A través de las nieblas de la memoria, que todo lo cambian y lo difuminan, me llega el recuerdo de un número cómico o “sketch” del dúo Martes y Trece, emitido seguramente en alguna remota nochevieja de cuando yo era chaval. Josema Yuste y Millán Salcedo fingían ser dos presentadoras del telediario, método este –el de los dúos– que solía usarse en los informativos de entonces. Ambos, tocados con las correspondientes pelucas rubias y haciendo gestos cómicamente amanerados, narraban las noticias, pero algo raro sucedía: el espectador no tardaba en adivinar que ambas no se podían ni ver, que se tenían una tirria espantosa y que cada una de las dos hacía lo imposible por quitarle protagonismo a la otra. Si la memoria no me falla (que seguramente me fallará), creo recordar que el asunto llegaba a los codazos, los empujones y que, al final, una de las dos derribaba a la otra de un empellón y la sacaba del plató.
Eso sí: sin dejar de sonreír a la cámara ni un solo segundo. Ninguna de las dos.
Recordaba todo esto al ver, el otro día, la rueda de prensa que compartieron la ministra Pilar Alegría y la vicepresidenta Yolanda Díaz para anunciar la subida del SMI, el salario mínimo interprofesional. Luego hay quien dice que la realidad nunca supera a la ficción. Esa escena en la que solo faltaron los empujones y los tirones de pelo está destinada a ser reproducida durante muchos años en los programas de humor. Lo mejor era la cara de los periodistas que estaban allí: contemplaban el rifirrafe con los ojos como platos y con esa sonrisa atónita de quien piensa que “esto no puede estar pasando”.
La vicepresidenta Díaz, a quien se le afila todavía más la cara cuando se cabrea, estaba que trinaba porque sus ¡queridos compañeros! del gobierno habían decidido que los perceptores del salario mínimo empiecen a pagar el IRPF. Y sin avisarla. A ella, que es la ministra de Trabajo y la impulsora esencial de la medida. Se enteró por la prensa, aseguraba. Pero no dejaba de sonreír mientras bufaba. A su lado, la ministra Alegría hacía una de las cosas que mejor sabe hacer, que es poner la cara de dulzura que ponía Wendy en la película Peter Pan cuando volaba: sonreía, sonreía y no dejaba de repetir que lo importante no era la nueva tributación fiscal de los más pobres sino la subida en sí misma. Es decir, que su respuesta ante el fenomenal (pero sonriente) cabreo de la otra era el clásico y socorrido “manzanas traigo”. Martes y Trece no lo hicieron mejor.
Hay otros, como Suiza, cuyo nivel de vida es tan estratosférico que pueden pagar un sueldo mensual de alrededor de 1.000 euros a los suizos que viven en el extranjero. Por el solo hecho de ser suizos
Yo creo que todos nos alegramos de la subida del salario mínimo, que llega ya a los 1.381 euros mensuales en doce pagas. Eso nos coloca en la zona media-alta de la tabla, sobre todo si tenemos en cuenta el coste de la vida: diez euritos no dan para lo mismo en Alemania (2.122 mensuales) que en Georgia, cuyo SMI es de… 6,7 euros al mes. Nosotros somos ya los octavos empezando por arriba. Bien. Buena noticia. Algo desleída si tenemos en cuenta que hay muchos países (todos los escandinavos, Italia y Austria, por ejemplo) que no tienen establecido un salario mínimo. Y que hay otros, como Suiza, cuyo nivel de vida es tan estratosférico que pueden pagar un sueldo mensual de alrededor de 1.000 euros a los suizos que viven en el extranjero. Por el solo hecho de ser suizos.
¿Y lo de que el SMI empiece a tributar a Hacienda, como decía la vicepresidenta Díaz en la pelotera del otro día, o a contribuir a la mejora de los ya maravillosos servicios públicos y al enaltecimiento de esta gran nación, como le replicaba la ministra Alegría, que yo creo que no se apellida así por casualidad?
Pues la decisión de la parte de allá del gobierno, en contra de la parte de acá, nos saca del reducido club de los países que hasta ahora no gravan el salario mínimo con el IRPF: Luxemburgo, Chequia, Malta, Chipre, Portugal y Grecia. Como ven, los hay riquísimos (Luxemburgo tiene el SMI más alto de Europa), los hay medianos y los hay más bien pobres.
Vamos a ver, esto sale casi contando por los dedos. ¿Cuántas personas en España se van a beneficiar de la subida de 50 euros del salario mínimo? En números redondos, unos 2,5 millones, al menos en teoría. ¿Cuántos de ellos reúnen las desdichadas condiciones para tener que pagar a Hacienda? Unos 540.000. ¿Cuánto va a obtener Hacienda por la tributación de todos ellos? Aproximadamente 162 millones de euros. El economista Gonzalo Bernardos se pregunta: “¿De verdad son importantes esos 162 millones para un conjunto de Administraciones Públicas que recaudan 600 mil millones?”. Dicho de otro modo: ¿Depende de esos 162 millones la salvación del alma de las cuentas públicas? Sin ellos, ¿nos vamos al desastre? ¿Seguro? Esos 162 millones, que a cualquiera de nosotros nos llevarían a un estado próximo al de la gloria celestial, para las cuentas del Estado son poco más que una cagarruta de mosca en un plato de pimienta negra. ¿Y por eso se ha montado la que se ha montado? ¿Por un puñado de euros, que habría dicho Sergio Leone?
