Cualquier ciudadano que haya leído el periódico con cierta regularidad en los últimos años tendrá la seguridad de que nos dirigimos a un mundo de analfabetos semifuncionales. Niños incapaces de concentrarse durante más de dos minutos, adolescentes idiotizados por modas que cambian cada dos semanas y jóvenes que lo ignoran absolutamente todo; o sea, más o menos como siempre. Lo único que se va renovando en este lamento inmutable son las causas. Primero fueron los comics, después los juegos de rol, hace cuatro días eran los videojuegos y hoy son las redes sociales.
Hace unos años los adultos decidimos eliminar de las aulas el libro y las anotaciones, el cuaderno y los apuntes, la explicación larga y la lectura tranquila
En la fase actual hay además un cambio cualitativo. Se nos dice que el contacto ininterrumpido con las pantallas, la exposición permanente a la tecnología, ha transformado el cerebro de los jóvenes. Según esta creencia las pantallas tendrían el poder de producir adaptaciones evolutivas al instante, como las nieblas terrígenas o los rayos gamma de Marvel, pero en lugar de superhéroes mutantes nos habrían dejado una generación de niños condenados a la ignorancia e incapaces de asimilar la complejidad y la profundidad que hasta hace poco debían de ser normales en nuestro sistema educativo. Si las clases de hoy en día consisten en una sucesión de juegos, estímulos fugaces y aprendizajes efímeros, nos dicen, no es porque los adultos queramos que no aprendan nada, sino porque los alumnos no dan para más.
Afortunadamente, esto no es así. Nuestros alumnos no son más tontos, no estamos viviendo un apocalipsis educativo y su cerebro no ha experimentado un cambio radical que empuje a adoptar métodos y premisas adaptados a ese supuesto cambio, aunque por desgracia es lo que se está haciendo ¿Por qué? Por otra característica inherente al ser humano que tampoco ha experimentado ningún cambio.
Poner una pantalla en las manos de un crío nos permitía a nosotros lavárnoslas: ya no teníamos que responder preguntas difíciles ni pelear por la atención de los adolescentes
Los adultos funcionamos por intereses e incentivos, y contamos con una herramienta muy eficaz para justificar o disfrazar nuestros actos: la racionalización. Hace unos años los adultos decidimos eliminar de las aulas el libro y las anotaciones, el cuaderno y los apuntes, la explicación larga y la lectura tranquila. A esta revolución pedagógica se le puso el nombre de “digitalización”, y al profesor se le puso la tarea de apartarse. El dispositivo se encargaba de todo. El interés en esta revolución era doble, y la inercia hizo el resto. Por una parte, las empresas tecnológicas estaban encantadas de firmar contratos que los convertirían en suministradores del hardware y el software necesarios. Por otra, los centros educativos encontraron un interés más básico: la tranquilidad. Poner una pantalla en las manos de un crío nos permitía a nosotros lavárnoslas: ya no teníamos que responder preguntas difíciles ni pelear por la atención de los adolescentes.
Esta transformación ha llevado a que el alumno pase las horas mirando vídeos y realizando tareas cortas, como una especie de Perseo al que se le han concedido numerosos dones pero se le ha arrebatado la misión. El conocimiento profundo y reflexivo es una gorgona a la que hay que evitar, y para ello se le ha entregado la pantalla: para que mire el conocimiento sin llegar a verlo directamente. El alumno se parece más a este Perseo privado de sentido que al zombi descerebrado que solemos pintar en las tribunas apocalípticas. Es un consumidor de mensajes ajenos, un espectador permanentemente activo al que no se le deja tiempo para la reflexión y la digresión, elementos imprescindibles en cualquier aprendizaje profundo.
Nuestros alumnos son capaces de leer, entender y comentar con criterio una obra como Frankenstein en 2º de la ESO, y para ello no hace falta desplegar técnicas pedagógicas innovadoras
Hasta que se le deja. Y entonces nos damos cuenta de que los alumnos no han experimentado ningún cambio drástico que los condene a la hiperactividad y la superficialidad. Si se los sitúa en las coordenadas correctas y se les proporcionan las condiciones necesarias son capaces de leer durante una hora textos complejos, de entender y relacionar ideas y de producir comentarios profundos, interesantes y con sentido. No existe ese apocalipsis educativo del que nos quejamos tantas veces, y ninguna ley ha desterrado la enseñanza de las aulas. Nuestros alumnos son capaces de leer, entender y comentar con criterio una obra como Frankenstein en 2º de la ESO, y para ello no hace falta desplegar técnicas pedagógicas innovadoras. Lo que sí se necesita son expectativas altas (que no es exactamente lo mismo que exigencia elevada), paciencia, ausencia de distracciones y algo elemental: que el profesor transmita lo que sabe.
Las pantallas y las redes sociales forman parte de este nuevo estado de naturaleza que la escuela puede y debe corregir, pero no son la causa sino síntoma de un problema más amplio. Vivimos permanentemente acelerados, atareados en un scroll infinito de proyectos, ejercicios y extraescolares en el que no hay tiempo para no hacer nada, para estar aburridos. Señalamos a las pantallas, pero el problema es previo. Y la solución también: el silencio, la pulcritud y la lentitud al menos durante los implacables 55 minutos de una clase.
JaimeRuiz
Lo primero, primerísimo, es que las generaciones anteriores no leían más ni sabían más. Por lo general los jóvenes acusan el odio a la cultura de sus padres, sólo que ahora tienen más años de escolarización. Los maestros son terriblemente ignorantes, y no sólo por lo que no saben sino porque por lo general están ocupados en lo que les conviene, que es adoctrinar a sus víctimas para que salgan del armario o se cambien de sexo (les conviene porque es la consigna que les dan y contrariarla les acarrearía problemas). En fin: no puede enseñar el amor al saber quien lo desconoce y por eso el promedio de quienes estudian 15 años está más cerca del de quienes estudiaban dos años en la década de 1950 que de quienes estudiaban 15 años entonces. Y es que la educación pública gratuita y obligatoria sirve para estabular a la gente, en absoluto para producir sabios. España es mejor que Cuba, pero puede que en la isla haya más oportunidades de estudiar. No hace falta aprender nada.
juanramon2007
Grossman, por favor, no insulte a los perros, animales símbolos de fidelidad y nobleza. Sanxe es mas cercano a las víboras o a los escorpiones (es su naturaleza). Los perros no esconden urnas a sus propios compañeros, no hacen promesas de forma reiterada y tajante que incumplen al día siguiente si les conviene, diciendo que "han cambiado de opinión". No son traidores y mentirosos por conveniencia. En resumen, no insulte a los perros comparándolos con Sanxe por favor.
Grossman
Perdón por lo de “a cometido” que eso si es gamba y de las gordas. Dicho queda.
Karl
"Estos son malos tiempos. Los hijos han dejado de obedecer a sus padres y todo el mundo escribe libros." ~Marco Tulio Cicerón
vallecas
De acuerdo D. Óscar, pero no menciona (deliberadamente) la ideologización que sufren las aulas, la politización. La relación alumno/padres con el profesor, etc, etc, No es sólo SISTEMA educativo. Alguien, después de leer su columna, le podría calificar de "conservador", de añorar el pasado, de ir en compra del progreso y de la digitalización o directamente que es algo de "fachas" que defiendes la memorización.