Cada vez cuesta más sentir la emoción requerida y aplaudir cuando hablan con esa actitud razonable sobre los logros del gobierno más progresista de la historia. Pero Sánchez es una opción para aquellos que están este año decididos a vivir un romance político, para los que no pueden vivir sin ceder a la tentación de su cinismo demasiado tiempo. Para los que siguen pensando, con toda su buena fe, que España va estupendamente y que la pandemia ha sido “un acelerador de un proceso de modernización que está viviendo España”.
Sanchez es el candidato para aquellos que no son afortunados en el amor pero que siempre vuelven a enamorarse platónicamente. Hay que ser un gran artista para atreverse a ser sentimental, para ir hasta el borde de la cursilería política y después ejecutar cabezas como un “francotirador soviético”. Le reprochan la frialdad con la que se deshizo de su fiel escudero Redondo, como si no supieran que nuestro socialismo autóctono se rige por su propia moral. Se extrañan de de la frialdad del presidente sin dejar de admirarle. Se quejan solo humildemente, con una vocecilla triste, como si una mujer les hubiera abandonado. Babuinería y adoración al animal de fuerza, respeto callado al poder y esnobismo, que es el deseo de incorporarse al grupo de los poderosos.
Como enamorados no correspondidos, hacen hablar a los silencios, y el de Sánchez se debe a que es “un hombre reservado y templado como pocos”
Se extasían al ver el menor rasgo de bondad en Napoleón, le observan como una versión mejorada de presidente americano y después cierran los ojos de puro deleite político. “Su físico envidiable (ni en los Estados Unidos han tenido presidentes así) y, sobre todo, su temperamento calmado, le ayudan mucho”, suspira el exvicepresidente en su último artículo. Como enamorados no correspondidos, hacen hablar a los silencios, y el de Sánchez se debe a que es “un hombre reservado y templado como pocos”. Critican con admiración, manifestando al homínido en el poder que son pacíficos, que no le morderán con sus dientes y como prueba de ello se los muestran, inofensivos. Mostrar los dientes y no atacar con ellos se ha convertido en un saludo de paz en nuestro socialismo autóctono.
El amor les da fuerza y les impulsa adelante hacia el éxtasis de la prepotencia, pero les vuelve desdichados al mismo tiempo. A algunos subordinados les sienta estupendamente el amor, se vuelven seres mágicos y resplandecientes, otros se pasean por los platós de televisión y la radio soltando algún quejido, pero nunca muerden. Son tan ingenuos, tan puros, que a una se le encoge el corazón. Nuestros socialistas enamorados siguen escrutando en el cielo una señal, o un corazón en las ondulaciones del agua en la superficie de un estanque con nenúfares. Todas las críticas al socialismo son calificadas de bulos, leen El País para cerciorarse de ello cada mañana. Son cosas de fascistas, de infantes alocados, trastornados y aprendices de dictador.
Mientras nos da las instrucciones para ser buenos demócratas, una telespectadora enamorada le suplica a su marido que no se tire al vacío desde el octavo piso
El socialista respeta el poder por encima de la inteligencia, pero no podemos negar que adoran esa psicología comercial de vendedor americano, como de coloquial seller, que exhibe Redondo en sus entrevistas.A base de llamar a puertas, tocará en la correcta. Hace falta una paliza en el patio del colegio, muchas partidas perdidas, algunas ganadas y el deseo de ser una estrella para ser estratega de Sánchez. El lenguaje sigue aportando pruebas de esa fuerza sobrenatural de gran estratega. Las palabras, ligadas a la noción de fuerza son siempre de respeto. Hay que saber leer la inteligencia del gran estratega entre líneas, hay que saber apreciar el bíceps femoral. El poder es fuerza, el bíceps es fuerza. El corazón late con fuerza cuando la voz de Sánchez, esa voz cantarina y obstinada, entona canciones románticas. It’s gonna take a lotta love to change the way things are, este es el sencillo mensaje de Lotta Love. Mientras nos da las instrucciones para ser buenos demócratas, una telespectadora enamorada le suplica a su marido que no se tire al vacío desde el octavo piso.