Aprendí a respetar el pensamiento de autores que, en lugar de dar lecciones morales o consignas de grupo, cultivan el pensamiento crítico, dan la batalla de las ideas. Lo políticamente correcto es una construcción ficticia que solo puede mantenerse gracias al pensamiento homogéneo, a una visión compartida pero muchas veces limitante, y simplista, en tanto que anula percepciones particulares disonantes. Los intelectuales premiados se reclutan, cada vez más, entre las filas de los políticamente correctos o entre aquellos que aspiran a unirse a ella. Me pregunto en qué proporción desastrosa disminuiría inmediatamente el número de galardonados y alabados por la crítica si se eliminaran estas dinámicas.
Los intereses de la cultura se oponen frecuentemente a los del supuesto bien común, pues la cultura es un acto profundamente individualista. Al querer servir a los intereses de la cultura y a las ideologías del “bien común”, como el socialismo al mismo tiempo, nos conducimos a la hipocresía y la confusión. La mente que razona no puede trabajar bajo ninguna forma de coerción política. No puede ser sometida, sacrificada o subordinada a ninguna consideración colectiva. Exige una independencia total, decía Ayn Rand.
La cultura se ve envuelta por una atmósfera de descomposición, de fracaso triste que acaba por hacerle a uno un nudo en la garganta
La cultura por desgracia hoy no escapa a la regla del gusto convencional, se vuelve un asunto de tendencias y modas, y pierde el aura con la que la rodeaba el pensamiento individualista. La eminencia de la cultura aparece como arrogancia, su irradiación como una sombra de un pasado en el que nuestros sueños eran grandes. La cultura se ve envuelta por una atmósfera de descomposición, de fracaso triste que acaba por hacerle a uno un nudo en la garganta. Y entonces, cuando el cielo cultural es como una gran tapadera, aparece el gobierno socialista y con una sonrisa te extiende un bono cultural: “Tomad niños, pero no os lo gastéis en drogas ni en leer a Ayn Rand”.
El mandarinato reparte cheques y critica a la gente antipática que no piensa como ellos. Los revolucionarios de ayer hoy buscan respuestas en la política identitaria. Pero las identidades no están facultadas para prometernos la felicidad, ya dijo Nietzsche que “la identidad es conflicto”, y por eso, en el fondo de nuestra cultura identitaria asoma algo más extraño: la gente tiene ganas de luchar, pero nadie se atreve a hablar del deseo de violencia.
No hay lugar ni interés por el desarrollo personal, que, a juicio de Goethe, habría de desembocar esencialmente en el respeto
Los “tiempos modernos” promulgados por los nuevos diletantes del cheque cultural tan sólo conducirán a una mayor uniformización, tosquedad y estupidez, si consiguen evitar el conflicto identitario. No hay lugar ni interés por el desarrollo personal, que, a juicio de Goethe, habría de desembocar esencialmente en el respeto: a lo divino, a lo terreno, al prójimo y, en última instancia, a nosotros mismos.
En lugar de un cheque, deberían promover una educación cultural, enseñar que la literatura es en sí misma su propio objeto, no puede ceder a una grosera instrumentalización. La reducción de la idea de la cultura a la pseudopolítica identitaria, es la edad en que renunciamos a guiarnos por nuestro propio entendimiento. Ya dijo Proust, que “su obra no es más que una especie de instrumento óptico que ofrece al lector para que pueda discernir”. Los grandes libros son los clásicos, esto es lo que mi educación superior me intentó quitar de la cabeza. Durante toda la carrera universitaria solo me hicieron leer un clásico, Los miserables, y armada con este único viático, no podría arriesgarme a escribir sin hacer el ridículo. No es todo lo que leí, por supuesto, tenía la biblioteca de mi padre, que ha leído a todos los clásicos. De Finkielkraut, que es como mi segundo padre, aprendí que cualquier obra literaria que aspire, aunque humildemente, a la calidad debe justificarse en todos los renglones. De esta aspiración ya queda poco en las universidades, ahora la moda es una igualdad mal entendida que acaba en mediocridad.
Nos asombramos frente a la reacción del videoclip de Tangana pero en realidad la cultura woke es como una nueva religión con sus sacerdotes, sus profetas, sus pecadillos. El pensador que aspira a la coronación ya no es flanqueado por el obispo sino por los nuevos estándares culturales. Las consignas identitarias son el nuevo "opio del pueblo”. Los nuevos clérigos pretenden reinterpretar el arte, o el lenguaje para ajustarlo a las nuevas normas del mundo que viene. Al final, la cultura se reduce cada vez más a unos valores de uso, a unas modas culturales. Antes los mandaban a hacer la mili, ahora les dan 400 euros y los envían a la guerra cultural.