El veneno de la ambición por el poder es exactamente el mismo si uno pretende ser presidente de Estados Unidos, o del Real Madrid, o papa, que si lo que quiere es presidir una junta de vecinos del barrio de Lavapiés
No, está claro que no es solo por eso. Esto es un ripio más de la comedia en verso ramplón, tan larga como aburrida, de la lucha por el poder. Mi padre suele preguntarlo, zumbón y retórico: “Y el poder ¿para qué sirve?”. En teoría, solo en teoría, para hacer cosas como subir el salario mínimo. Es decir, para conseguir que la gente viva mejor y sea más feliz. Pero todos sabemos que esa teoría se da de cabezazos con la realidad: el poder, para una espeluznante cantidad de personas que lo buscan, es un fin en sí mismo, no un medio para hacer cosas. Es algo parecido a una droga. Y da lo mismo el tamaño del poder que se ansía. El veneno de la ambición por el poder es exactamente el mismo si uno pretende ser presidente de Estados Unidos, o del Real Madrid, o papa, que si lo que quiere es presidir una junta de vecinos del barrio de Lavapiés, o una asociación local de jugadores de mus, o una logia masónica de once personas. En todos esos casos, el poder llega a enloquecer a quien lo ambiciona. Aunque luego no sepa qué hacer con él. Uno de los mejores ejemplos que conozco es la serie de televisión Aquí no hay quien viva.
Los ministros y ministras del gobierno, en sus distintas variedades zoomórficas y zoopolíticas, deberían hacer un pequeño esfuerzo por disimular las zancadillas que se ponen y las putaditas que se hacen, siempre pensando en los votos futuros y casi nunca en qué hacer con los votos que los ciudadanos les han dado ya. Y a la oposición le pasa lo mismo. Una reportera de televisión “cazaba” a la secretaria general del PP, Cuca Gamarra, que entraba o salía del Congreso. Pregunta: “¿Por qué critican la subida del salario mínimo si ustedes, cuando gobernaban, lo congelaron?”. Respuesta de Gamarra, con rictus de repentino cólico estomacal: “Bueno, es que la inflación era muy distinta entonces”. La reportera puso cara de “pero ¿qué me estás contando? ¿Qué tiene que ver eso con lo que te pregunto?”, y volvió a la carga: “Pero ustedes congelaron el SMI, ¿sí o no?” Ahí la tremenda Cuca miró a la periodista con la cara de quien piensa: “Como me vuelvas a hacer la preguntita te muerdo la nariz, ricura”, repitió lo de la inflación, le dio velocísimamente las gracias y salió de estampida.
Eso es lo que tenemos, no podemos hacer más. Un gobierno que parece un teatrillo de marionetas dándose unas a otras con un palo (pero no dejan de sonreír) y una oposición que teme más a la extrema derecha que a la condenación eterna. Mientras tanto, Hacienda se llevará casi la mitad de la ilusoria subida del SMI para más de medio millón de españoles, y eso recuerda a la frase que le decía el catedrático Salvador Vila a Unamuno en la película Mientras dure la guerra, de Amenábar: “A los pobres, la única libertad que les queda es la de seguir siendo pobres”.
En cuanto a quienes tienen la obligación de representarnos a todos, les cabe enterita la frase de Calderón: “Todos sueñan lo que son, aunque ninguno lo entiende”.
Pontevedresa
14/02/2025 23:58
Vergonzoso las dos ministras convertidas en martes y trece, vergonzoso que el dinero que solo pondrán los empresarios y sobretodo los autónomos, esos miserables 50 euros no lleguen al bolsillo de los trabajadores, porque la mitad se los quedará Marísú la guardiana de Hacienda, y ella nos dice que son para hospitales y carreteras, pero no nos cuenta que acaban de conceder un préstamo a Egipto y a Marruecos, y sin embargo siguen muriendo personas que padecen ELA porque llevan tres meses y muchos años de retraso en concederles el dinero que les concedieron. Eso sí hay dinero para el metro de El Cairo, para República Dominicana y para otros muchos regalitos a países extranjeros. Vomitivo lo que estamos viendo.
hay_va
Y lo vamos a permitir, asi sin mas? O es que las cosas solo se "empiezan a solucionar" cuando duelen de verdad (tenemos el ejemplo de Venezuela). Lo que esta claro es que la culpa no es de Europa, es nuestra (generacion 70s, 80s y 90s).