Se ha convertido en un héroe para los separatistas. El pasado lunes de Pascua podían encontrarse en muchas pastelerías el típico dulce de este día, la mona, con su efigie y el lema “Trap-Hero”. Pero la justicia lo acusa de dos delitos de sedición y pertenencia a una organización criminal. Los Mossos están heridos de muerte.
Bueno, pues molt bé, pues adiós
Josep Lluís Trapero Álvarez, ex Major de los Mossos, máxima categoría jerárquica de la policía autonómica, nacido en la populosa ciudad de Santa Coloma de Gramanet e hijo de familia procedente de Valladolid. Mosso desde 1989 y licenciado en derecho. Este hombre de confianza del separatismo fue ascendido al cargo de jefe de los policías autonómicos el 2017, cuando el por entonces President Carles Puigdemont nombró a Joaquim Forn Conseller de Interior, forzando la salida del “tibio” Jordi Jané. Se necesitaba personas totalmente adictas al proceso, dispuestas a llevarlo a término al precio que fuese.
Trapero Álvarez era la persona idónea según los criterios de los líderes del proceso. Puso a disposición de Puigdemont y los suyos a la policía catalana, como ya se vio con los atentados yihadistas de Barcelona en agosto del año pasado. Se esforzó en desprestigiar al resto de cuerpos y fuerzas de seguridad del estado, llegado a decir que la misma CIA le había avisado, pero habían intervenido los organismos de inteligencia del estado. Es decir, todo lo sucedido tenía como responsable a esa España siniestra y fascista, como cuando el atentado perpetrado por ETA en Hipercor. De nada sirvió poner de manifiesto sus tremendos errores policiales, como la explosión en la casa de Alcanar, refugio de los yihadistas como se pudo comprobar más tarde, que sus hombres pasaron por alto, o los repetidos intentos de vincular al imán de Ripoll, jefe del grupúsculo yihadista, con el CNI. Como todos los separatistas, la culpa jamás es suya.
Los hiperventilados independentistas hicieron de él un héroe, llegando al orgasmo cuando, en rueda de prensa y a requerimiento de un corresponsal extranjero que le pidió que hablase en castellano al no entender catalán, lo despachó arrogantemente cuando este abandonaba la sala con un cínico “Bueno, pues molt bé, pues adiós”. A este hombre es a quien la jueza Lamela pide cuentas acerca de su actuación en los hechos sucedidos los pasados 20 y 21 de octubre frente a la Consellería de Economía, con la gravísima acusación de ordenar a sus policías que permaneciesen en actitud pasiva frente al asedio de las organizaciones ANC y Ómnium, impidiendo la salida de la Guardia Civil y la comitiva judicial que se habían personado allí para efectuar un registro; también lo implica en la organización del plan separatista de insurrección, a las órdenes de Puigdemont, así como, en palabras del coronel de la Benemérita Diego Pérez de los Cobos, planificar una auténtica estafa el 1-O, un engaño, un simulacro de despliegue de los Mossos, engañando a las fuerzas de seguridad del estado indicándoles torticeramente lugares equivocados. Para agravar aún más su actuación, una vez cesado, Trapero Álvarez podría también ser sospechoso, aunque la jueza no lo indique en su auto, de intentar destruir u ocultar pruebas que pudieran incriminarlo a él, a sus superiores, a diferentes personas implicados en el intento de golpe de estado.
Todo demuestra que los Mossos, un cuerpo armado, no lo olvidemos, fue pieza clave en todo lo que tenían planeado. Contando con el auxilio, desde dentro, de cerca de mil policías afiliados a la ANC, pretendían llevar a cabo su putsch, forzando la voluntad de la mayoría de catalanes, rompiendo la legalidad e implantando su propia república. De responsable de un cuerpo policial a acusado por pertenecer a una banda criminal. Eso es lo que ha existido en Cataluña.
