Es la pregunta de la semana. Aunque en el fondo es la pregunta de siempre. No se formula para comprender, sino que se lanza como lamento, como acusación y como exigencia de responsabilidades a tantos votantes descarriados. Muchas veces es, en el fondo, una pregunta contra la democracia. Otras, contra la conciencia individual. Encierra el deseo de eliminar a las concepciones rivales de la contienda electoral, y también la pretensión de reducir a los americanos a cuatro o cinco etiquetas esencialistas.
Latinos, mujeres, afroamericanos, homosexuales. Todos votan mal cuando no votan izquierda. Da igual qué izquierda. La que sea. Antisemita, violenta, antipolicía, antifa, canceladora, putinista, estalinista, maoísta, castrista, totalitaria, autoritaria, asesina, secuestradora… Da igual. Trump sigue siendo peor que cualquiera de esas izquierdas, porque ante todo son izquierda. Y Trump no lo es. Con eso basta.
La incomprensión genera tristeza, la tristeza se convierte en ira y la ira hay que grabarla y exponerla para que otros puedan sentir y publicar lo mismo. Es un exhibicionismo de trastornos fingidos o reales, pasajeros o constantes
La incomprensión, real o fingida, es producto del programa espiritual que han promovido sus contrarios. No eres Hilario Cárdenas, cocinero en Miami; eres latino. No eres Elizabeth Williams, abogada en Lexington; eres mujer. No eres Leroy Johnson. Eres negro. Y homosexual. No te preocupa la seguridad, la economía, la religión o la transformación de las universidades en campos de reeducación controlados por la turba woke. No te puede preocupar nada que no sea tu identidad, no puedes elegir nada que no prescriba tu identidad. Eres sólo latino, mujer, negro, homosexual. Y debes votar como lo que eres.
Lo más interesante de estos arrebatos postelectorales, con todo, no es la frustración sino la incomprensión. Trump genera una auténtica disonancia cognitiva. Muchas veces, esa disonancia genera un trauma. El mismo programa espiritual de las identidades ha creado -o fomentado- un trastorno social colectivo. La incomprensión genera tristeza, la tristeza se convierte en ira y la ira hay que grabarla y exponerla para que otros puedan sentir y publicar lo mismo. Es un exhibicionismo de trastornos fingidos o reales, pasajeros o constantes. Se han convencido de que Trump es más que un ser humano, más que un presidente, se han hundido en una indefensión aprendida convenientemente exhibida y amplificada por las redes sociales, y han proporcionado continuamente confirmaciones a quienes ya estaban convencidos de que ese modelo personal, espiritual y social no era sano.
¿Cómo puede un obrero de Bilbao votar a Vox? ¿Cómo puede un catalán votar a Ciudadanos? ¿Cómo puede un estudiante no hacer huelga?
En España tenemos también la nuestra. La disonancia la genera cualquier triunfo de la no-izquierda ante cualquier izquierda. A veces no hace falta ni un triunfo. ¿Cómo puede un obrero de Bilbao votar a Vox? ¿Cómo puede un catalán votar a Ciudadanos? ¿Cómo puede un estudiante no hacer huelga? ¿Cómo puede Savater cuestionar al PSOE? Es siempre la misma pregunta. ¿Cómo puedes ir por libre? ¿Cómo puedes rechazar la verdad -y las mentiras- de los tuyos?
Siempre la misma pregunta y siempre la misma impúdica exhibición. Lágrimas, gritos, cabellos mesados. El martes vimos de nuevo el gran lamento, idéntico en USA y en España. “Ha ganado la mentira. La manipulación. Fake news”. Al otro lado estaba un Partido Demócrata que se pasó dos años repitiendo que su candidato estaba en perfectas condiciones. Los evidentes signos de deterioro cognitivo eran bulos republicanos. Aquí también. Bulos de la internacional reaccionaria. Al final pasó lo de siempre. La realidad se impuso. Biden se mostró incapaz en el debate con Trump. Millones de personas pudieron ver su estado real. Y lo que hasta ese momento había sido un bulo dejó de ser un bulo.
Colocaron a Kamala Harris. Era mujer. Y por lo tanto, según los esquemas demócratas, tenía más legitimidad que el candidato republicano. Los americanos prefirieron a Trump. La respuesta estaba clara: los americanos odian a las mujeres. La mayoría de los análisis a ese lado del Pecos se limitan a eso. No hay más. La gente no ha votado lo mío, dicen, así que la gente es idiota, cínica, machista, lo que sea. La misma gente a la que dentro de cuatro años volverán a intentar seducir.
Examen para poder votar
Todas las preguntas, decíamos, encierran el deseo de eliminar a los descarriados. Amenazan con irse del país -el niño hispano de Asterix que dejaba de respirar-, pero lo que quieren es que se vayan los otros. Incluyendo, paradójicamente, a los inmigrantes legales. La versión elegante, académica y muy experta de este anhelo primario es la exigencia de un “examen para poder votar”. Los mismos que trompetean el Apocalipsis de la democracia con sordina cada vez que pierden unas elecciones quieren volver al sufragio censitario, a la censura en los medios, a la violencia de la turba, a la profesión de fe, a la autoridad incuestionable.
Por qué ha ganado, se preguntan. Recordemos algunas imágenes. Trump levantando el puño segundos después de que un tirador estuviera a punto de asesinarlo en un mitin. Un cartel en el que se puede leer “Defund the police”. Declaraciones lisérgicas de habitantes variados de wokelandia. Todo eso mostraba lo negativo. Movilizaba la reacción. Escenas que explican parte de su victoria, pero no toda. Porque hubo además una imagen totalmente distinta: un propulsor regresa tras una prueba de vuelo y es atrapado en el aire por una torre gigantesca. El cohete que ha propulsado podría llamarse SFT124, pero se llama Starship. Un cohete diseñado para las estrellas.
Se habla mucho estos días de la influencia muskiana en el resultado electoral, y se habla casi siempre de X; pero lo relevante, lo potente, es SpaceX. La promesa del futuro. De un futuro de valientes y audaces. La Luna. Marte. La última frontera.
Lo incomprensible es que resulte incomprensible.
JaimeRuiz
11/11/2024 04:59
Muy acertado todo, salvo por tomarse en serio el concepto "izquierda". Casi todo lo que le atribuye el columnista a la "izquierda" se lo podría atribuir otro a la "derecha", porque son conceptos vacíos. Ojo a esto: los de la "izquierda" viven de la corrupción del lenguaje, ¿como es que nunca vacilan en llamarse "izquierda"? Ese nombre de un sector político de hace doscientos años les sirve para legitimarse, y se puede decir que se cae en su terreno cuando se los describe con ese nombre y no con otros más descriptivos ("opresores" me parece muy apropiado, aunque cabrían otros más del gusto popular). Las personas que se adscriben a uno de los formatos de la identidad viven chantajeadas porque entienden "izquierda" por "desagravio", cosa que los parásitos y charlatanes de las universidades no proveen en absoluto. Tal vez quedaría mejor decir "universidad", ya señala el propio Pikety que el socialismo-comunismo dejó de contar con los pobres pero se ganó el respaldo de los que pasan por la universidad.