El pajaporte del Gobierno

Miren ustedes por dónde, el ministro Escrivá se ha puesto de moda por un quítame allá esas pajas, con perdón. Dice el prócer patrio que eso de que los chavales vean porno está muy mal – y es cierto, es una aberración que el primer contacto que tengan con el sexo sea mediante la pornografía – y propone un carné, una cartilla, una cédula, en fin, un pajaporte para que solo los adultos e incluso algún subsecretario de estado tengan acceso a tales contenidos. Hombre, ministro, ¿no se le ha ocurrido otra cosa? De entrada, suena a control orwelliano por parte de usted y del gobierno, escudriñando quien pide y quien no pide esa licencia para ver a señoras con las domingas al aire practicando la coyunda con tremendos mulatos entre jadeos y gritos de “¡Ay, sí, papi, dame más fuerte!”. Ese voyeurismo estatal queda feo, no conduce para nada al fin que pretende y, además, puede ser engorrosísimo para el que vaya a solicitarlo. Que de eso no se ha hablado. ¿Se expenderá en estancos, en loterías, en grandes superficies, en máquinas de vending? ¿Se voceará por la calle al grito de “¡Pajaportes baratos, oiga, pajaportes, que me los quitan de las manos, oiga!”. No quiero ni imaginarme a un señor – o señora – en la cola del Mercadona con el cuello de la gabardina subido, sombrero calado y gafas de sol murmurando al dependiente que le dé un pajaporte y a éste gritando “¡Manolo, tráeme más pajaportes del almacén, que se me han acabado!”.

Otra cosa que tampoco me gusta es que el pajaporte sirva solo para treinta veces. Hombre, ¿tan pobre cree usted que es la pulsión sexual patria? ¿Treinta gallardas al mes na más? ¿Treinta frota-frota? ¿Treinta calambrillos? Sepa que el pajillerismo, bien sea contemplando porno, bien sea viendo documentales de gacelas de Thompson en la 2, que de todo hay en la viña del señor, es hábito común entre el sano pueblo español. Primero, porque es gratis; segundo, porque permite ahorrar en somníferos, ansiolíticos y evita muchos incidentes con daños personales. A pesar de que Onán está mal visto, reconózcame que, como dijo Woody Allen, masturbarse es hacer el amor con alguien a quien quieres de verdad. No, no, el pajaporte es una pésima idea que debería ir abandonando porque los chavales de ahora son más listos que los ratones coloraos y ya encontrarán la manera de saltárselo. Además, tendrá usted que convencer a sus socios de gobierno, que han defendido siempre lo de la sexualidad de los niños, que los padres han de ver porno junto a sus hijos y otras enormidades que me abstengo de comentar.

Otra cosa que tampoco me gusta es que el pajaporte sirva solo para treinta veces

Usted puede replicarme que servidor pertenece a una generación caduca que no está en el siglo y, por tanto, no comprende las nuevas tecnologías. Puede ser. Yo me crie en unos años en los que te decían que tocarte era pecado, que San Luis lloraba cada vez que te tocabas, que irías al infierno y, ¡oh terribili monitionem!, que te quedarías ciego y se te secaría la médula. Lo cierto es que todas aquellas advertencias jamás evitaron que, y dispense la crudeza, nos la peláramos como monos. Si eso no frenó a los de mi quinta no creo yo que a los chavales de ahora les intimiden uno, dos o tres pajaportes por más que les digan.

Al final, con tanto querer retroceder en el tiempo para retorcer la historia, acabaremos volviendo a ir los fines de semana a Perpiñán para ver pelis porno, comprar quesos y comprobar que, a pesar de que van ustedes de súper modernos, son la encarnación de las Pías Damas del Ropero en versión ultraprogre: hay que censurarlo todo. Porque somos unas cabezas huecas y necesitamos que alguien vele por nuestras vidas. Ah, una cosa…¿sabe usted ya el trámite para pedir el pajaporte de marras? Es para un amigo.