Jamás un tsunami fue tan poca cosa. Ruidoso, aparatoso, sí. Pero poco más. Gritos, sentadas, alguna lata de cerveza gastada que vuela en dirección a la poli, algún porro que otro a medio fumar en mitad de la algarada, un puñetazo al aire o una porra que, ay, impacta con un plano trasero soberanista. Carreras sueltas y alguna carga para cumplir el expediente. Nada que sirva para detener el curso de un país. Nada que ver con el adorado Hong Kong que tanto gusta a los cachorros de Torra. Ni de lejos.
El espectador que encendió la tele el lunes por la noche y no optó por GH Vip lo vio todo en directo. Fue una exhibición pornográfica de los acontecimientos que se desarrollaban en El Prat y en la via Laietana de Barcelona: simplemente el descontento de unos pocos. Una señal en directo que pedía más palos de los que realmente hubo. Una noche pródiga en contar cosas que no sucedían o que al menos no terminaban de suceder. Se forzaban planos espectaculares para que aquello pareciera una revolución televisada y no la rabieta protocolaria de unos cuantos ociosos. Puro humo.
Se volcó LaSexta, como siempre en estas noches de algarada y bulla tertuliana, y poco que decir porque cada uno hace en su casa lo que considera oportuno. Pero emergió la competencia, solícita, en prime time, de Televisión Española. Aquello parecía Kabul, Quito, Damasco... Pero era Barcelona. Un despliegue en tiempo real, en la primera cadena, que dirían los antiguos, que resultó excesivo. Jamás los cachorros de la CUP ni los soldados más desocupados de la ANC contaron con mayor cobertura en la principal cadena de la televisión del "Estado opresor". Los incidentes fueron relegados al 24 horas, que para estas cosas hay una cadena pública de información general, sino que fueron servidos en el escaparate con esmero.
En la tele pública, cada segundo corre la cuenta del gasto que se hace con nuestro dinero. Y seguro que hay una mejor manera de invertir recursos que en dar cobertura a la publicidad de los antitodo de siempre. A flor de piel. Sin filtros. Pareció que si los independentistas radicales compartieran el entusiasmo de algún periodista por la vía más radical del 'procés', Cataluña ya llevaría varios meses, quizás años, separada del resto de España. Y eso, con el dinero de todos, no.