Hay una curiosa forma de combustión en la política que no genera llamas ni gases; y que, a simple vista, resulta casi imperceptible. Le afecta a los líderes que pierden la calma, bien por sentirse cuestionados o bien porque les traiciona la impaciencia. A Albert Rivera le sucedió y fue curioso, pues sus compañeros de bancada le vitoreaban en público mientras, tras el televisor, se apreciaba que su búsqueda incesante del titular oportunista le había convertido en un personaje de opereta con escaño y coche oficial. Algunos de quienes le acompañaban han realizado un ejemplar ejercicio de autocrítica: culpan a Inés Arrimadas de la debacle, cuando recibió un partido al que ya se había dado la extrema unción.
Pablo Casado comete frecuentemente el mismo fallo de comunicación que sepultó a Rivera. Es el de dedicar demasiado tiempo a la búsqueda del chascarrillo. De la frase que quepa en un tuit o llame la atención del editor de informativos. Se puede deducir cierta desazón de esa actitud. Es como si quisiera hacerse notar. Tener presencia. No resulta muy inteligente subir a las redes sociales las fotografías de las vacaciones para causar malestar en la exnovia. Tampoco lo es recurrir -por sistema- a la frase ingeniosa o tirar de mordacidad impostada para conseguir espacio en los noticiarios. Así murió Rivera, con un cachorro de perro entre las manos. Y es patético.
Proactivo o pasivo
Un buen político debería ser capaz de marcar su propio rumbo, en lugar de someterse a las corrientes de fondo que agitan las redes sociales. Esto lo supo ver Isabel Díaz Ayuso durante la campaña electoral del pasado mayo. Mientras la izquierda optaba por la batalla en el barro, ella y sus asesores apostaron por ensalzar las virtudes de vivir en Madrid y potenciaron su perfil de madrileña moderna. Engordaron un personaje muy efectivo. Inventaron una alegoría castiza.
Si alguna de las mentes pensantes de Génova 13 conservara cierta capacidad de análisis sobre los deseos y las frustraciones de los españoles impulsaría un cambio parecido para con su líder, pues sus argumentos cada vez resultan más difíciles de comprender. Es un misterio determinar en qué se ha convertido el líder de la oposición. Parece estar siempre al quite, pero de forma inefectiva y equivocada. Busca presencia, pero lo hace como pollo sin cabeza. El PP cae en las encuestas porque ni en lo político, ni en lo económico, ni en lo sanitario engancha con los ciudadanos. En ese contexto, ha convocado elecciones en Castilla y León, confiando en Mañueco “el blando”. Eso denota nerviosismo. En pleno descenso, se busca un analgésico, pese a que en el calendario estaba Andalucía. ¿Tiene sentido correr ese riesgo o los demonios han vuelto a alguien impulsivo en Génova?
Pongamos otro ejemplo de estas obsesiones absurdas y superficiales: ¿qué sentido tiene mantener en cada discurso las referencias a la necesidad de aprobar una 'ley de pandemias'? Sea necesaria o no, quizás los españoles estén más preocupados por sus proyectos de futuro que por el marco jurídico necesario para gestionar la covid-19. Por eso, parece mucho más efectivo -y efectista- lo que propuso la Comunidad de Madrid el martes -y después el Ejecutivo-, y es que los vacunados con la pauta completa que hayan tenido contacto con un 'positivo' no estén obligados a hacer cuarentena. Son nuevas ideas y aire fresco frente a un discurso que desafía el hartazgo de los españoles.
Tampoco resulta acertado que Pablo Casado reclame a Pedro Sánchez que tome el control de la situación, al ser la única persona que puede hacerlo. Entre otras cosas, porque en abril de 2020 pedía todo lo contrario. Y porque cuando Moncloa ha impuesto su criterio se han producido decisiones inadmisibles que desprendían un tufo sectario, como la que implicó el cierre de Madrid. Por cierto, con datos de incidencia, entonces, más bajos de los que País Vasco ha registrado en las últimas semanas. Pero claro, Salvador Illa necesitaba llenar el zurrón antes de las elecciones de Cataluña.
Debería el líder de los populares abandonar su obsesión por sacar punta a cada intervención de Sánchez, pues cuando la inoperancia de un gobierno es tan evidente, lo más lógico es elevarse por encima de los árboles y comenzar a hablar del proyecto que tienes para España. A fin de cuentas, los españoles ya conocen a su presidente y están familiarizados con su impostura y con su tendencia a la inmoralidad. ¿Es necesario que Casado lo repita en cada intervención? ¿Por qué no abunda en las recetas que aplicará para solucionar la inflación, la decadencia de los servicios públicos y el declive que afecta desde 2008 a este país? Si es que no es tan difícil…si es que el barco se hunde y en Moncloa (y en autonomías gobernadas por el PP, Pablo) sólo saben recomendar mascarillas para no ahogarse tras el naufragio. ¿Por qué no abundar más en la idea para España y menos en el terrible Sánchez?
Pablo Casado, inseguro
Tampoco debería el jefe de la oposición exhibir de una forma tan nítida sus inseguridades con respecto a Díaz Ayuso o dejar que sus más desleales asesores alimenten sus celos con teorías de la conspiración. Es evidente que los viejos diablos que operan en la Puerta del Sol son conscientes de esa carencia de Casado y la alimentan con guerra sucia. También lo es que en Génova hay quien aprovecha esa situación para malmeter, pues su sueldo depende de ello. Si Casado tiene cierta talla e inteligencia, debería verlo tarde o temprano y dar un golpe de efecto. De lo contrario, quizás no debería estar ahí. Un líder debe marcar el rumbo, aprovechar las fortalezas de su equipo y aplastar a quienes le encaminan hacia el 'divide y vencerás'.
Y alguien que aspira a ganar unas elecciones debe, tarde o temprano, quitarse el traje de jefe de la oposición para ponerse el de futuro presidente. El eterno perdedor se conforma con titulares y guerra sucia. El aspirante huye de juegos de niños y de estupideces de red social. De perritos, pelotas y palmeros.