Opinión

Esta pandemia no es novedosa; la manera de afrontarla, sí

En el último siglo, la humanidad se enfrentó a pandemias similares, o mucho peores, pero su actitud y su enfoque fueron completamente distintos

  • Esta pandemia no es novedosa; la manera de afrontarla, sí

Si atendemos a los medios de comunicación, a la reacción de los gobiernos, a la actitud de la gente, podríamos pensar que la pandemia de la covid-19 constituye una tesitura excepcional, apocalíptica, sin precedentes en la historia reciente. Pero nada más lejos de la realidad: las pandemias son fenómenos muy recurrentes a lo largo de la historia. Aparece un virus nuevo muy contagioso, causa enfermedad y muerte, los seres humanos desarrollan finalmente cierto grado de inmunidad por exposición o vacuna y la pandemia acaba remitiendo o convirtiéndose en enfermedad corriente. No hay nada nuevo bajo el sol.

Pero quizá sí lo haya. Lo novedoso e insólito en esta ocasión es la manera de afrontarla, con intenso pánico, desmedida alarma, prolongado confinamiento de poblaciones, clausura de importantes sectores económicos, suspensión de la actividad escolar, fuertes restricciones a la movilidad o cierre indiscriminado de fronteras. En el último siglo, la humanidad se enfrentó a pandemias similares, o mucho peores, pero su actitud y su enfoque fueron completamente distintos. La enfermedad no ha cambiado; la sociedad y sus gobernantes sí.

Leves, moderadas y graves

En un documento de 2006, el Banco Mundial estimaba los efectos económicos que podría tener una futura pandemia, contemplando tres escenarios posibles: pandemia leve, moderada o grave. Las tres grandes epidemias respiratorias del siglo XX: la gripe "española” de 1918, la gripe asiática de 1957 y la gripe de Hong Kong de 1968 servían de referencia para cada rango (Tabla 1).

Tabla 1

¿En qué categoría encajaría, según estos criterios, la covid-19? Hasta el momento han fallecido oficialmente en el mundo unas 860.000 personas, 110 por millón, justo la mitad de lo previsto para una pandemia leve. Ahora bien, dado que los datos oficiales subestiman la mortalidad y que la enfermedad sigue en curso, la cifra podría acabar superando ampliamente la referencia central de la pandemia leve. Pero resulta improbable que alcance el entorno de moderada si bien la intensidad puede ser muy diferente entre países. 

Siendo pesimistas, entre leve y moderada podría ser una calificación global razonable para una enfermedad que más del 90% de los afectados cursa de manera asintomática, aun tratándose de un virus completamente nuevo. Por supuesto, leve o moderada no son términos que pretendan restar importancia a una enfermedad; son atributos meramente comparativos, que sirven para diferenciar una pandemia de otras mucho peores.

En el citado documento, el Banco Mundial preveía una caída del PIB mundial de 0,7% para una pandemia leve, 2% para una moderada y 4,8% para una grave (Tabla 2). Pero su previsión para 2020 es, por el momento, de un descenso del 5,2% (y para países como España, del 11%), superior incluso a la prevista para una pandemia grave. ¿Eran erróneas las estimaciones? No exactamente. Simplemente en 2006 nadie contemplaba la posibilidad de que las autoridades  establecieran unas medidas como las actuales. No concebían que serían principalmente las políticas de los gobiernos, y no la propia pandemia, las que causaran la crisis económica, el desempleo, la quiebra de pequeños negocios.

 Tabla 2

Esas previsiones de 2006 consideraban que la caída de la producción vendría del fallecimiento de algunos trabajadores, del absentismo laboral de los enfermos y de decisiones voluntarias de los ciudadanos dirigidas a reducir la probabilidad de contagio: salir menos de casa, viajar en menos ocasiones etc. Pero resultaba inconcebible que el grueso de la caída del PIB pudiera venir de un fuerte absentismo laboral de los sanos, del cierre obligado de importantes sectores o de restricciones generalizadas a la movilidad internacional.

Mismo problema, actitud muy distinta

Durante las dos últimas pandemias del siglo XX, las más similares a la actual, ni se suspendió la docencia presencial ni se interrumpió la actividad económica. Y la cuarentena consistió en un aislamiento temporal de los enfermos, o de quienes se sospechaba pudieran estarlo, nunca en un encierro obligatorio y generalizado de todos los sanos. Se aplicó en ocasiones el control de fronteras, exigiendo un período de cuarentena a quienes llegaban de zonas infectadas, pero solo mientras el país estaba exento de la enfermedad. Una vez iniciado el contagio interior resultaba absurdo cerrar la puerta a un virus que ya estaba dentro. En 2020, por el contrario, muchos gobiernos han establecido prohibiciones de entrada justo en momentos de intenso contagio interior. Un viajero recién transportado por una máquina del tiempo desde la década de 1950 hasta el presente, seguramente pensaría que las autoridades intentaban proteger a los viajeros extranjeros, evitando que entren y se contagien.

Hace 50 o 60 años se recurría mucho más a la responsabilidad de los ciudadanos, a las acciones de protección voluntarias que a medidas coercitivas o a la difusión del miedo. Y no solo porque aquel enfoque fuera menos dañino para la economía y el empleo: también era mucho más respetuoso con los derechos fundamentales de las personas. Quizá nuestros antepasados sospechaban que las disposiciones draconianas, completamente restrictivas del movimiento y del contacto social, podían retrasar la enfermedad, aplazarla, pero, a largo plazo, difícilmente evitar muertes pues no hay confinamiento que se mantenga indefinidamente… ni bolsillo que lo resista. Hoy día, tan sólo algunos países como Suecia mantienen el enfoque y la actitud de antaño.   

Algunos cambios sociales y culturales de los últimos cincuenta años están en la raíz de la insólita reacción de 2020. Hoy estamos mejor preparados para una pandemia desde el punto de vista técnico y científico. Pero bastante peor si consideramos los aspectos emocionales, de principios, de solidez personal, de cohesión social. Es muy posible que los gobernantes valoren hoy más la imagen, la apariencia de sus decisiones que la eficacia, coherencia o racionalidad. Y que la sociedad actual sea más miedosa, más hedonista, más infantil. En este sentido, la presente pandemia ha dibujado un retrato hiperrealista de la sociedad actual que intentaré describir en próximos artículos.

Mientras tanto, quizá tengamos mucho que aprender de nuestros antepasados en la forma de afrontar una pandemia. Quizá fuera mejor ceñirse a medidas razonables y proporcionadas. Dejar de lado el pánico, la búsqueda de culpables, el egoísmo, el comportamiento infantil. Ser razonablemente cuidadosos para reducir la probabilidad de contagio y proteger a los colectivos vulnerables pero no interrumpir la actividad económica, la educación ni la libertad individual.  

En esos tiempos pasados, la gente valoraba la vida humana tanto como ahora. Todo el mundo daba por hecho que la salud era un valor primordial: tanto que no hacía falta pregonarlo. La diferencia es que hoy, sospechosamente, “la salud es lo primero” se ha convertido en una consigna para justificar medidas draconianas, en un mantra para disimular un exagerado miedo o, incluso, en una excusa para eludir la propia responsabilidad.

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