Del vosotros sois nuestra policía a no os merecéis la señera que lleváis
En los meses que han pasado desde la implantación del tibio 155 muchas cosas han cambiado en mi tierra. No las suficientes, no todas las necesarias, pero que han cambiado cosas es innegable. Los alegres vítores que prorrumpían los separatistas cuando veían a los Mossos, “Son els nostres, son els nostres!”, son los nuestros, son los nuestros, han mutado de forma increíble. Cuando ahora la fuerza policial catalana, actuando bajo órdenes del ministerio del Interior, carga contra los radicales del CDR se tiene que escuchar insultos de todo tipo, como el que les acusa de no ser dignos de llevar la bandera catalana que figura en su insignia.
Y es que, aunque los convergentes desearon desde siempre disponer de su ejército particular, al final existen muchos policías que son eso, agentes de la autoridad. Benditos sean. No son pocos los que provienen de la Guardia Civil, de aquellos infaustos años en los que el Tripartito ordenó el despliegue de los Mossos en detrimento de la presencia secular, especialmente en zonas rurales, del Instituto Armado. De hecho, no pocas de las informaciones que maneja la justicia acerca de lo Mossos surgen desde dentro de los mismos, como la que demuestra que una veintena de ellos han prestado servicio de escolta y protección al expresident Puigdemont.
Es triste decirlo, pero en la policía de la Generalitat – Trapero Álvarez es un buen ejemplo de ello – se ha pervertido todo aquello que impulsó a su creador a raíz de la guerra de sucesión, Pere Antón Veciana, bajo los auspicios del capitán general de Cataluña Francesco Pío di Savoia. Se trataba de perseguir bandoleros, delincuentes, gente que infringiera la ley, en una palabra. Bello propósito que se ha visto mancillado por el deshonor de los separatistas, que han prostituido el espíritu de defensores de la ley de los Mossos, llevándolos a la impúdica conculcación de la misma como bien se está viendo merced a la jueza Lamela.
El nacionalismo no ha tenido límite cuando de apropiarse de todo lo catalán se trataba. Si no ha revivido el Somatén es porque Franco lo autorizó, dándole nueva vida, ya que la República lo prohibió desde el minuto cero. Como muchos saben, Somatén es la contracción de dos palabras en catalán, Som y Atents, traducidas aproximadamente como Estamos atentos. Tenía incluso su propio toque de campana y cuando sonaba, los payeses, los habitantes de pueblos y masías sabían que algún peligro acechaba. Eran ellos mismos quienes integraban esa milicia civil, porque es bien sabido que, en Cataluña y pienso que es así en todo el mundo, para el payés, el ganadero, el pequeño propietario, sus huertos, sus ovejas, sus casas pairals son lo más sagrado del mundo.
No se trataba de integrar, la cosa era asimilarlos, anular sus raíces, convertirlos en los tontos útiles de su sistema basado en los prejuicios, los privilegios, las castas
A Trapero Álvarez lo imagino jugando de pequeño en su barrio del Singuerlín, en aquella Santa Coloma aún no colonizada por gente proveniente de China, Marruecos o Senegal. Era una ciudad básicamente castellano parlante, poblada por gentes llegadas desde todos los rincones de España. Andaluces, extremeños, murcianos, aragoneses, gallegos. Esa era su seña de identidad. ¿Qué sentimiento de inferioridad, qué hecho le aconteció para acabar siendo jefe de la guardia del palacio de los supremacistas? Es una pregunta que algún día deberán respondernos los sociólogos. Miles de catalanes que deberían estar ajenos al virus del nacionalismo han sucumbido al mismo de manera fatal. Pujol hizo mucho en ese sentido bajo el pretexto de la integración. Pero no se trataba de integrar, la cosa era asimilarlos, anular sus raíces, convertirlos en los tontos útiles de su sistema basado en los prejuicios, los privilegios, las castas.
Quizás se creyó aquello que el mandamás nacionalista dijo en una entrevista a principios de la década de los ochenta, al ser preguntado acerca de en qué consistía ser un buen catalán. Según Pujol, se era buen catalán, independientemente de donde hubieras nacido, si eras del Barça, ibas una vez al año a Montserrat e inculcabas en tus hijos o nietos el catalán como lengua. Si encima tú lo hablabas, mejor que mejor.
Se le olvidó decir que había que votarlo y asumir cualquier riesgo. Todo por la patria. La suya. Trapero Álvarez está empezando a vislumbrar lo caro que le ha salido el envite.