El enigmático existir del español en su historia siempre ha resultado fascinante, extremo, creativo y fuera de toda mesura. Este modo de vivir, un vivir desviviéndose que nos diría Américo Castro (1885-1972), ha estado fuera de toda gran teoría comprensiva. Castro, que es un gran intérprete de nuestra tradición, señala como esta situación es consecuencia de cierto alejamiento que ha vivido la península ibérica de una forma de comprender la razón que ha predominado en la Europa occidental.
En estos tiempos, de desconcierto y pérdida intelectual, resulta necesario recordar este modo de vivir que nos caracteriza. La necesidad de creación y de encontrar nuevos caminos dentro de unos escenarios públicos que se caen a trozos se presenta como una necesidad. Uno de los caminos que sin lugar a duda es conveniente transitar para revertir esta situación es el encuentro con la propia tradición.
La moderación no significa situarse en ese punto medio aristotélico
El alejamiento que España ha vivido de esa razón geométrica y espacial, a la que se refiere Castro, de origen en la Acrópolis ateniense y pasada por el impoluto tamiz de fabricación franco-alemana tiene como uno de sus productos el concepto de “identidad” tan dañino hoy. Esta situación, como el lector puede intuir, no supone una negación del pensamiento racional. Se trata, en primer lugar, de señalar un producto ajeno a nuestro modelo de vivir, que nos condiciona y bloquea la creación genuina. Y, por otro lado, de poner en valor una comprensión de la razón más porosa y abierta. Que asimila la contradicción y los silencios. Donde, por ejemplo, la moderación no significa situarse en ese punto medio aristotélico.
La “identidad”, constructo racional que busca estandarizar protocolos de conducta, anula nuestra comprensión de lo terrenal y cotidiano. De esta forma, el español de a pie, sumido en esta dinámica identitaria, despojado de lo que realmente le pertenece, presenta cierta predisposición a estar sometido a un estado psicótico permanente. Impregnado por el barbarismo snob que inyectan medios de comunicación, centros educativos-universitarios, culturales y una élite intelectual desquiciada nos alejan de España y sitúan nuestra existencia En este país que tan acertadamente analiza José de Larra (1809-1837).
Estos mismos, grandes defensores de la bandera de la identidad, hace no mucho instaban a los ciudadanos a okupar plazas, barrios y ciudades como ejercicio democrático
De esta forma, el conocimiento impostado, unido a un rechazo del saber que brota de nuestro pasado, de nuestros maestros, traen consigo unos escenarios cotidianos debelados, pertrechados por salidas abruptas que se escenifican en la vida cotidiana de nuestros pueblos y ciudades. Es decir, el abandono de lo que es nuestro y la ocupación de un existir que no es el que nos corresponde. Por ello, no sorprende que dos de los fenómenos o mecanismos sociales que amenazan la vida pública sean la “okupación” y el “abandono”. Estos dos síntomas se muestran en las pantallas de nuestras poleis día a día.
La gravedad de la cuestión se expone en que la figura del «okupa» desborda la jerga jurídica y el campo semántico en el que se aplica. Se trata de una actitud, una forma de comprender y actuar en los escenarios cotidianos que impregna la vida de los ciudadanos. De ahí que, por ejemplo, en dos aspectos tan relevantes como es la política y la educación —no son los únicos— nos encontremos este fenómeno muy extendido. Si comenzamos por el primero, los legisladores, grandes representantes de este existir okupa sienten desconcierto e incomprensión ante esta situación. ¿Se les puede culpar? No es de extrañar de esta forma que jueces y el aparato mediático próximos al Ejecutivo anden enredando con la terminología para quitar leña al fuego. Precisamente, estos mismos, grandes defensores de la bandera de la identidad, hace no mucho instaban a los ciudadanos a okupar plazas, barrios y ciudades como ejercicio democrático.
No obstante, el fenómeno es realmente complejo, hondo e imposible de abordar en una breve columna. La sensación de desamparo y tristeza la sentimos todavía más pronunciada cuando uno pretende buscar alguna respuesta en el ámbito del conocimiento. Aquí nos resultaría de gran valor demandar la ayuda de obstinados scholars, aquellos que precisamente la práctica okupa que envuelve las instituciones educativas, que deberían de cuidar nuestra tradición, se encuentran más preocupados por las plazas que por el conocimiento, expulsando y enviando al ostracismo académico aquellos preocupados por el estudio genuino.
El desgaste y el deterioro
Por otro lado, el “abandono”, adquiere una doble dimensión: en primer lugar, de ser un catalizador del fenómeno “okupa”; pero también de ser una herramienta de boicot con la que enfrentarse a la “autoridad” y la “institución”.
Posiblemente, la principal dificultad de la ocupación reside en que este fenómeno se fundamenta en aposentarse en un lugar desde el cual construir un futuro personal. Futuro que también pasa por aglutinar a todo el que tiene uno a su alrededor. Tiene una dimensión de empoderamiento mágico. Las consecuencias son el desgaste, el deterioro y la destrucción de la institución.
Para concluir, el reencuentro con la tradición y su cuidado es un camino largo que exige coraje y dedicación. Aquí defendemos que esta es la vía desde la cual recuperar nuestras instituciones. Desde donde pueda brotar la creatividad y la innovación.