la leyenda que cuando su ayudante y biógrafo Anton Schindler preguntó por el impacto emocional de esas cuatro notas al maestro de Bonn, este, simplemente, le respondió, "así suena el destino cuando llama a la puerta".
Estoy convencida de que entre muchas otras emociones, el arzobispo de París, Lauren Ulrich, recordó la llamada del destino cuando usó su báculo, creado por el artesano Sylvain Duibisson con madera proveniente de los escombros del tejado de la catedral incendiada, para abrir las puertas de Notre Dame. Fueron solo tres golpes, y no cuatro como las notas de Beethoven, dados en la puerta cerrada del templo renacido, pero sonaron como el inicio de una sinfonía. El destino llamaba a las puertas y las abría. Francia no se había dejado hundir junto al bosque de vigas que, al arder, dejaron a la catedral sin techo en aquella noche fatal del 15 de abril de 2019, sino que en un instante colectivo de hidalguía, y dedico la utilización exacta de ese término al poeta y ensayista Enrique García-Máiquez, decidió colectivamente que el legado espiritual y cultural representado por esas venerables piedras no acababa ahí.

El discurso de Macron esa misma noche, con las brasas de fondo, galvanizó el esfuerzo no solo de un país, Francia, sino de toda una cultura y una tradición. Se pusieron de plazo cinco años para conseguirlo, y como se propusieron lo imposible, lo consiguieron. Una hazaña de todos, desde los bomberos que se jugaron la vida para salvar lo que se pudo a los artesanos que revivieron antiguos oficios casi olvidados para rehacer lo perdido, desde los grandes mecenas que dieron cantidades casi inimaginables de dinero hasta los más pequeños que donaron unas monedas, dando todos ellos en la misma medida porque dieron lo que podían. Se tomaron millones de decisiones y se acertó en casi todas, sin que el habitual desacuerdo entre opiniones diversas paralizase la obra,  en una empresa que trasciende a los que participaron en ella y alegra al mundo. Es la fe de muchos y es la tradición de todos. Nuestra civilización viene de ahí,  griegos, romanos y cristianos, y la voluntad de salvar Notre Dame de las cenizas es la muestra de que Europa todavía es capaz de emprender y culminar grandes obras a la altura de su Historia y de su legado.

La ausencia inaudita e inexplicable de España, país vecino y amigo de Francia, tan cercano que somos más que eso, hermanos. En los primeros bancos resonaba la ausencia de nuestros Reyes

La ceremonia de inauguración de la catedral, rebosanre de grandes momentos como el desfile de los bomberos, orgullosos y emocionados, o el despertar del órgano tras largos años de sueño, nos recordaron lo que somos, aunque muchas veces lo olvidemos. A Emmanuel Macron, Dios, o el destino para quienes no creen en él, le reservó el mejor  premio:  estar ahí para  poder decirles a todos: "Os dije que juntos lo conseguiríamos. Ahí la tenéis, más hermosa que nunca. Misión cumplida".

Nuestro sitio no se ocupó


Y entre tanta Grandeza con mayúsculas, nuestra ausencia. La ausencia inaudita e inexplicable de España, país vecino y amigo de Francia, tan cercano que somos más que eso, hermanos. En los primeros bancos resonaba la ausencia de nuestros Reyes. No estaban compartiendo con los demás invitados y con todos los franceses la felicidad de ver Notre Dame reconstruída. Uno no rechaza la invitación al acto más importante de la vida de un amigo. Uno deja la excusas a un lado, vacía la agenda y se planta a su lado para que su mirada te encuentre en el momento de mayor emoción. Estamos aquí, hubiera dicho la figura del Rey sentado en el primer banco junto a los demás grandes invitados. Y representados por mí, todos los españoles, esos que han estado siempre con vosotros, peleándonos unas veces, siendo amigos otras, casándonos, influyéndonos mutuamente, viviendo siempre juntos.

 Francia hubiera agradecido tenernos con ella porque eso es lo lógico entre hermanos y porque nuestra ausencia, antinatural, duele. No basta con los que fueron porque cada uno tiene su sitio. Y nuestra falta no la cubre la presencia de otro. Nuestro sitio no se ocupó y ya no tiene remedio. La Historia del día en que Notre Dame renació por el esfuerzo y la fe de quienes decidieron no rendirse ante las llamas ya está escrita. Y España, para nuestra vergüenza, no estuvo ahí. Dejó sola a su amiga. Mal destino es no estar a la altura

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